Desierto de tentaciones. Michelle Conder

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Desierto de tentaciones - Michelle Conder Bianca

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noches, Majestad –le dijo Rafe a su nueva reina–. Estás tan bella como siempre.

      Tomó su mano y se la llevó a los labios.

      –Si te cansas del estirado de mi hermano…

      –Rafa… –le advirtió Jag.

      La reina Regan se echó a reír y agarró a su hermano del brazo.

      –Eres un demonio, Rafaele –comentó sonriendo–. No pienses que es fácil conseguir que una mujer embarazada se ruborice. ¿Dónde está tu acompañante? Tengo entendido que estás saliendo con una modelo española. ¿Cómo se llama?

      –Estela, pero, por desgracia, teníamos distintas prioridades y hemos roto.

      –Te veo muy abatido –dijo Regan, arqueando una ceja–. ¿Puedo saber cuáles son esas prioridades?

      –Si habéis terminado ya de coquetear –los interrumpió Jag–, el fotógrafo nos está esperando.

      –Lo siento –se disculpó Regan–, pero soy una mujer casada y me gusta que Rafaele me cuente sus interesantes aventuras.

      –Luego te contaré yo una historia interesante –le prometió Jag–. Por el momento, sonríe e imagínatela.

      –No sé qué tienen estos dos, pero yo no lo quiero –murmuró Rafe mientras se colocaba al lado de su hermana.

      –Se llama amor –le contestó esta–. Y yo estoy desando vivirlo.

      –No te enamores de nadie sin que yo le dé el visto bueno antes –le advirtió Rafe.

      –Seguro. Eres igual que Jag. No sabéis cuánto os parecéis.

      Rafe pensó que estaba equivocada, pero no protestó. En su lugar, sonrió y pellizcó a su hermana en el costado justo en el momento en el que el fotógrafo hacía la instantánea. Milena le respondió con una patada y ambos compitieron por ver quién hacía reaccionar antes al otro.

      Dos horas después, aburrido, Rafe ya estaba pensando en subirse al jacuzzi solo cuando la vio. Era impresionante, con el pelo moreno, la piel suave color caramelo y un perfil elegante. Sus delicadas facciones se veían complementadas por un cuerpo esbelto y unas piernas muy largas.

      Supo, sin haber hablado con ella, que sus cuerpos encajarían bien. Y se sintió intrigado por el color de sus ojos y el sabor de sus labios. Quiso sentir el calor de su piel y devorarla con la mirada mientras le quitaba lentamente aquel vestido por primera vez.

      Ella se giró, como si lo hubiese sentido, y sus miradas se cruzaron.

      Rafe la vio ruborizarse y sonrió.

      Porque sabía que esa noche serían amantes. Esa noche, y la siguiente. Solo esperaba que no fuese de esas mujeres a las que les gustaba hacerse las duras, aunque eso solo haría que le interesase más, aunque eso era difícil, porque aquella mujer no habría podido interesarle más ni aunque hubiese querido.

      Capítulo 2

      ALEXA sintió la mirada del príncipe Rafaele y se dijo que aquel era el momento que había estado esperando. El momento de presentarse, aunque probablemente no hiciese falsa porque seguro que él ya sabía quién era. No obstante, se presentaría, empezarían a charlar y…

      Volvió a centrar la atención en el hombre que tenía delante, un noble ruso cuyo linaje databa de la época de Pedro el Grande, que le estaba hablando de su tren de vapor de juguete. Alexa pensó que aquel hombre no le serviría si el príncipe Rafaele se negaba a ayudarla. Lo único que podía fingir a su lado era una sonrisa, e incluso aquello le resultaba difícil.

      –¿Puedo interrumpir? –preguntó una voz masculina y profunda a su lado.

      Ella esperó que perteneciese al príncipe Rafaele, pero se giró y vio decepcionada que no era él y que tampoco estaba en el lugar en el que lo había visto por última vez.

      Sorprendida de que el príncipe la hubiese mirado con tanto descaro para después desaparecer, sonrió al hombre que acababa de pedirle que bailase con él.

      En realidad, no quería bailar, pero pensó que tal vez sus nervios se calmarían un poco con algo de movimiento.

      El príncipe la había recorrido de arriba abajo con la mirada y eso la había desconcertado y había hecho que se pusiese a sudar. Había sabido que era muy guapo, lo había visto en fotos antes, pero en persona… En persona lo era todavía más. Era más carismático, más poderoso, más sensual, más… todo.

      Más alto que las personas que lo rodeaban, de hombros anchos y caderas estrechas, con el pelo oscuro y relativamente largo, la mandíbula cuadrada y unos labios perfectamente esculpidos.

      Le había recordado al rey Jaeger, pero en una versión más sexy.

      Porque el rey Jaeger nunca le había parecido sexy, sí poderoso e intimidante, pero jamás había conseguido hacer que el corazón se le acelerase como cuando el príncipe Rafaele la había mirado.

      Alexa se sintió culpable por estar perdida en sus pensamientos y no hacerle caso al hombre con el que estaba bailando e intentó hacer algún comentario interesante.

      –Siento interrumpir, lord Stanton, pero han llamado de su despacho. Han dicho algo acerca de una prueba de paternidad.

      –¿Cómo? –inquirió su pareja de baile, soltándola al instante y frunciendo el ceño al hombre con el que Alexa llevaba toda la velada intentando coincidir–. Eso no puede ser cierto.

      El príncipe Rafaele se encogió de hombros.

      –Yo solo soy el mensajero.

      Alexa frunció el ceño y lord Stanton se disculpó atropelladamente y salió de la pista de baile.

      –Permítame –dijo el príncipe, tomándola entre sus brazos y acercándola a su cuerpo mucho más de lo que lord Stanton lo había hecho.

      Ella tardó un momento en darse cuenta de que había hecho aquello a propósito, y de que era probable que no hubiese ninguna prueba de paternidad.

      –Eso no ha estado bien –lo reprendió–. Le ha dado un buen susto al pobre lord Stanton.

      –Solo porque no es la primera vez que le ocurre.

      –¿En serio? –preguntó ella sorprendida–. ¿Cómo lo sabe? ¿Es amigo suyo?

      –Lo sé todo, pero no, no es amigo mío.

      –Pues no se va a poner contento cuando averigüe que le ha mentido.

      –Es probable, pero lo primero es lo primero. Ese acento suyo no es francés, ¿verdad?

      –No.

      –Bien –respondió él, acercándola a su cuerpo todavía más–. Ahora ya puedo disfrutar de la sensación de tenerla entre mis brazos.

      Ella contuvo la respiración, era demasiado consciente del calor del cuerpo

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