E-Pack Bianca y deseo agosto 2020. Varias Autoras
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–Y lo hacía muy bien –comentó ella–. Con muy buen gusto.
–Era un hombre maravilloso.
–Y tú lo querías. Y estoy segura de que era recíproco.
¿De dónde había salido aquella mujer que el destino había puesto en su camino? Luca pensó en invitadas anteriores, que llegaban con maletas llenas de ropa, solo para descubrir después que no era apropiada para el yate y encargar, a expensas de él, prendas a París, Roma o Milán, que llegaban a puertos por los que iban a pasar. Gran parte de esa ropa colgaba todavía en el vestidor de Samia.
–Hay una piscina a bordo –dijo él–. Dos, de hecho. Puedes usarlas.
–¿Hay una para la tripulación?
–Hay dos piscinas que tú puedes usar.
–Fantástico, pero no tengo bañador.
–Encontrarás algunos en el vestidor que nunca se han usado. Utiliza lo que quieras. Alguno habrá que te sirva.
–No sé si nadaré.
–Los trajes son nuevos –explicó él–. No te dejes llevar por el orgullo. Si te sirve algo del vestidor, considéralo un pago por adelantado por el trabajo que decida que vas a hacer.
–Prefiero cobrar en dinero, si no te importa. No llevo muy bien aceptar limosna.
–Ya lo sé –repuso él, recordando los diez dólares que había insistido ella en darle por el agua y la hamburguesa–. ¿Y si te pago también un sueldo?
Ella se encogió de hombros con una sonrisa.
–Podemos llegar a un acuerdo –musitó.
Cuando Samia sonreía, se volvía irresistible.
–Me harás un favor si usas la ropa del vestidor –comentó él–. En este momento para mí solo representa dinero tirado a la basura.
–¿Puedo usar cualquier cosa que encuentre? –preguntó ella–. ¿Eso puede hacerlo toda la tripulación?
Luca se limitó a mirarla con sorna.
–Eres muy generoso –añadió ella–. De niña siempre me gustaba disfrazarme, aunque solía hacerlo con un mantel y cosas que encontraba en el armario de mi madre.
Él se volvió hacia la puerta.
–Siento haberte retenido –comentó ella.
–No lo has hecho o no estaría aquí –respondió él con franqueza.
En la caja roja de su despacho había un informe completo sobre ella que le había enviado su equipo y estaba deseando leerlo y conocerla un poco más.
–¿Dónde están tus aposentos? –preguntó ella, antes de que él saliera.
–Un poco más allá. Si necesitas algo…
–No –contestó ella. De pronto sentía la boca seca–. ¿Seguro que me voy a quedar aquí? –preguntó. Miró a su alrededor. ¿Primero la ropa y después la suite? ¿Por qué no iba a llevar el sencillo uniforme negro de los miembros de la tripulación y dormir donde ellos?–. Si me dices dónde duerme la tripulación, seguro que descubro cómo llegar.
–Quédate aquí –insistió él–. Pietro diseñó esta zona para que se usara. Si la ocupas, me harás un favor, puesto que ahora mismo no hay más espacio en la zona de la tripulación.
–En ese caso, gracias.
–Y también me harás un favor si usas la ropa.
«Muchos favores», pensó ella. ¿No habría un precio que pagar al final?
–Date una ducha y relájate mientras puedas –le recomendó él–. Esta es tu última oportunidad de volver a la orilla –añadió. Se detuvo un momento con la mano en el picaporte y apretó los labios–. No, ya es demasiado tarde.
Samia oyó el ruido inconfundible del motor del barco y no pudo evitar una sensación de pánico.
–No sabía que íbamos a zarpar ya –comentó.
–¿Tienes dudas? Espero que no.
–No.
–Todavía puedo llevarte a la orilla en una de las lanchas.
–Eso no será necesario, pero gracias –respondió ella.
Había tomado una decisión y seguiría adelante. Pero ¿qué era lo que había decidido exactamente? ¿Aceptar un trabajo no especificado y vivir en una suite digna de una princesa situada cerca de la de un príncipe? ¿Tan ingenua era? ¿No sería aquel un plan del Príncipe Pirata para lograr otra conquista más?
Se recordó que no tenía que hacer nada que no quisiera. Si de algo estaba segura era de que Luca no forzaría ni maltrataría a una mujer.
–¿O sea que estás contenta de seguir a bordo? –preguntó él.
–Sí. Pero insisto en hacer algo útil. ¿O de qué otro modo voy a pagar mi pasaje?
Luca frunció los labios.
–Seguro que encontraremos algo que puedas hacer –abrió la puerta–. De momento te dejo que te duches y así tendré ocasión de decidir qué voy a hacer contigo.
Samia tuvo la impresión de que su destino estaba ya decidido, pero, en lugar de oír campanadas de alarma, que habría sido lo normal, no pudo evitar pensar con ilusión en lo que podía depararle el futuro.
Capítulo 6
SAMIA no podía creer que se estuviera bañando en una bañera gigante en un cuarto de baño de mármol rosa veteado, envuelta en burbujas con los colores del arco iris. Aquello era increíble, nuevo y fabuloso. Y haría bien en no acostumbrarse a ello.
Por alguna razón, eso le recordó a su madre. Su padre había perdido su dinero en el juego y su madre, una belleza famosa en su día, no había estado preparada para lidiar con la realidad de la vida cotidiana. Samia se había adaptado bien, porque era joven y no estaba tan acostumbrada al lujo como sus padres. Ella tenía solo siete años cuando había empezado a ver grietas en la fachada de su riqueza. La despensa vacía y agujeros en las suelas de los zapatos caros de su padre, por ejemplo. Su madre, al principio, hacía lo que podía, interpretando escenas de otro tiempo e intentando introducir a su hija en un mundo de lujo con el que ya solo podía soñar.
«¡Cómo le habría gustado esto!», pensó Samia, pasando los dedos entre las burbujas. Apretó los labios con fuerza al recordar la última nota de su madre, donde pedía perdón y decía que su hija estaría mejor sin ella. Y Samia lamentaba que no hubieran podido hablarlo.
Cerró los ojos y suspiró. Las cosas casi nunca eran lo que parecían. Luca, por ejemplo, era un hombre poderoso, una fuerza de la naturaleza y, sin embargo, curiosamente, no se sentía amenazada