Seducción temeraria. Jayne Bauling

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Seducción temeraria - Jayne Bauling Bianca

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te lleva a casa tu novio?

      –Acabamos de romper –reconoció ella, a la que no le gustó la expresión del rostro de Richard–. Pero no por nada de lo que me has dicho antes, así que deja de mirarme así. Serle es un miserable; empezaba a sospecharlo antes de que me lo advirtieras y acaba de confirmármelo.

      –Y no has perdido ni un segundo en cortar con él –comentó Richard con satisfacción–. Nosotros te acercaremos a casa.

      –¿Tú y la princesa de las joyas?

      Richard rió y Challis sintió que se le ponía la carne de gallina.

      –No sé si lo de «princesa» le parecerá demasiado bajo para ella. Quizá «reina»… –bromeó él–. Bueno, ¿estás lista?

      Challis consideró la propuesta unos segundos y aceptó por mera curiosidad. Ese hombre era diferente a todos los que había conocido hasta entonces. La fascinaba. Y su curiosidad se extendía hasta su novia, prometida, amante o lo que quiera que Julia Keverne fuese. Se moría por saber qué clase de mujer podía atraer a un hombre tan sensual y masculino; qué clase de mujer podía convertir la calidez de sus ojos en una llama fogosa.

      –Sí –respondió por fin.

      –¿Dónde vives? –le preguntó Richard, después de que éste le presentara a Julia.

      –En Rosebank, cerca de la cafetería donde nos conocimos.

      –Entonces será mejor que me dejes a mí primero, Richard –sugirió Julia con sencillez.

      –Es más lógico, sí –convino él.

      De modo que no iban a pasar la noche juntos, pensó Challis, algo avergonzada por lo que había imaginado. A no ser que regresara con Julia después de dejarla a ella en casa.

      Su coche era, tal como había esperado, lujoso, compacto y de diseño conservador.

      –Así que trabajas para Sounds FM, ¿no, Challis? –le preguntó Julia desde el asiento del copiloto–. Creo que en tu emisora suenan algunos de los artistas que mis padres y yo patrocinamos. Me temo que no la he oído mucho, aunque creo que el estilo de Kel encaja con Sounds, ¿verdad, Richard?

      –Encaja demasiado –contestó él con sarcasmo.

      –Debe de ser muy entretenido tener un programa orientado a los jóvenes –prosiguió Julia–. Seguro que te diviertes mucho. ¿Qué piensas hacer más adelante?

      –¿Después de perder el tiempo con mi programa? –contestó a la defensiva–. Me gustaría reemplazar a Miles Logan al mando de la emisora –añadió.

      –Sí que eres ambiciosa –comentó Julia con sincera simpatía–. Ya hemos llegado –añadió a continuación.

      Julia seguía viviendo en la casa de sus padres, la cual estaba protegida por un gran sistema de seguridad y varios guardias uniformados.

      –En seguida vuelvo –le dijo Richard a Challis, después de que éste y Julia hubieran salido del coche–. Ponte delante mientras tanto – añadió.

      Decidió que les daría cinco minutos y, si para entonces no había regresado Richard, llamaría a un taxi. Pero Richard no tardó en volver.

      –Esa mujer necesita poner un poco de alegría en su vida –se atrevió a comentar Challis mientras se ponían el cinturón de seguridad.

      –Lo dices en serio, ¿verdad? –contestó Richard–. Sí, tienes razón. Necesita divertirse más.

      –Y tú no puedes ayudarla porque a ti te pasa lo mismo –lo pinchó ella.

      –Divertirse no es siempre… posible –contestó Richard en tono enigmático.

      –¿Porque eres empresario? ¿Es un lastre la responsabilidad de ser tan rico? Serle dice que Julia es la heredera de los Keverne.

      –Parece que nos tienes muy bien encasillados –contestó Richard tras una breve pausa–. ¿Por eso estás siendo tan comprensiva? ¿Tienes la esperanza de librarnos de nuestros lastres económicos?

      –Y la peor de las cargas es que el dinero te hace ser desconfiado –fue la respuesta de Challis, disgustada por la insinuación de Richard–. ¿Se puede saber cuándo te he dado motivos para que pienses así de mí?

      –Intentaste enganchar a Kel –contestó Richard con frialdad.

      –Ya te lo expliqué. Él fue quién me persiguió, ¿es que no me crees! –preguntó irritada–. Además, no he vuelto a ponerme en contacto con él.

      –Cierto –reconoció Richard mientras salían de la mansión de los Keverne–. Perdona, confieso que me cuesta confiar en los demás. Tú hablas de todo con mucha ligereza y yo me tomo las cosas demasiado en serio…

      –No deja de asombrarme tu sinceridad –comentó Challis, conmovida por el tono vulnerable que había advertido en la voz de Richard–. Puede que yo debiera ser igual de sincera conmigo misma, pero es que nunca me he parado a pensar demasiado cómo soy… Quizá pueda empezar diciendo que no pretendo hacer daño a nadie.

      –Es un buen comienzo… ¿Pero qué pasa con Miles Logan? Dijiste que tenías su consentimiento para fichar a Kel, ¿pero sabe también que quieres reemplazarlo al mando de la emisora?

      –¡Por supuesto! Él quiere que lo sustituya –le aseguró Challis–. Las emisoras pequeñas sufren cambios constantemente. Son un trampolín para conseguir contactos; por ejemplo, a Miles le gustaría dirigir un canal de televisión. Él me ha elegido como su sucesora y la productora está de acuerdo en formalizar la situación con un nuevo contrato.

      –¿Y ésa es tu máxima ambición?, ¿dirigir la emisora?

      –No estoy segura. Lo más probable es que luego me cambiara a algún otro sitio, o que aceptara doblar más documentales y anuncios… si es que no me da por tener algún niño –bromeó Challis–. Pero, aunque lo tuviera, estoy segura de que podría hacerlo compatible.

      –Estoy convencido.

      –El único problema es que estar a cargo de Sounds puede ser muy tentador: ya sabes, sentirse el tiburón de una pecera pequeña – prosiguió ella–. Por otra parte, reconozco mis limitaciones.

      –Eso sí que es una sorpresa –rió Richard.

      –No sé, procuro ser realista. Creo que tengo lo que hace falta para hablar en la radio.

      –Seguro que no tendrás problemas para hablar; pero puede que seas demasiado subjetiva –observó él.

      –¿Me crees incapaz de ser objetiva? –preguntó, dispuesta a discutírselo.

      –Para mí, la objetividad es algo que se adquiere con la madurez.

      –¿Y estás seguro de que eres lo suficientemente mayor como para saberlo? –atacó entonces ella.

      –Pensaba que me tomabas por un anciano.

      –Sí, puede que haya sugerido algo así; pero

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