Solo otra noche - Enséñame a amar - Una propuesta tentadora. Fiona Brand

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Solo otra noche - Enséñame a amar - Una propuesta tentadora - Fiona Brand Ómnibus Deseo

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impida aceptar mi propuesta.

      Celia giró la botella de agua en las manos. Le observaba por debajo de una tupida cortina de pestañas.

      –¿No sería un tanto egoísta por mi parte si aceptara tu oferta? ¿Y si te pongo en peligro?

      Malcolm resistió las ganas de reír. No había dicho que no. Estaba considerando la propuesta.

      –La Celia a la que conocía no se hubiera preocupado por eso. Hubieras seguido adelante y hubiéramos resuelto el problema juntos.

      Pasaron por encima de un bache y Celia terminó precipitándose hacia su lado. Malcolm la rodeó con el brazo de forma instintiva y sus sentidos se saturaron de inmediato. Su aroma, el roce de sus pechos, el tacto de la palma de su mano…

      Mordiéndose el labio, ella se apartó. Se alejó todo lo que pudo hasta llegar al otro extremo del asiento.

      –Ya somos adultos y hace falta tomar medidas más sensatas –dijo de repente, dejando la botella de agua en el soporte–. No puedo irme a Europa contigo. Es algo… impensable. Y en cuanto a mis alumnos, ya te habrás dado cuenta de que ha terminado el año escolar, y si la amenaza proviene del caso de mi padre, seguro que todo se resolverá antes de que empiece el próximo curso. ¿Lo ves? Todo es muy lógico. Gracias por la oferta, de todos modos.

      –Deja de darme las gracias.

      La limusina pasaba por todas esas calles de Azalea que tan familiares le resultaban. Pocas cosas habían cambiado. Algunos restaurantes de toda la vida se habían convertido en franquicias de grandes cadenas y había un pequeño centro comercial, pero todo lo demás seguía igual.

      Bien podrían haber sido dos adolescentes en ese momento, dos adolescentes que buscaban un sitio oscuro donde aparcar… Ambos habían perdido la virginidad en el asiento de atrás del BMW que su padre le había regalado por su dieciséis cumpleaños. Los recuerdos… Eran abrumadores.

      –¿Malcolm? ¿Por qué me has buscado ahora? No me creo que lleves dieciocho años siguiéndome la pista.

      –Has estado en mi mente durante toda la semana. Es esta época del año.

      Celia cerró los ojos un momento.

      –Su cumpleaños.

      Malcolm asintió.

      –Lo siento –dijo ella.

      Por primera vez veía dolor en su rostro.

      –Yo también firmé los papeles –le dijo. Él también había renunciado a todo derecho sobre su hija. Sabía que no tenía elección y que no tenía nada que ofrecerles.

      Había tenido suerte al no terminar en la cárcel, pero la escuela militar del norte de Carolina no había sido un paseo por las nubes precisamente.

      –Pero tú no querías firmar –Celia le tocó en el brazo–. Lo entiendo.

      Malcolm deseaba tanto besarla…

      –Hubiera sido muy egoísta si hubiera seguido insistiendo cuando sabía que no tenía forma de darte un futuro, a ti y a la niña. ¿Piensas en ella?

      –Todos los días.

      –¿Y en nosotros? ¿Te arrepientes cuando miras atrás?

      –Me arrepiento del daño que sufriste.

      Él puso su mano sobre la de ella y se la apretó con fuerza.

      –Ven conmigo a Europa, para que estés segura, para que tu padre no sienta el peso de una responsabilidad tan grande sobre los hombros, para dejar atrás el pasado. Ya es hora. Déjame ayudarte como no pude hacerlo antes.

      Celia se mordió el labio inferior. La limusina acababa de detenerse delante de su casa. Parpadeó rápidamente y apartó la mano. Recogió el bolso del ordenador del suelo.

      –Tengo que irme a casa, a pensar. Es demasiado. Todo está pasando demasiado rápido.

      Malcolm bajó del vehículo y fue a abrirle la puerta. No esperaba que le invitara a pasar la noche, pero tenía que asegurarse de que estaba segura. La condujo hacia la pequeña casa cochera que estaba detrás de la mansión.

      Ella miró por encima del hombro.

      –¿Ya sabes dónde vivo?

      –No es un secreto –le dijo, aunque no podía evitar sorprenderse un poco.

      La mansión grande, de ladrillo, no era de su padre. Se la había comprado ella misma con sus ahorros.

      De todos modos, la casa pequeña, de color blanco, era una pesadilla en cuanto a seguridad. Las escaleras exteriores, muy poco iluminadas, llevaban a la entrada principal, situada justo encima del garaje. Subió tras ella. No podía dejar de mirar el movimiento de sus caderas.

      –Gracias por acompañarme a casa y por llamar a la policía. Te agradezco mucho la ayuda –dijo ella, deteniéndose junto al pequeño balcón que estaba al lado de la puerta. Se volvió hacia él.

      Malcolm extendió la mano para que le diera las llaves.

      –Voy a revisar la casa y me voy.

      Ya no era el chico idealista de antes. Había pasado mucho tiempo en esa academia militar, pensando cómo iba a presentarse en la casa de su padre para demostrar que no había hecho nada malo. Era un hombre bueno al que le habían robado una familia, y se había aferrado a esa meta durante los años que había pasado en la universidad. Gracias a los conciertos en garitos de mala muerte había logrado pagarse lo que las becas no cubrían.

      Pero jamás hubiera podido imaginar la vuelta de tuerca que iba a darle el destino. Un buen día el viejo director de la academia se había presentado en su camerino después de un concierto, con una oferta absurda… Nunca hubiera imaginado que llegaría a convertirse en una estrella del rock y que su rostro acabaría estampado en millones de posters.

      Su estilo de vida, con viajes constantes y presencia mediática, le proporcionaba la tapadera perfecta para trabajar como agente en la Interpol.

      –Las llaves, por favor.

      Celia vaciló un momento, pero finalmente se las entregó. Malcolm la introdujo en la cerradura y abrió con facilidad. Al otro lado había un espacio diáfano, con adornos discretos. Un antiguo piano vertical dominaba la estancia. Entró y se aseguró de que no hubiera más rosas. Celia desactivó la alarma y avanzó por el estrecho pasillo, rumbo al área del salón. Golpeó con las uñas una zampoña que colgaba de la pared.

      Malcolm sintió que su sexto sentido se ponía en alerta. Algo iba mal, pero el instinto se le entumecía cuando estaba junto a ella.

      De repente se dio cuenta.

      –¿Dejaste la luz del salón encendida?

      Celia contuvo el aliento.

      –No. Nunca lo hago.

      Malcolm la hizo ponerse detrás y fue justo en ese momento cuando reparó en el hombre que estaba sentado en el sofá. Era su

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