El mejor periodismo chileno 2019. Varios autores
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Acompañada por su abogado Juan Pablo Hermosilla, en su oficina, Marcela Aranda habla por primera vez con un medio de comunicación de las graves denuncias que ha formulado en contra del sacerdote jesuita Renato Poblete Barth (fallecido en 2010). Habla despacio, a ratos tranquila, a veces con voz angustiada. En un momento se quiebra en una voz casi inaudible, cuando intentamos entrar en las situaciones concretas de los abusos que denunció en la Comisión de Escucha instalada en Chile por el enviado del papa, monseñor Charles Scicluna, y que Marcela Aranda ha decidido no revelar —públicamente— hasta que sea requerida por el investigador designado por la Compañía de Jesús.
El sacerdote jesuita dirigió el crecimiento del Hogar de Cristo como su capellán por 18 años y se convirtió en una figura pública, emblema de la solidaridad en el país; hoy el popular parque en
Quinta Normal lleva su nombre. Hace nueve días, en un comunicado, la Compañía de Jesús anunció el inicio de una investigación canónica preliminar a cargo del abogado laico, Waldo Bown, por hechos que se refieren a “delitos y situaciones abusivas entre 1985 y 1993, de carácter grave en el ámbito sexual, de poder y de conciencia” —cuyos detalles están contenidos en su declaración—, denunciados por una mujer cuya identidad no fue revelada y que habría tenido 19 o 20 años en ese entonces”.
Mientras el foco de las investigaciones eclesiásticas estuvo puesto en la sanción al denunciado, la Iglesia no prestó gran atención a los antecedentes que involucraban a un sacerdote en posibles abusos si este ya había fallecido. La crisis que ha sacudido a la Iglesia en las últimas décadas instaló a las víctimas como foco de las investigaciones eclesiásticas, otorgándoles a esos procesos una finalidad de reparación.
—¿Por qué decidió dar esta entrevista y hacer pública su denuncia?
—Cuando uno hace una denuncia de la envergadura de la que he hecho y del personaje (que se trata), me siento con la responsabilidad de decir que fui yo quien hizo esa denuncia, que la gente perciba la devastación que hay en quien ha sufrido estos abusos, con nombre y rostro concreto. Que vean las huellas del dolor.
—Han pasado 25 años desde los hechos que denuncia, ¿por qué lo hace ahora?
—Mira, las víctimas hacemos un proceso muy doloroso y de muchos años, 20, 30, 50, entre el abuso y el momento en que, por fin, logramos poner en palabras el horror que sufrimos. Lo mío, me ha dicho la psicóloga, ha sido una disociación, para sobrevivir, olvidé completamente el período en que fui terriblemente abusada. Mis amigos me dicen que nunca hablé de ese período de mi vida. Inconscientemente borré todo recuerdo, como si esos años nunca hubieran existido, fue una disociación, no una pérdida de memoria.
—¿No se acordaba de nada durante esos años?
—No. Eran como años que no hubieran existido. Pero, en realidad, esos hechos estaban allí y aparecían de muchas otras maneras: fuertes bajones, jaquecas, cambios bruscos de ánimo. Y todo eso me hacía sufrir mucho, porque además no sabía por qué era.
—La Iglesia chilena se remeció con el caso Karadima en 2010. ¿Cómo vivió el destape de los abusos de sacerdotes? ¿La remeció también?
—No, fue una noticia más, no me producía nada. Yo vivía bajo los efectos del abuso, pero en otra línea. Creo que fue la única forma que psicológicamente encontré para sobrevivir, pero no significa que esos eventos no estuvieran ahí. Sufrí mucho, porque no sabía lo que era… El abuso te va destruyendo golpe a golpe, va pulverizando todos los niveles de la vida. Sufrí una destrucción afectiva, de mis emociones, de mis relaciones amorosas, de amistad. Mi vida académica, si bien fue un refugio muy importante, una de mis tablas de salvación, me costó una enormidad concentrarme para sacar adelante mi carrera de Ingeniería Mecánica y mi magíster en Teología.
—¿Cómo ha sido su vida afectiva durante estos años?
—Destruyó mi vida afectiva hasta el día de hoy. Nunca pude armar una relación con nadie. Mi capacidad de entablar relaciones personales, de sentir cariño y de sentirse querido quedó totalmente destruida. Edifiqué un muro para defenderme del mundo exterior, pero no solo quedó lo malo fuera, también lo bueno.
El primer encuentro
—¿Cuándo conoció usted al sacerdote Renato Poblete?
—Yo tenía unos 19 o 20 años. Debe haber sido 1984, durante mis primeros años de universidad como estudiante de Física. En esa época tenía mucha inquietud de ayuda social y me acerqué al Hogar de Cristo para ser voluntaria, entusiasta, idealista, me movía mucho el pensamiento del Padre Hurtado.
—¿Por qué decidió estudiar Teología, viniendo de un área tan distinta como la Física?
—Estudiaba Física, pero durante el proceso de discernimiento decidí cambiarme a Teología. Cuando logré salir huyendo de esta experiencia de abuso, salí arrancando de Teología también, y no alcancé a dar mi examen de grado. Comencé a estudiar Ingeniería y me metí en ese mundo; trabajé como ingeniero y el 2006 volví a terminar mi carrera de Teología. Me hizo sentido, porque era un proceso que había quedado abierto, lo hicimos, y después me surgió la idea de seguir el magíster en 2007; no me fue fácil, pero lo conseguí, y el 2013 entré como profesora a la facultad.
—¿Venía de una familia religiosa?
—No, había estudiado en un colegio laico, mayoritariamente luterano, como el Deutsche Schule, mi mamá era católica y ella me acercó a la religión. Me aboqué con todo el entusiasmo juvenil a ayudar en el Hogar de Cristo y me surgió este llamado a discernir una posible vocación religiosa. Es normal como católico que en algún momento uno se pregunte ¿qué quiere Dios de mí? Me recomendaron tener un director espiritual para acompañar ese proceso y me hablaron del capellán Renato Poblete Barth. Me sentí muy honrada cuando aceptó recibirme, era una persona muy conocida. Fui muy confiada a ese primer encuentro, recuerdo que me dio un gran abrazo y me pidió que le relatara mi vida. En algún momento me dijo: “De ahora en adelante, yo seré tu padre y te daré todo el cariño que necesitas”. Fue muy emocionante y me dejó completamente abierta a lo que vino después. Nunca pensé que un deseo y una búsqueda tan noble terminaría en un abuso tan horrible.
—¿Qué vino después?
—No voy a hablar de eso, por ahora. Hasta que no dé mi declaración al investigador que ha designado la Compañía de Jesús, no quiero referirme a los abusos que viví (“La denuncia fue presentada a través de la Comisión de Escucha encargada por monseñor Charles Scicluna y se refiere a delitos y situaciones abusivas entre 1985 y 1993 de carácter grave en el ámbito sexual, de poder y de conciencia”, señaló en su comunicado la Compañía de Jesús).
—¿Pero cómo se fue dando una relación como la que describe y tan larga, de los 19 a los 27 años?
—El abusador es una persona muy astuta, con un manejo impresionante de la psicología humana, pero para la maldad. Tienen la capacidad de percibir dónde está tu fragilidad, por ahí entran y uno no tiene herramientas para defenderse del abuso.
—¿Había algo en ese momento que la hiciera vulnerable?
—Tenía relaciones complejas con mi familia, no quisiera entrar en mayores detalles, por respeto a ellos, pero había situaciones complicadas en el hogar que me tenían vulnerable