Solo otra noche - Enséñame a amar - Una propuesta tentadora. Fiona Brand

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Solo otra noche - Enséñame a amar - Una propuesta tentadora - Fiona Brand Ómnibus Deseo

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ojos azules e intensos seguían cada uno de sus movimientos.

      –Espero que no te haya importado que me diera un pequeño capricho. Viajo tanto que echo de menos los sabores de casa. La próxima vez, eliges tú. Puedes pedir lo que quieras, que yo lo conseguiré.

      –Qué locura. Pedir cualquier cosa que uno quiera… –Celia se acurrucó en una mullida silla para no sentarse junto a él en el sofá, o en el banco del piano, de nuevo–. ¿Eres una de esas estrellas quisquillosas y excéntricas? ¿De esos que piden que les quiten todos los M&M’s de color verde de la bolsa?

      –Dios. Creo que no –Malcolm volvió a sentarse en el banco del piano–. Me gusta pensar que sigo siendo yo, pero con un montón de dinero más. Me gusta pensar que ahora sí llevo la voz cantante en mi vida. A lo mejor debería llevarme a un chef sureño conmigo cuando voy de gira.

      Celia se abrazó a un cojín.

      –Siempre te gustó la tarta de pacana.

      –Y el pastel de arándano. Dios, lo echo tanto de menos. Y las galletas de mantequilla.

      –Seguro que ahora tienes otros platos favoritos, después de haber viajado tanto. Debes de haber cambiado mucho. Dieciocho son muchos años.

      –Soy distinto en muchos sentidos. Claro. Todos cambiamos. Tú ya no eres la misma.

      –¿Cómo?

      –Pues lo que acabas de decir ahora mismo, y cómo lo has dicho, por ejemplo. Ahora eres más cuidadosa, cauta.

      –¿Y por qué es malo ser más cauto?

      –No está mal. Es distinto. Eso es todo. Además, ya no sonríes tanto, y echo de menos oírte reír. Suenas mejor que la mejor de las músicas. He tratado de capturarlo en mis canciones, pero… –sacudió la cabeza.

      –Eso es… triste.

      Malcolm esbozó una sonrisa amarga.

      –O sensiblero. Pero me gano la vida escribiendo y cantando canciones de amor.

      –A base de hacer que las mujeres se enamoren de ti –Celia puso los ojos en blanco, recordando todas esas portadas en las que aparecía acompañado de mujeres despampanantes.

      –Las mujeres no se enamoran de mí. Es una imagen creada por mi representante. Todo el mundo sabe que es pura promoción. Nada es real.

      –Solías decir que la música es parte de ti –señaló el piano–. Vivías la música con tanta pasión cuando tocabas y cantabas tus canciones.

      –Era un adolescente idealista. Pero con el tiempo me volví más realista –agarró un montón de partituras que estaban en el atril situado junto al piano–. Dejé esta ciudad decidido a ganar dinero suficiente para doblar la fortuna de tu padre, y la música… –agitó los papeles–. Era la única habilidad que tenía.

      –Alcanzaste la meta que te propusiste alcanzar. Y me alegro mucho por ti. Enhorabuena. Le demostraste a mi padre todo lo que tenías que demostrar.

      –Mucho más en realidad –los ojos de Malcolm brillaban.

      –Entonces ahora no solo le doblas la fortuna, ¿no? ¿Tienes tres veces más? ¿Cinco veces más?

      Él se encogió de hombros.

      –¿Ocho?

      Él soltó las partituras. Eran papeles que había escrito para los estudiantes.

      –¿Diez?

      –Te has acercado.

      –Vaya. Las canciones de amor se venden bien.

      Mucho mejor que esas pequeñas composiciones que hacía para sus alumnos con la esperanza de poner ponerlas en un libro de texto alguna vez…

      –La gente quiere creer en un mensaje –dijo Malcolm con acritud.

      –Eso suena un tanto cínico. ¿Por qué cantas sobre algo que no aceptas como verdadero? Es evidente que ya no necesitas el dinero.

      –A ti te gustaba cuando te cantaba –se volvió en el banco y puso sus manos sobre las teclas del piano.

      Empezó a tocar una balada que le resultaba muy familiar.

      –Yo fui una de esas chicas ñoñas que se enamoró de ti.

      Malcolm continuó tocando otros dos compases más de la melodía de unas de las canciones que le había compuesto cuando salían juntos. Le había dicho que sus canciones eran lo único que podía ofrecerle. Esa en particular se llama Playing for Keeps, y siempre había sido su favorita.

      Sus dedos tomaron velocidad, complicando la línea melódica que había creado en un principio. Cuando terminó, la última nota retumbó en la pequeña casa–cochera.

      Y también en el corazón de Celia.

      Contuvo el aliento. Tenía lágrimas en los ojos.

      –¿Era verdadero? ¿Lo que sentíamos entonces?

      Él guardó silencio. Se apartó de ella. Parecía que no iba a contestar…

      –Fue tan verdadero que sufrimos mucho por ello. Fue lo bastante verdadero como para que este reencuentro no sea una reunión distendida.

      –Malcolm, ¿cómo va a ser lo de Europa si ya nos resulta difícil estar sentados aquí el uno frente al otro?

      –¿Has decidido venir conmigo? ¿Ya no hay más titubeos?

      Celia se puso en pie y fue hacia él.

      –Creo que tengo que ir.

      –¿Por el acosador?

      Celia le sujetó las mejillas con ambas manos.

      –Porque ya es hora de dejar atrás el pasado.

      Rápidamente, para no arrepentirse, Celia apretó sus labios contra los de él.

      Capítulo Cinco

      Malcolm no había planeado besar a Celia, pero en cuanto sus labios rozaron los de ella, ya no pudo apartarse. Sabía a tarta de pacana, a sirope y a azúcar. Era mucho más de lo que recordaba, familiar y extraño al mismo tiempo.

      El roce de la punta de su lengua había desencadenado un relámpago de deseo que le recorría de arriba abajo. Se había excitado tanto de repente que solo podía pensar en hacerle el amor allí mismo… Pero el beso terminó en un abrir y cerrar de ojos.

      Celia se tocó los labios con una mano temblorosa. Tenía las uñas rotas, mordidas. Era evidente que había estado sometida a mucha tensión.

      –No es lo más sensato que he hecho. Se supone que últimamente me he vuelto una persona más cabal.

      –No siempre queremos

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