Solo otra noche - Enséñame a amar - Una propuesta tentadora. Fiona Brand

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Solo otra noche - Enséñame a amar - Una propuesta tentadora - Fiona Brand Ómnibus Deseo

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dejó escapar una risotada.

      –La ciudad entera sabe todo lo que haces, lo que comes, con quién sales… Tendría que estar ciega y sorda para no oír lo que la ciudad tiene que decir acerca de su hijo predilecto. Pero, personalmente… Ya no soy miembro del club de fans de Malcolm Douglas.

      –Bueno, esa sí que es la Celia que recuerdo.

      –Todavía no has contestado a mi pregunta. ¿Por qué estás aquí?

      –Estoy aquí por ti.

      –¿Por mí? Creo que no –le dijo con frialdad. Todavía seguía acariciando las cuerdas del ukelele con una sensualidad instintiva, como si saboreara tanto el tacto de cada nota como el sonido–. Tengo planes para esta noche. Deberías haberme llamado antes.

      –Te veo mucho más centrada ahora que antes.

      –Entonces era una adolescente. Ahora soy adulta y tengo responsabilidades de adulto, así que si podemos acelerar un poco la conversación… por favor.

      –Puede que no estés al tanto de mis cosas, pero yo sí he estado al tanto de las tuyas.

      Sabía lo de las llamadas amenazantes, lo de la rueda pinchada. Las amenazas se hacían cada vez más frecuentes. Y también sabía que solo le había contado la mitad de la historia a su padre.

      –Sé que terminaste la carrera de música con honores en la universidad del sur de Mississippi. Has enseñado aquí desde que te graduaste.

      –Muchas gracias. Estoy orgullosa de mi vida, mucho más de lo que se puede resumir en un par de oraciones. ¿Has venido a darme un regalo de graduación pendiente? Porque si no es así, puedes irte a firmar autógrafos.

      –Vamos al grano entonces –Malcolm se apartó de la puerta y se paró frente a ella, tan solo para demostrarse a sí mismo que podía estar cerca de ella y resistir la tentación de abrazarla–. He venido a protegerte.

      Celia tiró de una cuerda del ukelele y esquivó su mirada.

      –Eh, ¿te importaría aclararme de qué estás hablando?

      –Ya sabes de qué estoy hablando. Esas llamadas que mencionaste antes.

      ¿Por qué se lo estaba ocultando todo a su padre? Malcolm sintió el latigazo de la rabia en su interior, rabia hacia ella por ser tan temeraria, y hacia sí mismo por haber dado un paso hacia ella. Como si la habitación no fuera lo bastante pequeña…

      –El caso que lleva tu padre. El rey de la droga. ¿Te suena?

      –Mi padre es juez. Persigue a los malos y muchas veces estos se enfadan y le amenazan.

      Volvió a mirarle a los ojos. Todo signo de incomodidad había desaparecido y había sido reemplazado por una mirada fría y distante que nada tenía que ver con aquella jovencita rebelde que había sido.

      –No sé por qué te preocupa tanto.

      Malcolm no podía negar que en eso tenía razón. No era su responsabilidad cuidarla, pero no podía evitar sentir ese instinto protector, de la misma forma que no podía evitar recordarla sin ese vestido amarillo, con el cabello alrededor de los hombros.

      –Maldita sea, Celia, eres demasiado lista para esto.

      Ella apretó los labios.

      –Tienes que irte ya.

      Malcolm contuvo el temperamento. Lo que sentía era inconfundible: un deseo frustrado. La atracción que sentía por ella era más poderosa de lo que esperaba.

      –Me disculpo por haber sido tan poco diplomático. Me he enterado de lo de las amenazas y, si quieres llámame idiota y nostálgico, pero estoy preocupado por ti.

      –¿Cómo te has enterado de los detalles? –le preguntó ella. Su rostro estaba lleno de sospecha y confusión–. Mi padre y yo lo hemos mantenido todo en secreto para que la prensa no se enterara.

      –Tu padre es un juez poderoso, pero sus influencias no llegan a todos sitios.

      –Eso no explica cómo lo has averiguado.

      Malcolm no podía explicarle por qué lo sabía. Había cosas de él que no necesitaba saber. Era capaz de mantener un secreto mucho mejor que su padre.

      –Pero tengo razón.

      –Uno de los casos que está llevando mi padre se ha… complicado un poco. La policía lo está investigando.

      –¿De verdad vas a depositar toda tu confianza en el feudo al que llaman departamento de policía? –no era capaz de ocultar el cinismo que teñía su voz–. La seguridad que tienes es envidiable. Voy a decirles a mis hombres que tomen nota.

      –No tienes por qué ponerte sarcástico. Estoy tomando precauciones. No es la primera vez que alguien amenaza a nuestra familia por el trabajo de mi padre.

      –Pero esta ha sido la amenaza más seria.

      Si hablaba de las evidencias que tenía, tendría que explicarle cómo las había conseguido, pero eso era un último recurso. Si no era capaz de convencerla para que aceptara su ayuda de otra manera, le diría lo que pudiera acerca del trabajo que hacía fuera de la industria de la música.

      –Parece que sabes muchas cosas sobre mi vida –le miró fijamente con esos ojos marrones que todavía tenían el poder de hacerle perder la razón.

      –Ya te lo dije, Celia. Me preocupo lo bastante como para mantenerme informado. Quiero asegurarme de que te encuentras bien.

      –Gracias. Eres muy… amable –Celia se relajó un poco–. Te agradezco la preocupación, aunque me resulte un poco desconcertante. Tendré cuidado. Bueno, y ahora que has cumplido con tu… sentido de la obligación o lo que sea, de verdad que tengo que recoger e irme a casa.

      –Te acompaño hasta el coche –levantó una mano y esbozó su mejor sonrisa–. No te molestes en decir que no. Puedo llevarte los libros, como en los viejos tiempos.

      –Bueno, ese estilo del servicio secreto no es como en los viejos tiempos.

      –Estarás segura conmigo.

      –Eso pensábamos hace dieciocho años –se detuvo y se llevó una mano a la frente–. Lo siento. Eso no ha sido justo por mi parte.

      Malcolm se vio inundado por un aluvión de recuerdos adolescentes. Aquellas hormonas sin control los habían llevado a practicar el sexo más temerario, y mucho. Se aclaró la garganta. Era una pena que su mente aún siguiera anclada en el pasado.

      –No hacen falta disculpas, pero te lo agradezco –sabía que la había decepcionado, y no quería cometer el mismo error de nuevo–. Déjame llevarte a cenar, y te cuento una idea que tengo para garantizar tu seguridad mientras se celebra el juicio.

      –Gracias, pero no –Celia cerró el portátil que tenía sobre el escritorio y lo guardó en la funda–. Tengo que poner las notas de fin de curso.

      –Tienes que comer.

      –Y

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