Un amor arriesgado - El príncipe y la camarera. Sarah Morgan
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–Pensé que no volverías nunca.
–Me obligaron –sonrió Sean.
–¿Quién, Will?
–Will.
Ally los miró, sorprendida. Obviamente, se conocían muy bien… ¿Y a ella qué le importaba?
–¿Dónde te alojas? –preguntó Lucy entonces.
–En casa de Ally.
–Le he alquilado el establo –explicó ella.
–Menudo honor. Ally no suele alquilar su casa a ningún hombre.
–Eso tengo entendido. Digamos que a ella también la obligaron.
–¿Will?
–Will –contestó Ally.
–Debería abrir una agencia de contactos –rio la joven enfermera–. Es encantador.
–Irresistible –murmuró Sean, mirando su reloj–. Tengo que hablar contigo, Ally…
–Aún no he terminado la consulta.
–Es sobre una paciente.
–Ah, muy bien. ¿Cuál es el problema?
–Es esa mujer que mencionaste hace unos días… –empezó a decir Sean, apoyándose en la puerta–. La señora Thompson.
–¿Qué ocurre?
–Puede que haya descubierto qué le pasa –dijo él, dejando un periódico sobre su escritorio–. Lee la página cuatro. Puede que eso te dé una pista.
–Gracias –murmuró Ally. Cuando Sean salió de su consulta, tomó el periódico y buscó la página cuatro, de noticias locales. En ella había varios titulares: Escuela de primaria gana el premio al mejor cartel, Anciana asaltada en el mercado… Pero una en especial llamó su atención: Un hombre acusado de conducir bajo los efectos del alcohol.
–¿Qué pasa? –preguntó Lucy, leyendo por encima de su hombro–. Ah, vaya. Es un viajante y le han retirado el permiso de conducir. Pues habrá perdido su trabajo.
–Si necesita el coche para trabajar, supongo que sí –murmuró Ally. Estaba segura de que era esa la noticia a la que Sean se refería. ¿Geoff Thompson era un alcohólico?, se preguntó. Quizá ese era el problema que angustiaba a Mary. Fuera como fuera, tendría que sacar el tema con mucho tacto.
Cuando terminó de leer la noticia, llamó a Helen y le preguntó si Mary Thompson había pedido cita.
–Para el jueves a las cuatro –contestó la enfermera.
–Muy bien. Gracias.
–Debes ser la mujer más envidiada del pueblo viviendo con un hombre como Sean –dijo Lucy entonces.
–Solo es mi inquilino.
–No te enamores de él, Ally. Es guapísimo, pero no se compromete con nadie.
Como si ella necesitara esa advertencia.
–¿Hablas por experiencia?
–No. Solo íbamos juntos al colegio, aunque él era mayor que yo.
–¿Cómo era entonces? –preguntó Ally, sin poder evitarlo.
–El típico chico malo. Todas las chicas estaban locas por él.
–¿Tú también?
–Por supuesto. Pero siempre me ha puesto muy nerviosa. A mí me gustan los hombres un poco más… fáciles de tratar.
–Te entiendo. Es un machista imposible.
–Yo creo que exageras –rio Lucy.
–Pareces apreciarlo mucho.
–La verdad es que sí –dijo la enfermera, con la mano en el picaporte–. En el colegio no lo pasé bien y él me ayudó.
–¿Cómo? –preguntó Ally, con curiosidad.
–Había unos chicos que me molestaban y después de que Sean «hablase» con ellos, no volvieron a molestar a nadie.
En ese momento, sonó el intercomunicador. Era Helen, preguntándole si podía ver a un último paciente.
–Sí, claro –dijo Ally, mirando a Lucy–. Más trabajo.
La enfermera abrió la puerta.
–Ahora que lo pienso, olvida lo que he dicho. Puede que tú seas precisamente lo que Sean necesita.
¿Lo que Sean necesitaba? ¿Qué necesitaba Sean Nicholson? ¿Y qué necesitaba ella? La puerta se abrió en ese momento y entró Jack, el jefe del equipo de rescate.
–¡Jack! No te esperaba.
–Lo sé. Siento mucho venir un sábado…
–El sábado es como un día cualquiera. ¿Qué te ocurre?
–Me duele el estómago –contestó el hombre.
Ally empezó a hacerle preguntas sobre los dolores, anotando las respuestas en un cuaderno.
–¿Y los dolores desaparecen después de comer?
–Eso es. ¿Tú crees que puede ser una úlcera?
–Es posible. Pero tengo que examinarte para estar segura.
Unos minutos después, Ally se lavaba las manos.
–No encuentro nada raro. Pero por los síntomas, yo diría que es una úlcera.
Jack se vistió rápidamente.
–¿Y ahora qué?
–Tendrás que probar con antiácidos y si no funciona, ven a verme otra vez –dijo Ally–. Y debes hacer dieta. Nada de carne, nada de picante, nada de alcohol…
–¿Qué?
–El alcohol es un irritante, así que intenta beber menos cerveza. Si te sigue doliendo, es posible que tengamos que hacer una gastroscopia.
–¿Vas a mirarme el estómago por dentro?
–Eso es. Seguro que no es nada, pero hay que comprobarlo.
–Muy bien. Me pongo en tus manos. Por cierto, ¿vas a venir con Charlie a la fiesta del sábado que viene?
–Si no tengo que trabajar, supongo que sí. Y, por cierto, Jack, intenta restringir tus conversaciones delante de Charlie. Llevo toda la semana explicándole lo que es la hipotermia y por qué la gente se muere de frío.
–Ah,