A merced de la ira - Un acuerdo perfecto. Lori Foster
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Estuvo largo rato mirándola. Por una vez, en vez de estar en guardia, su expresión parecía serena y apacible.
Pero estaba dormida, y drogada.
Trace no pudo apartar las manos de ella, de la cálida piel de sus brazos, de la seda de su pelo. La coleta le parecía una tortura, le tiraba del cuero cabelludo. Sintiéndose un canalla, sacó su navaja, levantó el pelo y con la punta de la hoja cortó la goma.
Priss no se movió.
Tras masajear su cuero cabelludo desplegó su larga melena sobre su regazo y sintió su frescura y su peso.
¿Por qué se atormentaba de aquel modo? No iba a aprovecharse de ella. Haría bien en volver a abrocharle el cinturón y ponerse en marcha de una vez.
El gato saltó al asiento para mirarlo más de cerca. Trace acarició su oreja y Liger le respondió con un suave maullido.
–No voy a hacerle daño –pero sabía que ya se lo había hecho.
El gato se acurrucó junto a Priss y comenzó a ronronear. Se salía del asiento, pero no pareció importarle.
Solo quería estar junto a Priss.
Al menos el gato confiaba en él, pensó Trace. Era un comienzo.
Colocó bien a Priss en su asiento, le abrochó el cinturón y dejó que Liger se acomodara a su lado. Luego puso en marcha la camioneta y salió del garaje.
Teniendo a su lado el cuerpo cálido y sensual de Priss, iba a ser un viaje muy largo.
Priss notó, aturdida, que la radio había dejado de sonar y ya no se movían.
El silencio se cerró a su alrededor.
Confusa, abrió un ojo y vio a Trace tras el volante de lo que parecía ser el salpicadero de una vieja camioneta. La ventanilla estaba bajada y él estaba hablando hacia fuera, dirigiéndose a un interfono.
–No nos han seguido, pero voy a necesitar un par de minutos para despertarla.
Otra voz, profunda y dulce, se oyó por el interfono, pero Priss no entendió lo que decía.
–Sí –contestó Trace–. Lleva mucho tiempo fuera de combate.
¿Fuera de combate? Intentó pensar, pero le dolió la cabeza. La camioneta avanzó lentamente y se detuvo debajo de una sombra.
Poco a poco, a medida que fue despejándose la niebla, los recuerdos se agolparon en su cabeza.
Habían ido a un garaje. Habían desayunado. Había hablado con Trace, él la había besado…
Había bebido agua.
Ay, Dios.
¡Trace la había drogado!
¿Cuánto tiempo había estado inconsciente? ¿Qué le había hecho él? Intentó hacer un repaso de su cuerpo, pero aparte del aturdimiento, todo parecía en orden.
Tuvo que hacer un esfuerzo para ocultar que estaba despierta, para no abalanzarse furiosa sobre Trace.
¿Dónde estaban y qué pensaba hacer con ella? Sintió que se acercaba a ella. Aspiró su olor, le oyó decir:
–No pasa nada, pequeño. Seguro que necesitas un descanso. ¿Verdad? Aunque te has pasado casi todo el viaje durmiendo.
Estaba hablando con Liger. Priss sintió pasar junto a ella la cola peluda del gato y empezó a asustarse. No permitiría que Trace ni cualquier otra persona hiciera daño a Liger. En realidad era absurdo pensarlo porque Trace había querido proteger al gato, pero ¿cómo iba a fiarse de él después de haberla engañado para que bebiera el agua cargada con somníferos?
–Madre mía –dijo otra voz fuera de la carretera–. ¿Seguro que eso es un gato doméstico?
–Sí, y además muy cariñoso –la puerta del conductor se abrió–. No seas miedica, Chris. Es dócil como un corderito.
Un hombre se rio.
–Dámelo. Voy a ver qué les parece a las chicas de Dare.
El asiento se movió bajo ella.
–Pero ten cuidado. No quiero que se asuste de ellas.
–Vaya, sí que eres grande, ¿eh, muchacho?
Liger respondió con un dulce maullido y el hombre se rio otra vez.
–Descuida, Trace, cuidaré bien de él.
Priss reconoció el nombre de Dare. Había oído a Trace hablar por teléfono con alguien llamado así. Pero ¿quién era Chris? ¿Y sus chicas? ¿Dónde la había llevado Trace y por qué? Al menos sabía que no pensaban hacer daño al gato. Oyó a Chris hablando con Liger y haciéndole carantoñas para que se calmara. Y le había parecido bastante sincero cuando le había dicho a Trace que cuidaría de él.
Así pues, su gato estaba a salvo… pero ¿y ella?
Aunque tenía aún los miembros abotargados y la cabeza rellena de algodón, movió despacio la mano y se desabrochó el cinturón de seguridad. Consciente de que Trace estaba mirándola, mantuvo los ojos cerrados. Él tocó su mejilla, le movió la mandíbula y el mentón.
–¿Priss? –sus dedos eran tan cálidos, tan suaves…–. Vamos, cariño, ya has dormido bastante.
¿Cariño? ¿Cómo se atrevía?
Priss reaccionó sin previo aviso. Levantó el puño velozmente, directo hacia la nariz de Trace, pero en el último instante él se volvió y ella le golpeó en el ojo izquierdo. Trace se echó hacia atrás, maldiciendo. Priss levantó los pies, pegó las rodillas al pecho y le propinó una patada en el esternón.
Él cayó hacia atrás por la puerta abierta de la camioneta. Veloz como un rayo, Priss abrió la puerta de su lado, pero tenía las piernas tan débiles que cayó de bruces al suelo. Con el corazón acelerado, se levantó y, tras echar una última ojeada a Trace, dio un salto adelante… y chocó con algo sólido como una roca. Retrocedió tambaleándose. Unos brazos de acero la rodearon y la apretaron con fuerza.
Priss comenzó a forcejear como una loca, intentando soltarse. Utilizó todos los métodos de escapada que había aprendido, pero no consiguió desasirse lo más mínimo. Enseguida llegó Trace.
–Suéltala, Dare.
Sin una palabra, el hombre que la sujetaba abrió los brazos y Priss acabó aplastada contra el pecho de Trace.
–No pasa nada, cariño –dijo su voz baja y melodiosa en tono de disculpa–. Tranquila, nadie va a hacerte daño.
El latido frenético de su corazón se aquietó. Por razones que no pudo entender, se sintió… segura. Era de Trace de quien había intentado escapar, de Trace, que le había puesto algo en el agua. Y sin embargo, mientras la sujetaba y la mecía en sus brazos, le había