La felicidad de la familia. Osamu Dazai

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La felicidad de la familia - Osamu Dazai Candaya Narrativa

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importa si me llevan preso. No lo haré mientras sigan simulando que actúan a favor de la ley. Estaba como loco, me habían sacado de quicio. La rabia no me daba tregua, y de nuevo se me saltaron las lágrimas.

      A pesar de mi indignada reacción, quiero que sepan que no tengo ningún interés en la política. No me quiero hacer el tonto. No va con mi forma de ser. Simplemente, me parece un fastidio. Mi visión del mundo apunta siempre hacia el “hogar” de los humanos.

      Esa noche me tomé el tranquilizante que me había recetado mi médico unos días antes. Cuando me calmé un poco, decidí dejar de pensar en la actual situación política y económica de Japón. Y me dediqué a imaginar cómo sería la forma de vida de esos distinguidos funcionarios gubernamentales.

      Esas risas tontas no son necesariamente objetos de burla que pretendan despreciar a la gente. No, no se trataba de eso. Eran risas para preservar su propia integridad y su posición social. Con ellas se protegían y eludían los severos ataques de sus enemigos. Es decir, eran risas camufladas.

      Y, mientras me quedaba dormido, aquella fantasía comenzó a desarrollarse de la siguiente manera:

      Después del debate callejero, el funcionario se sintió tranquilo y se secó el sudor. Más tarde, con el rostro un tanto congestionado, decidió regresar a su despacho.

      –¿Cómo ha ido todo?

      Uno de sus subordinados le había lanzado la pregunta, y él le mostró una sonrisa forzada.

      –Mira, ya estoy harto– respondió.

      Otro de sus subordinados, que había estado en el lugar del debate, intervino con ánimo de adularlo.

      –No, no. ¿Por qué dice eso? Usted logró dar una respuesta certera y apropiada en medio de aquel caos.

      –La palabra ‘respuesta’ (taito) en ideogramas chinos significa también ‘espada’ o ‘sospechosa’ –dijo con una sonrisa sesgada, aunque por dentro pensaba que no era para tanto, que el episodio no había sido tan molesto.

      –No es nada gracioso –agregó–. De hecho, la estructura de mi cerebro es distinta a la naturaleza de tales interrogantes. ¿Acaso han olvidado que somos un gran ejército de…

      El subordinado se dio cuenta de que lo había adulado demasiado e intentó cambiar de tema:

      –¿Cuándo van a transmitir la grabación de hoy, señor?

      –No lo sé.

      Él lo sabe, pero le conviene decir que no, para que no lo vean como una persona complaciente. Puso entonces una cara seria, como si ya se hubiera olvidado de los sucesos de hoy. Luego dio inicio a sus labores habituales con un dejo de pereza.

      –No importa, estaré a la espera de la transmisión.

      De nuevo, el subordinado lo había adulado, esta vez en voz baja. Pero era mentira que esperara la transmisión del programa con ansiedad. De hecho, la noche de la emisión saldría a tomarse unos tragos de pésima calidad en un bar de mala muerte, y mientras estuvieran trasmitiendo el programa del debate callejero, él estaría vomitando.

      El único que aguardaba con verdadera emoción el programa de radio era el mismo funcionario que había participado en la grabación. Y también su familia, por supuesto.

      Finalmente, llegó la noche de la transmisión. Ese día, el funcionario volvería a su casa una hora antes de lo acostumbrado. Y media hora antes del inicio de la emisión del programa, todos los miembros de la familia se reunirían alrededor de la radio sin poder disimular su nerviosismo.

      –En unos instantes, a través de esa caja, van a escuchar la voz de su padre –informa la esposa del funcionario, con la hijita más pequeña en sus brazos.

      El niño, que estudia primero de secundaria, espera tranquilo y sereno, sentado en el suelo con las manos en las rodillas, el comienzo de la transmisión. Es un chico en verdad hermoso y su rendimiento en la escuela es más que notable. Admira a su padre con todo su corazón.

      Inicio de la transmisión.

      El padre comenzó a fumar como si nada. Sin embargo, apagó de inmediato el cigarrillo. No se había dado cuenta de que estaba apagado y le dio de nuevo otra calada, luego lo dejó como abandonado entre sus dedos. La reproducción de su intervención lo satisface más de lo esperado. No había ningún error, seguro que tendría una gran aceptación entre sus superiores. Había resultado todo un éxito. Además, se estaba transmitiendo a lo largo y ancho de Japón. Observó los rostros de los miembros de su familia. En todos brillaba el orgullo y la satisfacción.

      La felicidad de la familia. La paz del hogar.

      Era la máxima gloria de la vida.

      No se trataba de una ironía ni de nada parecido. Estábamos ante una escena a todas luces hermosa, pero aguarden un momento:

      El proceso de mi fantasía se había detenido momentáneamente. Un extraño pensamiento se había infiltrado en mi cerebro. La felicidad de la familia. ¿Acaso no es eso lo que todos deseamos? No estoy bromeando. La felicidad de la familia es el máximo objetivo de nuestras vidas y lograrlo sería el mayor goce que podemos imaginar. Probablemente, sea ésta nuestra última victoria.

      Sin embargo, aquel maldito me había hecho enojar, incluso llegué a llorar.

      La fantasía que había imaginado mientras dormía experimentó un cambio abrupto.

      De pronto surgió en mi mente el tema para un nuevo relato. En éste ya no aparece aquel funcionario. Desde el principio, su existencia había sido el producto de mi imaginación mientras me hallaba enfermo.

      … Es un hogar completamente feliz y en paz. El nombre completo del protagonista es, digamos, Shuji Tsushima. En realidad ése es mi nombre verdadero, el que aparece en mi acta de nacimiento. Si utilizo un nombre ficticio, existe la posibilidad de que coincida con el de alguna persona y no me gustaría causarle a alguien este tipo de molestia, sería embarazoso para mí que sucediese una confusión semejante, así que para evitar males mayores utilizaré mi propio nombre.

      El lugar donde trabaja Tsushima puede estar en cualquier lado. Basta que sea un distinguido funcionario público. Como acabo de hacer mención al acta de nacimiento, vamos a suponer que nuestro personaje es el encargado de las actas en una oficina municipal. Podría ocuparse de cualquier otra cosa, en realidad eso no importa. Ahora que ya tenemos listo el tema, una vez que definamos dónde trabaja Tsushima, podemos ir armando la trama.

      Shuji Tsushima trabajaba en una oficina municipal en algún lugar de Tokio. Era el encargado de las actas de nacimiento. Su edad: treinta años. Sonreía siempre. No era apuesto, pero parecía sano, como quien dice, tenía buena pinta. La anciana encargada de repartir las raciones de comida en la oficina había dicho que por el solo hecho de hablar con el señor Tsushima se le olvidaban todos sus sufrimientos. Tsushima se había casado a los veinticuatro años. A su primogénita, que tiene seis años, le sigue un niño de tres. Son cinco los miembros de su familia: los dos niños, su esposa, su anciana madre y él. Y lo más importante, su hogar era feliz. Hasta el momento, en lo que se refiere a su trabajo en la oficina, no había cometido ningún error y se le consideraba un funcionario ejemplar. También era un modelo de esposo y un amantísimo hijo. Y, por supuesto, un excelente padre. No bebía sake y tampoco fumaba. Simplemente no le gustaba hacerlo. Su esposa había vendido todas sus pertenencias en el mercado negro para comprar

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