Solo otra noche - Enséñame a amar - Una propuesta tentadora. Fiona Brand

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Solo otra noche - Enséñame a amar - Una propuesta tentadora - Fiona Brand Ómnibus Deseo

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Esta amenaza contra tu vida es real. Muy real. Por mi trabajo… –ese trabajo que solo conocían unos pocos–. Tengo acceso a fuentes de inteligencia y seguridad que no puedes ni imaginar. Necesitas protección, mucha más de la que puede proporcionarte el departamento de policía y las influencias de tu padre.

      –Creo que estás siendo un poco dramático.

      –Son caciques de las drogas, Celia. Tienes mucho dinero y nada de escrúpulos.

      En otra época había sido un chivo expiatorio para gente de esa calaña. Lo había hecho para proteger a su madre. Pero toda la culpa había sido suya, por haberse interpuesto en el camino de esos matones. Ponerse a trabajar en aquel club había sido el último intento que había hecho para ganar un poco de dinero y mantener a Celia y al bebé que estaba en camino.

      –Te harán daño, mucho. Incluso pueden llegar a matarte para influenciar a tu padre.

      –¿Crees que no lo sé ya? He hecho todo lo que he podido.

      –No todo.

      –Muy bien. Señor Sabelotodo –dijo Celia, suspirando–. ¿Qué más puedo hacer?

      Malcolm la agarró de los brazos y se acercó. No quería sucumbir a la tentación de estrecharla entre sus brazos y besarla hasta hacerla cambiar de parecer, pero usaría la pasión para convencerla si era preciso.

      –Deja que mis guardaespaldas te protejan. Vente conmigo en mi gira por Europa.

      Capítulo Dos

      ¿Ir de gira? ¿Con Malcolm?

      Celia se aferró al borde del escritorio para no perder el equilibrio. No podía estar hablando en serio, no después de dieciocho años en los que solo habían mantenido el contacto gracias a unas pocas cartas y alguna llamada de teléfono justo después de la ruptura. Habían roto, se habían alejado el uno del otro y finalmente habían interrumpido todo contacto una vez se había completado la adopción del bebé.

      Al comienzo de la carrera musical de Malcolm, ella solo tenía unos veintitantos. Estaba en la universidad e iba al psicólogo religiosamente. Solía soñar con el momento en que Malcolm se presentara en su puerta. ¿Y si la tomaba en brazos y lo retomaban donde lo habían dejado? Solía soñar despierta por aquel entonces…

      Pero esas fantasías nunca se hicieron realidad, sino que la hicieron poner los pies sobre la tierra. Poco a poco aprendió a hacer planes para el futuro, concretos y razonables. Aunque hubiera aparecido en su puerta, probablemente no se hubiera ido con él. Le había costado mucho recuperar la salud mental y hubiera sido arriesgado renunciar a la estabilidad por una vida en la carretera con una estrella del rock.

      Celia se colgó el bolso del ordenador del hombro y miró hacia la puerta.

      –La broma ha terminado, Malcolm. Por supuesto que no me voy a Europa contigo. Gracias por haberme hecho reír, no obstante. Me voy a casa ahora porque, por primera vez en mil años, no estoy en la lista para el servicio de autobús escolar. A lo mejor tú tienes tiempo para jugar a estos jueguecitos, pero yo tengo notas que poner.

      Malcolm la agarró del brazo y la hizo detenerse.

      –Hablo completamente en serio.

      Celia sintió que el pelo se le ponía de punta y la carne de gallina.

      –Tú nunca hablas en serio. Pregúntales a los reporteros de los tabloides. Escriben cientos de artículos cada día para hablar de tu encanto delante y detrás de las cámaras.

      Malcolm se acercó más y la agarró con más fuerza.

      –Cuando se trata de ti, siempre hablo cien por cien en serio.

      En realidad eso no era ninguna novedad. Ella siempre había sido la rebelde aventurera, mientras que él trabajaba duro para labrarse un futuro. Pero un día había terminado esposado y entre rejas.

      Celia contuvo la respiración durante unos segundos, pero finalmente recuperó el equilibrio.

      –Entonces voy a ser yo la sensata y racional aquí. No me voy a ir a Europa contigo. Gracias por ofrecerme tu protección, pero no tienes por qué sentirte culpable.

      Malcolm ladeó la cabeza. Estaba tan cerca que podía apartarle el mechón de pelo que le caía sobre la frente con un soplo de aire.

      –Solías fantasear con la idea de hacer el amor en París, a la sombra de la Torre Eiffel –le dijo, utilizando esa voz misteriosa y seductora.

      Esas cuerdas vocales que valían un millón de dólares la acariciaban tan bien como un glissando de sus dedos. Le hizo retirar la mano lentamente.

      –Bueno, en serio, no voy a ir a ninguna parte contigo.

      –Muy bien. Voy a cancelar mi gira de conciertos y me convertiré en tu sombra hasta que sepamos que estás segura –sonrió con picardía y se metió las manos en los bolsillos–. Pero mis fans se van a enfadar. A veces se ponen muy rabiosas y pueden llegar a ser peligrosas. Y mi meta es mantenerte segura por encima de todo lo demás.

      Celia se preguntó si realmente le estaba hablando en serio.

      –Esto es demasiado raro –apretó los puños–. ¿Cómo te enteraste de lo del caso Martin?

      Malcolm vaciló un instante antes de contestar.

      –Tengo mis contactos.

      –El dinero puede comprarlo todo.

      –Un poco más de dinero no nos hubiera venido nada mal hace dieciocho años.

      Celia recordó la última discusión que habían tenido. Él había insistido en hacer aquel concierto, en un garito miserable, solo porque pagaban bien. Estaba decidido a casarse con ella y a tener una familia. Pero ella sabía que eran demasiado jóvenes para lograrlo. La policía había irrumpido en el local de repente por una operación anti–droga y le habían arrestado. A ella la habían internado en un colegio suizo para tener al bebé.

      Aún podía ver arrepentimiento en su mirada, pero no podía recorrer ese camino de nuevo con él. Lágrimas de dolor, rabia y frustración se agolparon en sus ojos. No quería derrumbarse ante él.

      –Las cosas hubieran salido mejor si hubieras tenido un margen más amplio de solvencia –le dijo, recordando aquella vez, cuando había perdido la beca para Juilliard–. Pero las decisiones que yo tomé no hubiera podido cambiarlas el dinero. Lo que compartimos forma parte del pasado –se aseguró el bolso del ordenador sobre el hombro y pasó por su lado, rumbo a la puerta–. Gracias por preocuparte por mí, pero hemos terminado. Adiós, Malcolm.

      Siguió adelante. Sin querer le dio una patada a una caja llena de panderetas al salir del despacho. Malcolm podía quedarse o marcharse, pero eso ya no era responsabilidad suya. El conserje cerraría con llave cuando se fuera por fin. Tenía que alejarse de él antes de hacer el ridículo.

      De nuevo.

      Sus sandalias golpeaban el suelo con fuerza. Salió del edificio a toda prisa y se dirigió hacia el aparcamiento de los profesores. Los ojos le escocían por las lágrimas. De repente oyó

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