E-Pack Bianca y deseo agosto 2020. Varias Autoras

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de Madlena era un príncipe fuerte que los guiara hacia un futuro brillante y prometedor. Si Luca seguía anclado en el pasado, no ayudaría a nadie.

      «Y esa es una lección que también tienes que aprender tú», concluyó. Mirando atrás, era evidente que su marido se había casado con ella por dos razones: su columna y un terreno que su padre poseía en Escocia, y donde a veces soñaba con montar una granja. Su ex lo quería para hacer un campo de golf. Y al principio se había mostrado muy amable, pagando las deudas de su padre y comprándole ropa a su madre. Solo más tarde, en una de sus borracheras, había admitido que ella era un medio para conseguir sus objetivos y, si no le permitía cambiar su columna, lo pagaría su padre. Ella se había negado y él había acusado a su padre de fraude. En la cuenta de su progenitor habían aparecido unos fondos misteriosos. Cuando su madre había descubierto que el dinero que había disfrutado gastando era una trampa para incriminar a su marido, se había hundido. Y el padre de Samia, desconcertado, apenas había podido defenderse en su juicio.

      No, ella no era una princesa precisamente. Y no conseguía ver cómo encajaba en los planes de Luca.

      En aquel momento le rugió el estómago. A pesar de la hamburguesa que había comido, tenía hambre. No podía esperar hasta la cena. ¿Habría alguna posibilidad de encontrar algo de picar en la cocina del Black Diamond?

      Solo había un modo de descubrirlo.

      Decidida a no perder el ánimo, entró en el vestidor a buscar algo que ponerse antes de salir en busca de la cocina. Pero cuando abrió el primer cajón y encontró un tesoro de artículos de maquillaje, olvidó las prisas.

      Después de ese descubrimiento, revisó todos los armarios y cajones. Bolsos, chales, bisutería, trajes de baño… Tomó un bikini de color turquesa y decidió que la persona que lo había encargado era de su talla. En los armarios encontró ropa y vestidos de noche de una calidad que ella jamás podría pagarse. Pasó los dedos por las lujosas telas, maravillada de que hubieran desechado tantas prendas hermosas. Se miró al espejo y se echó a reír. Seguía envuelta en una toalla con el pelo suelto y enredado.

      –No soy digna –murmuró. Pero sí podía ponerse un vestido de verano de tirantes.

      En la parte de atrás del armario había encontrado una caja llena a rebosar de vestidos así. Eligió el más sencillo: uno azul brillante con tirantes que se ataban en los hombros. El color encajaba con su humor optimista y el vestido mostraba lo suficiente sin revelar demasiado.

      Se cepilló el pelo hasta dejarlo reluciente y se puso brillo de labios y rímel. ¿Por qué no? Era la primera vez en bastante tiempo que se sentía femenina y tenía acceso a esas cosas. En contrapartida, tenía que ir descalza porque no encontró sandalias que resultaran cómodas o que fueran apropiadas para caminar por la cubierta de un yate en movimiento.

      Tomó su libreta de notas y salió de la suite.

      Un miembro de la tripulación, vestido de negro, le indicó cómo llegar a la cocina. Esta, con muebles blancos y de acero, estaba inmaculada. En la pared había un hombre apoyado, charlando con un chef vestido también de blanco. Un hombre grande. El Príncipe Pirata, con aspecto tan peligroso como sugería su apodo.

      –Bienvenida –dijo Luca, volviéndose–. ¿También tienes hambre?

      –Una hamburguesa no ha sido suficiente –admitió ella.

      Él la miró de arriba abajo. A juzgar por su expresión, adivinó que no le disgustaba su aspecto.

      –¿Otra hamburguesa? –preguntó él, con una sonrisa que hizo que a ella se le acelerara el corazón.

      –Si alguien me dice lo que puedo tomar, lo prepararé yo misma –comentó ella, incluyendo al chef en sus palabras–. No quiero causar molestias. Espero que no le importe que invada su cocina.

      Luca se apartó de la pared y se colocó entre Samia y el atractivo chef.

      –Sugiero algo ligero –dijo–. Y más tarde cenaremos juntos en la cubierta.

      –Así podremos hablar de cuál va a ser mi trabajo –asintió ella–. ¿Debo ponerme elegante para cenar? –preguntó.

      Luca apretó los labios y se encogió de hombros.

      –Imagino que eso te gustará.

      Era cierto, pero todos los vestidos elegantes del vestidor eran demasiado seductores y mostrarían mucho más de lo que estaba acostumbrada a enseñar. Samia decidió que ya solucionaría eso más tarde.

      –¿Por qué no preparo algo para comer ahora y le damos un descanso a tu chef? –sugirió.

      Se volvió a lavarse las manos, sin esperar respuesta, y cuando se giró de nuevo, él había despedido al chef.

      –Tengo que empezar a pagar por mi pasaje –explicó ella–. Me sentiré mejor si hago algo. ¿Qué tal tortitas?

      Luca se echó a reír.

      –Estás contratada –dijo.

      La miró mientras cocinaba y luego comieron juntos una pila de tortitas con azúcar y limón, en la encimera y con una botella de cerveza cada uno. La conversación fluyó sin problemas hasta que él apartó su plato.

      –Te veo luego –dijo.

      Acordaron verse a las ocho en la cubierta.

      –Para cenar bajo las estrellas –comentó él, con ironía.

      Y a continuación hizo algo que ella no esperaba. Extendió el brazo y le limpió azúcar de los labios con la yema del dedo, sin dejar de mirarla a los ojos. Samia permaneció inmóvil hasta que él se apartó.

      –Estaré lista a las ocho –comentó, haciendo un esfuerzo–. Y mi informe también.

      –¿Tu informe? –preguntó él.

      –El informe del que hablamos. ¿El de la decoración?

      –Tu única tarea esta noche es llegar a cenar a las ocho en punto –le informó él.

      –De acuerdo –contestó ella.

      Luca era el dueño del yate, pero ella estaba dispuesta a pagar su pasaje de algún modo.

      Samia Smith estaba alterando su vida. Era difícil resistir la calidez y el humor de sus ojos, pero estaban también su fuerza y su desafío, y todo junto amenazaba con volverlo loco. Quizá había llegado el momento de admitir que echaba de menos un contacto humano franco y sincero. Samia decía siempre lo que pensaba, aunque a él no le gustara. Eso era algo que solo había tenido con Pietro.

      Ella parecía estar cómoda en cualquier situación y con cualquier persona, lo que la convertía en un punto fuerte para el trono. Estaba contento con su elección, solo le quedaba convencerla de que sería un marido ideal para ella.

      Se dirigió al estudio a examinar el contenido de la caja roja, donde estaban los informes que le mandaba su gente. Necesitaba más información de lo que le había contado su equipo en el email.

      QUÉ SE ponía? ¿Qué se ponía?

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