Solo otra noche - Enséñame a amar - Una propuesta tentadora. Fiona Brand

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Solo otra noche - Enséñame a amar - Una propuesta tentadora - Fiona Brand Ómnibus Deseo

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razón se impone. Si hubiera seguido adelante con ese beso, lo de Europa sería una experiencia muy rara y…

      –Celia, no tiene importancia. No tienes que darme explicaciones ni decir nada –deslizó el pulgar a lo largo de su boca–. No me voy a volver loco porque no me hayas invitado a tu cama después de un beso.

      Ella le miró con unos ojos llenos de indecisión. ¿Realmente estaba considerando la posibilidad? Malcolm sintió que se le aceleraba el corazón.

      De repente ella sacudió la cabeza y se apartó.

      –No puedo hacer esto –dijo, retrocediendo y huyendo de él.

      Sacó sábanas y una almohada del armario del pasillo. Quitó una manta del respaldo del sofá.

      –Buenas noches, Malcolm.

      Le puso la ropa de cama contra el pecho y dio media vuelta sin darle tiempo a decir nada.

      Malcolm aguantó las ganas de ir tras ella. La puerta de su dormitorio se cerró y solo quedó el silencio.

      Celia mantuvo los ojos cerrados aunque llevara diez minutos despierta. Había pasado una larga noche de insomnio y estaba agotada. Se escondió bajo las mantas. Solo había sido un beso, pero ya había perdido el control. ¿Por qué no la había presionado para que le invitara a su cama? Eso era lo que más la preocupaba… Pero él jamás lo había hecho, ni siquiera cuando eran adolescentes. Siempre había sido ella la que tomaba la iniciativa, la que le perseguía. Le conocía desde hacía muchos años. Habían tenido la misma profesora de música e incluso habían actuado juntos en algunos festivales del colegio. Pero algo había cambiado aquel verano, justo antes del segundo curso en el instituto.

      Malcolm Douglas había vuelto convertido en un joven irresistible. Se había hecho mayor de repente.

      Todas las chicas se habían dado cuenta, pero ella estaba decidida. Sabía que era suyo. Nadie le había negado nada jamás y se había propuesto metérselo en el bolsillo. Su propio egoísmo la había hecho perseguirle sin tregua. Pero él insistía en decirle que no tenía ni tiempo ni dinero para salir con ella. Le había dicho que no podían ser nada más que amigos. Y ella le había dicho que no necesitaba un cuento de hadas, que solo le quería a él…

      Cuando llevaban cinco meses saliendo juntos, empezó a pensar que le perdía. Su madre había solicitado varias becas para que asistiera a un instituto especializado en Bellas Artes. Celia entendía que Terri Ann Douglas quisiera lo mejor para su hijo, pero parecía que más que darle una educación mejor, lo que realmente quería era alejarle de ella.

      Entre las clases y su trabajo, apenas le veía, pero siempre sacaban tiempo para estar juntos, para soñar, para hablar.

      Todavía recordaba con todo detalle aquel día, el día en que había perdido su virginidad. Recordaba lo que llevaba puesto, unos vaqueros de color rosa y la camiseta de un grupo de rock. Recordaba lo que había comido, cereales, una manzana y poco más, porque quería seguir cabiendo en esos vaqueros… Pero sobre todo recordaba cómo había sido tumbarse en el asiento de atrás del coche con Malcolm. Estaban aparcados junto al río, por la noche. Ya se había quitado la camiseta y el sujetador, y también le había quitado la camiseta a él. No había nada como rozarse contra su pecho. Con las manos metidas por dentro de sus pantalones, había comenzado a desabrocharle la cremallera. Él hacía lo mismo con sus vaqueros rosa. Habían aprendido a darse placer sin llegar hasta el final.

      Pero esa noche Celia estaba más egoísta que nunca. Tenía tanto miedo de perderle… Habían cometido una estupidez. Lo habían hecho sin condón.

      Y después había necesitado que la llevara al orgasmo con la mano. La primera vez no había sido tan explosiva como esperaba. Pero tampoco se había quedado embarazada ese día, y eso les había vuelto más temerarios durante las semanas siguientes. Malcolm estaba decidido a darle ese placer arrebatador mientras estaba dentro de ella…

      Celia se escondió mejor entre las sábanas, refugiándose en los recuerdos, los buenos, y después en los malos. Había pasado años diciéndose a sí misma que él no la había querido tanto como ella a él, que habían llegado a ser una pareja solo porque ella le había perseguido hasta la saciedad. ¿Qué adolescente decía que no al sexo?

      Pero la noche anterior, al oírle tocar esa canción, se había dado cuenta de que no estaba en lo cierto. Auto–convencerse de algo que no era verdad solo había sido una estrategia para aligerar la culpa que sentía por los estragos que había hecho en su vida.

      Echó a un lado la manta. De repente oyó un ruido proveniente del exterior. Fue hacia la ventana y abrió las persianas de madera.

      <<Oh, Dios mío>>, pensó, conteniendo el aliento. Se apartó rápidamente.

      El jardín estaba atestado. Coches, furgonetas de los medios, decenas de personas que llegaban hasta la acera… Cerró las persianas del todo y pasó el pestillo de las ventanas. Su casa estaba invadida y estaba claro que no tenía nada que ver con el acosador.

      Recogió el albornoz del pie de la cama y fue hacia la puerta, poniéndoselo por el camino. Se dirigió hacia el salón.

      Nada más entrar se detuvo en seco. Malcolm estaba tumbado en el sofá. Solo llevaba unos vaqueros y tenía la manta enroscada alrededor de la cintura. Celia contuvo el aliento. Los músculos que había intuido por debajo de la camisa estaban al descubierto. ¿Por qué no le había salido barriga ni se había quedado calvo? Por lo menos podría haberse convertido en un idiota vanidoso.

      Se arrodilló junto al sofá. Le puso la mano en el hombro. El calor de su piel la invadía por dentro. Quitó la mano de inmediato.

      –¿Malcolm? Malcolm, tienes que despertarte.

      Él se incorporó de un salto, empuñando un arma. Tenía una pistola en la mano. Apuntó al techo.

      –¿Malcolm? –Celia gritó–. ¿De dónde ha salido eso?

      –Es mía y está registrada. La tengo por protección, y creo que no viene nada mal, dado que te están amenazando. Seguro que cualquier posible intruso se asusta más con ella que si les doy en la cabeza con una partitura enrollada –puso el arma sobre una mesita con una sonrisa en los labios–. Será mejor que no me des sorpresas cuando estoy dormido.

      –¿Las fans acosadoras te despiertan a menudo? –Celia se frotó los brazos. De repente sentía mucho frío.

      –Cuando entré en las listas de éxitos por primera vez, una fan logró pasar los controles de seguridad y entró en mi casa. Pero desde entonces no. Sin embargo, eso no quiere decir que vaya a bajar la guardia. Mi equipo de seguridad es una pared impenetrable.

      –¿Entonces por qué duermes con la pistola?

      –Porque tu vida es demasiado valiosa como para confiar en alguna otra persona. Tengo que estar seguro.

      Celia sintió que el corazón se le encogía. Se aclaró la garganta y señaló la ventana del salón, que estaba tapada por una simple persiana blanca, sin cortinas.

      –Mira ahí fuera.

      Malcolm arrugó los párpados. Cruzó la habitación y abrió un poco las persianas.

      –Vaya –se echó a un lado para que no le vieran–. Me gustaría decir que me sorprende,

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