Desierto de tentaciones. Michelle Conder

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Desierto de tentaciones - Michelle Conder Bianca

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a otro. Porque la alternativa: casarse con el hombre que quería su padre, le resultaba insoportable.

      Rafe miró a su alrededor en el salón de baile del Palacio de Verano de Santara, un lugar en el que había pasado muchos años formándose, con emociones encontradas. Intentaba no ir mucho por allí, no solo porque no tenía buenos recuerdos, sino porque cuando se había marchado de Santara, siendo todavía adolescente, había cortado todos los vínculos con aquella nación.

      Y no se arrepentía de ello. No echaba de menos su vida allí. No echaba de menos que el sol brillase abrasadoramente durante casi todo el año, ni la interminable lista de obligaciones que le había puesto su padre como segundo heredero al trono de Santara. El hijo menos importante cuya necesidad de vivir su propia vida nunca había sido entendida por el rey.

      –Tienes suerte de haber nacido príncipe –le había dicho con frecuencia su padre–. Si no, no valdrías nada.

      Su padre había sido un hombre duro e intolerante, que nunca había consentido que le llevasen la contraria.

      Rafe había aprendido a no preocuparse, a desconectar de su padre. Y a pesar, o, tal vez, gracias a la convicción de su padre de que no sería nadie en la vida, había conseguido tener éxito.

      Se había liberado de las obligaciones de su título y había vivido la vida con sus propias reglas. Aunque su padre no había estado ahí para verlo. Su muerte, cuando él tenía dieciocho años, había sido una liberación. O quizás hubiese sido su hermano el que lo había liberado al asumir la corona con diecinueve años y darle permiso para desplegar las alas.

      Por aquel entonces, Rafe acababa de volver de estudiar en Estados Unidos y no había sido capaz de reconocer el esfuerzo que su hermano había hecho por él, asumiendo solo todas las obligaciones sin pedirle nada a él.

      Con el tiempo, habían ido perdiendo la estrecha relación que habían tenido de niños y en esos momentos Rafe no sabía cómo salvar aquella distancia sin perderse en el proceso. No obstante, sabía que debía estarle agradecido a Jag, aunque su hermano no pensase lo mismo.

      Decidió dejar de pensar en aquello y se dijo que aquel era el motivo por el que no le gustaba volver a casa. Los recuerdos, la sensación de opresión y pesadez, no formaban parte de su vida en esos momentos. Una vida basada en el placer, la belleza y la libertad. Una vida que transcurría sobre todo en Inglaterra, donde había compaginado sus estudios en Cambridge con su primera inversión en tecnología para después comprar su primer bar y club nocturno. Había quien decía que tenía buena mano, una capacidad innata para hacer lo que su clientela quería y transformar cualquier local en el lugar de moda de la ciudad.

      Lo que, con frecuencia, también lo convertía a él en el hombre de moda de la ciudad y hacía que muchas mujeres intentasen hacer que cambiase su estado de soltería, cosa que no tenía intención de hacer. Jamás. Su experiencia le decía que el factor novedad pasaba y, además, tenía el ejemplo del tumultuoso matrimonio de sus padres para pensar que esta no era una institución en la que quisiese participar.

      Era mucho mejor divertirse mientras durase y después pasar página sin hacer daño a nadie. Y si la prensa rosa quería ponerlo de príncipe mujeriego, le daba igual.

      Jag no lo entendía.

      Y seguía enfadado con lo ocurrido el año anterior con la heredera francesa. Rafe no había tardado en aburrirse de aquella fiesta y se la había llevado a su jacuzzi, del que ella había puesto fotografías en las redes sociales, con él. Si Rafe hubiese sabido que su hermano estaba en importantes negociaciones con el padre de la chica, le habría pedido que dejase su teléfono fuera de la habitación.

      Por ese motivo, le había prometido a Jag que esa noche se portaría bien. Algo injusto, teniendo en cuenta que últimamente siempre se portaba bien.

      Vio a su hermana avanzando hacia él entre los grupos de invitados perfectamente ataviados para la ocasión.

      –¿Has desplumado a un avestruz? –bromeó Rafe mirando las coloridas plumas de su falda.

      –Muy gracioso –le respondió Milena–, pero a mí me encanta el vestido y todas las plumas son de las que se les han caído a los animales. ¿Por eso sonreías así hace un momento, como si no estuvieses tramando nada bueno?

      –Me estaba acordando de una heredera francesa a la que conocí en este mismo lugar el año pasado.

      –Por favor –comentó Milena, poniendo los ojos en blanco–, que no te oiga Jag mencionar el tema.

      –Tiene que relajarse. Al final consiguió cerrar el trato con su padre, así que todos salimos ganando.

      –Pero no fue gracias a ti –replicó ella–. ¿Cuándo vas a empezar a salir con mujeres a las que respetes y vas a…?

      –No lo digas –se estremeció Rafe–. En cualquier caso, le he prometido a nuestro hermano que esta noche me portaría bien, así que no te preocupes.

      Sonrió de oreja a oreja a su hermana a pesar de que eso no la tranquilizaría. Tenía seis años menos que él, solo veinticuatro, pero lo conocía muy bien.

      –Eso me preocupa todavía más –admitió Milena–. Y, hablando de Jag, tendrías que echarle una mano. Tiene demasiadas responsabilidades él solo.

      –¿Como por ejemplo?

      –El tema de Berenia.

      –¿Todavía? –preguntó Rafe, arqueando una ceja.

      –Oh, ahí está Jag, buscándonos. De hecho, yo había venido a buscarte a ti para hacernos las fotos oficiales.

      –Vamos –dijo Rafe en tono divertido.

      Sonreiría y asentiría a su hermano para que este no tuviese de qué quejarse al final de la noche. Y, al día siguiente, volvería a su vida normal.

      –Rafa –lo saludó Jag en tono tenso–. No sabía si podrías venir este año.

      –Nunca me lo pierdo, sobre todo, si también asiste alguna heredera francesa.

      –¡Rafa! –lo reprendió Milena–. Lo has prometido.

      Él se echó a reír.

      –No te preocupes, Jag sabe que es solo una broma.

      –Jag tiene la esperanza de que sea una broma –murmuró su hermano–. Que te dedicases a fastidiar a nuestro padre en el pasado no significa que tengas que seguir haciéndolo conmigo.

      –No tengo esa intención –le respondió Rafe sonriendo–. He oído que tienes problemas con Berenia.

      –Ni me hables del tema. No hay personas más testarudas en el mundo.

      Un fotógrafo se detuvo delante de ellos.

      –Es probable que la iluminación sea mejor en la última columna, Majestad. ¿Le importa que nos movamos en esa dirección?

      –En absoluto –le contestó Jag.

      Miró a su alrededor entre la multitud, sonrió e hizo un gesto con el dedo índice para llamar a alguien. Rafe siguió su mirada y vio a la esposa de Jag, que estaba embarazada y muy guapa.

      Cuando

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