Un amor arriesgado - El príncipe y la camarera. Sarah Morgan

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Un amor arriesgado - El príncipe y la camarera - Sarah Morgan Libro De Autor

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      –Hola, Kelly –sonrió uno de ellos, que ya conocía a la niña–. No quieres separarte de mí, ¿eh, pequeñaja?

      Kelly consiguió sonreír cuando el hombre tomó su mano.

      –Yo estoy de guardia, así que quizá tú quieras acompañarlos al hospital, Ally –dijo Sean.

      –Muy bien. Pero Charlie…

      –Si me das las llaves de tu casa, yo me quedaré con ella. Y si tengo que hacer alguna visita, la llevaré conmigo.

      Unos minutos después, los enfermeros cerraban la puerta de la ambulancia.

      –No pasará nada, señora Watson. No se preocupe.

      –Hasta la próxima vez –suspiró la mujer.

      –Sí. Lo que no entiendo es por qué no está mejor con la dosis de corticoides que le hemos prescrito –dijo Ally.

      ¿Era su imaginación o la señora Watson no quería mirarla? El instinto le decía que allí ocurría algo raro…

      –¿Cuánto tiempo tendrá que quedarse en el hospital?

      –Probablemente estará de vuelta mañana. ¿Tiene idea de qué puede haber provocado el ataque? ¿Ha estado en contacto con animales o algo fuera de lo normal?

      –No lo sé –contestó la señora Watson.

      –Ya. Bueno, pues habrá que pensarlo.

      Ally recordó las palabras de Lucy sobre que a la señora Watson no le gustaban las medicinas. ¿Sería eso lo que estaba pasando? ¿No le daba las medicinas a su hija? Preocupada, se dijo a sí misma que investigaría en cuanto Kelly hubiera salido del hospital.

      Ally escuchó las risas en cuanto abrió la puerta de su casa.

      Charlie estaba tirada sobre la alfombra frente a la chimenea, intentando impedir que Sean echase unas bolitas blancas en la boca de un hipopótamo de plástico.

      –¡Hola, mamá! Estamos jugando al hipopótamo y he ganado dos veces.

      –Es muy violenta –sonrió Sean, dándole un golpecito en la mano–. ¡Esa bola es mía, ladrona!

      Charlie soltó una carcajada y metió la bolita en la boca del juguete.

      –¡He ganado otra vez! –exclamó la niña, con las mejillas coloradas.

      Ally soltó el maletín y se sentó en el enorme sofá blanco, agotada.

      –¿Qué tal la fiesta de Halloween, enana?

      –¡Muy bien! Había unos trajes muy bonitos, pero el mío era el más bonito de todos. ¿A que la máscara daba mucho miedo, Sean?

      –Mucho.

      Ally hubiera esperado cualquier cosa, excepto aquella escena tan doméstica. Había esperado encontrar a Sean leyendo en el sofá mientras la niña jugaba en su cuarto, pero lo encontró tumbado en la alfombra, con aquellos vaqueros que se ajustaban a sus muslos como un pecado, la camisa un poco desabrochada, mostrando el vello oscuro que cubría su torso… Tan atractivo, tan masculino… tan en su casa.

      –El doctor Nicholson tiene que irse, cariño.

      –No tengo prisa –dijo él.

      –¿No puede quedarse a cenar? –preguntó Charlie, saltando sobre el sofá–. Puedo ponerme el traje otra vez para daros un susto.

      –No, gracias. No quiero tener pesadillas –sonrió Sean–. Ya tengo bastantes problemas para dormir.

      Ally tuve que levantarse para disimular su agitación. Aquel hombre no se quedaría a cenar en su casa. ¡Ni muerta!

      –Venga, Charlie, deja de dar saltos.

      –¿Qué tal está Kelly? –preguntó Sean, colocándose a su lado. Tan alto, con esos brazos fuertes y ese aroma a hombre…

      –Mucho mejor –contestó ella, intentando no mirarlo. ¿Por qué se sentía así, por qué se sentía tan rara a su lado?

      –¿Puede quedarse Sean a cenar, mamá? –insistió su hija.

      –¿No tienes nada que hacer esta noche, Sean? –preguntó Ally, para ver si entendía la indirecta.

      –A menos que suene mi busca… no. Y me encantaría quedarme a cenar.

      –¡Yupi! Voy a ponerme el traje –exclamó la niña, corriendo a su dormitorio.

      Sean se dejó caer en el sofá.

      –Has sido muy amable invitándome.

      Ally respiró profundamente, buscando paciencia.

      –Yo no quería invitarte y lo sabes.

      –¿Por qué?

      –Porque… ya te he dicho que no quiero que Charlie se acostumbre a verte por aquí.

      –¿Charlie o tú? –preguntó él, estirando las piernas.

      –Ninguna de las dos.

      Sean se levantó bruscamente y la tomó por la muñeca cuando Ally intentó darse la vuelta.

      –Tenemos que hablar de esto. ¿Sigues diciendo que no hay química entre nosotros?

      –No estoy diciendo eso.

      –Entonces, ¿por qué no dejas que las cosas sigan su curso?

      –Porque no quiero que le hagas daño a Charlie… o a mí –contestó ella, con sinceridad.

      Sean la miró, con un brillo indescifrable en los ojos. Y entonces, sin previo aviso, inclinó la cabeza y buscó su boca.

      Ally intentó apartarse, pero él la retuvo tomándola por la cintura.

      Era un beso diferente a cualquier otro beso que hubiera recibido, fiero, erótico, suave y exigente al mismo tiempo. Y pronto Ally olvidó que hubiera querido escapar. Quería más y se apretó contra su torso, sintiendo los fuertes muslos del hombre clavados en los suyos.

      Sean sujetó su cabeza y le hizo el amor con la boca.

      Sin pensar, Ally enredó los brazos alrededor del cuello del hombre, mientras él jugaba con su lengua, dominante, pero al mismo tiempo suave, intentando arrancarle una respuesta.

      Con las piernas temblorosas, acarició su torso por encima de la camisa. No podía pensar en nada. Nadie la había hecho sentir de aquella forma…

      Sean emitió un gemido ronco mientras buscaba su garganta para dejar un rastro de besos húmedos y apasionados.

      –Ahora dime que no merece la pena, Ally –dijo con voz ronca.

      Después, la soltó y se dio la

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