Sangre olvidada. Natalia Hatt

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Sangre olvidada - Natalia Hatt Saga Sangre enamorada

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y había conocido a la hermosa pelirroja, quizás incluso se había enamorado de ella. Pero pensar en eso era una tremenda locura; necesitaba encontrarle una explicación lógica a todo.

      Salió de su trabajo silbando, tomando el camino más directo a casa. En la segunda cuadra, vio un pequeño local de objetos antiguos y se detuvo a mirar la vidriera. Le gustó mucho un brazalete de plata antigua que tenía unos dijes en forma de extraños símbolos. Parecía el regalo perfecto para Alejandra, aunque no sabía si podría pagarlo.

      Entró al local por curiosidad y porque algo parecía llamarlo. Un moreno de unos veinticinco años que se encontraba sentado detrás del mostrador abrió la boca bien grande al verlo.

      —¿Qué haces tú aquí? ¿Qué buscas? —preguntó el muchacho, cuyos ojos eran de color ámbar. Su voz sonó un tanto hostil.

      Juliann se mostró sorprendido ante semejante actitud. ¿Quién se creía aquel para tratarlo así? Si no fuera porque se notaba que solo él trabajaba allí, habría pedido hablar con su supervisor para quejarse.

      —Quiero comprar el brazalete de plata que está en la vidriera. Pero si soy una molestia, no tengo problema en marcharme —dijo. El muchacho relajó su expresión al ver que él estaba interesado en adquirir algo.

      —Disculpa mi falta de educación —le dijo—, te he confundido con otra persona. ¿El brazalete, pues?

      —Sí —le confirmó Juliann, mientras el vendedor buscaba dicho objeto—. ¿Cuánto cuesta?

      —No quiero dinero a cambio —le respondió el moreno, como si fuera lo más normal del mundo.

      —¿Qué, entonces? —preguntó el rubio, sorprendido.

      —Este objeto es mágico y su valor no se equipara a ninguna suma de dinero —dijo el muchacho, cargando su voz de misticismo—, pero... creo que tienes algo que yo puedo querer.

      —¿Qué? —preguntó Juliann, cada vez más estupefacto.

      —Un mechón de tu cabello. —Juliann soltó una carcajada al oír tamaña estupidez.

      —¡¿Qué?! ¿Mi pelo? Me decís que el valor de ese objeto no se puede igualar en dinero. ¿Para qué puedes llegar a querer un mechón de mi pelo? Debés estar loco.

      —Eso o nada —soltó el vendedor, sosteniendo el brazalete en sus manos—. Es lo que pido, lo aceptas o lo dejas.

      —Bueno —aceptó, riéndose por dentro para no sonar maleducado—. Si estás loco, no es mi culpa. Cortá un mechón de mi pelo, tratá de no arruinarlo. No quiero que mi mujer se dé cuenta.

      —¿Entonces el brazalete es para ella? —preguntó el muchacho.

      —Pues, sí. Mi Alejandra merece algo especial.

      —¿Alejandra, eh...?

      —¿Hay algo de malo con el nombre? —preguntó Juliann, a la defensiva.

      —No, nada. Solo que es un nombre poco común por aquí. Bueno, te cortaré ese mechón de pelo antes de que se haga tarde y tu esposa se preocupe por ti. Vamos, ven y siéntate en esa silla.

      Juliann obedeció y tomó asiento en una silla antigua que estaba situada contra una de las paredes del pequeño negocio. El muchacho cogió una extraña tijera dorada que tenía sobre el mostrador, tomó un mechón también dorado y le dio un tijeretazo, quedándose con él en la mano.

      —Listo —le dijo, alcanzándole el brazalete de plata, tras ponerlo dentro de una cajita azul—. Dile a tu mujer que Ildwin le manda saludos.

      Juliann pestañeó. Ese nombre le resultaba conocido, pero no estaba seguro de cómo ni por qué. Este muchacho debía realmente estar loco. ¿Por qué habría de enviarle saludos a una mujer que ni siquiera conocía?

      —Perfecto, que tengas un buen resto del día —se despidió antes de salir nuevamente a la calle, sin olvidarse de ocultar la cajita en su bolsillo mientras caminaba nuevamente a casa. Estaba feliz de haber adquirido alto tan lindo para Alejandra y más feliz aún por haberse ahorrado los miles de dólares que el objeto realmente valía. Ella estaría muy contenta con su regalo.

      Cuando llegó a casa, ella se estaba bañando. En el suelo del cuarto extra se podían ver papeles de diario manchados con pintura. Juliann entró y reparó en el cuadro que Alejandra había comenzado. Parecía evidente que esa pieza sería una obra maestra; se la veía muy prometedora, aunque estaba en sus primeros estadios.

      —¡Ale, ya llegué! —exclamó mientras volvía a la cocina.

      —¡Hola, amor! —contestó ella desde la ducha.

      Juliann posó su portafolio en la mesa de la cocina y allí vio dos invitaciones a un bar gótico. Pensó que ella tenía ganas de ir a ese lugar, por lo que decidió que la llevaría. Mientras bebían algo sentados en una mesa, le daría el brazalete que le había comprado. La cita sería muy especial.

      —¿Tenés ganas de salir? —preguntó él, asomándose por la puerta del baño.

      Ella se encontraba detrás de la cortina, a través de la cual se podía ver la sombra de su perfecto cuerpo bajo la ducha. A él se le erizaron todos los pelos del cuerpo y le dio mucha emoción verla así, como si fuera la primera vez que observase a su mujer desnuda. Ella corrió la cortina, dejando al descubierto su cuerpo desprovisto de ropas bajo el agua y le sonrió, irradiando hermosura.

      —Pues claro, me encantaría —le dijo con una suave sonrisa—. ¿Adónde querés ir?

      —¿Qué te parece el bar para el que tenés invitaciones? Esta noche toca una banda. Seguro te gustará.

      Alejandra sonrió. Él no podía dejar de mirarla. Se sentía como un adolescente que por primera vez miraba a una mujer sin ropa. Era extraño. Ya hacía mucho tiempo que estaba con ella, y no había nada que no hubieran hecho antes.

      —¡Genial! —exclamó la hermosa mujer— ¿Querés ducharte conmigo? —lo invitó, tomando el champú para lavarse la cabeza.

      Juliann no podía negarse ante semejante oferta. Rápidamente se quitó su ropa, mientras Alejandra masajeaba su cabello repleto de espuma, y entró a la ducha con ella, posando sus manos en la espalda de su amada. Un cosquilleo comenzó a recorrer su cuerpo, mientras sus labios buscaban los de ella, uniéndose en un beso apasionado que le despertó emociones tan intensas que lo enloquecieron.

      Comenzaron a acariciarse bajo la ducha, dejando el agua tibia correr sobre sus cuerpos calientes. Alejandra dejó soltar un suave gemido cuando las caricias se volvieron más intensas. Juliann quería hacerla suya, suya para siempre. Nadie podría quitarle a su amada y él lucharía para mantenerla a su lado bajo cualquier circunstancia.

      Las intensas caricias lideraron el camino a mucha más pasión y Juliann pronto sacó a Alejandra de la ducha para llevarla en sus brazos a su habitación y posarla sobre la cama, sin preocuparse por el hecho de que ambos estaban aún empapados. Sus cuerpos se encontraban listos para unirse en uno solo, para dejarse llevar por el más intenso y ardiente deseo.

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