La noche del dragón. Julie Kagawa

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La noche del dragón - Julie Kagawa La sombra del zorro

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nosotros con docenas de manos, arañando con sus dedos llenos de garras. Daisuke-san giró y dio vueltas alrededor de ellos, su espada se volvió un manchón borroso y las extremidades cercenadas comenzaron a caer al suelo. Tatsumi gruñó mientras saltaba en el aire, blandiendo a Kamigoroshi para atravesar por el medio a una pila de cadáveres. Los cuerpos emitieron desagradables sonidos al ser cortados, y el hedor que manaba del montículo hizo que mis ojos lloraran y mi estómago se revolviera.

      Sacudiendo la sangre de su espada, Tatsumi se giró hacia otro de los montículos, pero las extremidades de los cadáveres apilados se retorcieron y se volvieron a levantar como dos entidades separadas más pequeñas que se abalanzaron hacia él una vez más. A unos metros de distancia, Daisuke-san estaba luchando por mantener la distancia entre él y un par de montículos de cadáveres. Sin importar cuántas extremidades cortara, cuántas cabezas desmembrara, las pilas seguían llegando.

      —¡Yumeko!

      La voz de Reika ojou-san resonó, aguda y asustada. Me di la vuelta justo cuando una sombra cayó sobre mí por detrás, con una docena de manos arañándome desde todos los ángulos. Solté un grito y envié una ola de fuego fatuo a las muchas caras del monstruo, lo que hizo que éste se encogiera de miedo, pero sin detenerse. Una mano fría y húmeda me sujetó por la muñeca y me arrastró. Grité de asco y horror.

      —¡Purificar!

      Un ofuda pasó a toda velocidad más allá de mi cabeza y se pegó a la masa pútrida del monstruo que me había sujetado. Con un estallido de luz espiritual, parte del montículo fue arrojado en pedazos. Retrocedí tambaleante, con los dedos del brazo cercenado todavía aferrados a mi muñeca, mientras la pila de cadáveres aullaba y se transformaba en un montículo de muertos. Éste avanzó vacilante una vez más, pero el enorme bulto carmesí de Chu se estrelló contra él con un rugido, y lo echó atrás.

      —Puaj —sacudí mi brazo rápidamente para soltar los dedos que todavía se enroscaban alrededor de mi muñeca—. Esto no está funcionando, Reika ojou-san —jadeé. Detrás de mí, escuché el furioso gruñido de Tatsumi y el chasquido de su espada desgarrando los montículos de cadáveres, y vi el destello de la espada de Daisuke-san mientras cortaba extremidades y cuerpos, pero siempre había más—. ¿Cómo matamos cosas que ya están muertas?

      —Los cadáveres son sólo títeres —espetó Reika ojou-san, agachándose mientras una mano pálida la arañaba—. Elimina a los titiriteros, y cortarás las cuerdas.

      —¡Oh! —exclamé, y miré a las brujas, sonriéndonos en el borde del desván, y luego a Okame-san, que se encontró con mi mirada a través de las cosas muertas—. ¡Okame-san!

      —¡Yo me encargo! —sin dudarlo, el ronin levantó el arco y lanzó tres disparos rápidos al trío de brujas de sangre que estaban sobre nuestras cabezas. Las flechas volaron infaliblemente hacia sus objetivos, pero justo antes de alcanzarlas, golpearon un muro invisible de fuerza que las hizo desviarse. Por un momento, una barrera parpadeó a la vista, rodeando a las brujas de sangre en una cúpula negra y roja. La hechicera principal soltó una carcajada.

      —Luchen y esfuércense todo lo que quieran, patéticos mortales —dijo entre dientes—. Nadie detendrá el glorioso regreso del Maestro Genno.

      —¡Reika ojou-san! —llamé, saltando hacia atrás y arrojando fuego fatuo a la cara de un cadáver, aunque con poco efecto—. Hay una barrera…

      —La vi —la miko lanzó una mirada de absoluto disgusto al trío de brujas antes de sacar otro ofuda de su haori—. Sólo necesito un minuto —sostuvo la tira de papel con dos dedos y la llevó a su cara—. Mantenlos lejos de mí mientras tanto.

      —¡Minna! —llamé, mientras Chu se abalanzaba entre su señora y un par de montículos de cadáveres que se arrastraban hacia ella—. ¡Todos! ¡Protejan a Reika ojou-san!

      De inmediato, Tatsumi y Daisuke-san retrocedieron para flanquear a la doncella del santuario, mientras que Okame-san, Chu y yo cubríamos el frente. En realidad, fue principalmente Chu, quien se había convertido en un rugiente y furioso torbellino de dientes y garras, y atacaba a cualquier cosa muerta que se acercara demasiado. Tomé un guijarro del piso, lo tiré hacia los montículos de cadáveres y apareció un segundo komainu, gruñendo y azotando con sus enormes patas, lo que aumentó la confusión y el caos. Reika ojou-san cerró los ojos, murmuró algunas palabras y el papel en su mano comenzó a brillar.

      —Basta de estas tonterías —por encima de nosotros, la bruja principal levantó una garra ensangrentada—. Es hora de que todos ustedes mueran. Destrúyanlos —ordenó, y los montículos de cadáveres parecieron hincharse y volverse todavía más grotescos, con nuevos brazos y caras emergiendo a través de los pútridos cuerpos. Se abalanzaron hacia el frente y uno de ellos cayó sobre Chu. El komainu gruñía mientras quedaba enterrado bajo una montaña de carne podrida y manos ávidas.

      Okame-san maldijo y disparó una flecha que golpeó el montículo de cadáveres que yacía sobre Chu. La flecha se hundió en la carne podrida, pero no hizo nada más.

      —¡Kuso! —escupió de nuevo y aprestó otra flecha de su carcaj, pero Reika ojou-san de pronto extendió la mano y le arrebató la flecha de las manos.

      —¿Qué…?

      —No a los cadáveres —espetó ella. Levantó el ofuda, que tenía un débil brillo, enrolló el talismán en el cuerpo de la flecha y se la arrojó de regreso—. La bruja, ronin. ¡Dispárale a la bruja!

      Los montículos de cadáveres se cerraron sobre nosotros, con las manos agitándose. El hedor era abrumador. Okame-san dio un salto atrás, levantó su arco y envió la flecha hacia la cabeza de la bruja principal, que se regodeaba por encima de nosotros. Como antes, el dardo golpeó la barrera, pero esta vez la punta de flecha pareció atravesar la cúpula carmesí, y el ofuda se encendió con un brillo cegador. Con un sonido como el que hace la porcelana al quebrarse, la barrera se hizo añicos, lo que provocó los gritos de alarma y furia de las hechiceras mientras se apartaban, levantando los brazos.

      —¡Malditos sean! —la bruja principal siseó y nos fulminó con la mirada, pero Tatsumi saltó a la cima del desván con un gruñido, y la bruja apenas tuvo el tiempo justo para gritar de terror antes de que Kamigoroshi la partiera por la mitad. Las otras dos dieron gritos de alarma e intentaron huir, pero el furioso asesino de demonios las derribó antes de que dieran tres pasos siquiera, y sus cuerpos cayeron con un golpe húmedo sobre las tablas de madera.

      Un estremecimiento recorrió el aire. Lentamente, los montículos de cadáveres dejaron de moverse y comenzaron a desmoronarse mientras los cuerpos quedaban flácidos y se desplomaban en el piso. Chu se retorció para liberarse del montículo de cadáveres inmóviles, se sacudió violentamente y regresó con Reika ojou-san, que observaba los ahora inertes cadáveres con una mirada de falso triunfo.

      Okame-san respiró hondo.

      —¿Saben? Desde que los conocí a ustedes, chicos, he visto muchas cosas raras —anunció, con un labio encrespado mientras miraba a su alrededor—. Fantasmas hambrientos, demonios, ciempiés gigantes que quieren comerte. Pensé que las cosas ya no podrían ponerse peor, que ya lo había visto todo —sacudió la cabeza—. Pero al parecer, estaba muy, muy equivocado.

      —¿Todos están bien? —pregunté cuando Tatsumi se dejó caer de la plataforma. Sus ojos todavía brillaban de un rojo sediento de sangre, sus garras, cuernos y colmillos se mantenían por completo visibles. Su mirada se encontró con la mía, y me estremecí ante la gélida furia que brillaba en su interior, pero me obligué a enfrentar al demonio que me devolvía la

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