La noche del dragón. Julie Kagawa

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La noche del dragón - Julie Kagawa La sombra del zorro

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mi voz—. Ésta es la fusión de un demonio y un alma humana. Estoy agradecido por lo que hiciste, Yumeko. Nunca pienses lo contrario. Pero deberías quedarte lo más lejos posible de mí. De lo contrario, esto podría ser lo último que veas.

      Yumeko parpadeó y sus orejas se plegaron en su cráneo. Una expresión extraña cruzó su rostro, una de desafío y determinación, como si estuviera reuniendo todas sus reservas de valor. Antes de que me diera cuenta de lo que estaba sucediendo, ella dio un paso adelante, tomó mi cara entre ambas manos y… me besó.

      ¿Qué…?

      Aturdido, me puse rígido y perdí al instante el control de la ira y la sed de sangre. Las garras y los colmillos se retrajeron, y los símbolos brillantes en mis brazos se desvanecieron, para disolverse como ascuas en el viento. Mis manos se levantaron para tomar sus hombros y sentí su cuerpo presionarse contra el mío, el rápido latir de su corazón contra mi pecho.

      No duró mucho el breve y gentil tacto de sus labios sobre los míos. Justo lo suficiente para poner de cabeza mi mundo y dejarme tambaleando antes de que ella retrocediera. Turbado, miré a la kitsune, cuyos penetrantes ojos dorados, abiertos, decididos y aún por compelto ausentes de miedo, me estaban mirando.

      —Confío en ti —las palabras fueron un murmullo en mi alma. Las puntas de sus pulgares rozaron mi mejilla con insoportable ternura, y cerré los ojos contra la suavidad—. Oni o humano, no importa cómo cambie su apariencia. Tu alma sigue siendo la misma. No tengo miedo, Tatsumi, no puedo decirlo más claro.

      —Yumeko —al abrir los ojos, miré a la chica y rodeé suavemente su muñeca con mis dedos. Ella me observaba, inhumana, ingenua, perfectamente hermosa. Ella iba a ser la ruina de ambos, y de pronto eso dejó de importarme.

      —¡Oiiiiiiiii! —un grito llegó desde abajo—. ¡Ustedes, en el puesto del vigía! ¡Ojos al océano! ¿Pueden ver algo extraño?

      Un gruñido retumbó en el fondo de mi garganta, pero solté a Yumeko y me alejé, luego miré a la base del mástil. Uno de los marineros estaba allí, señalando frenéticamente al costado del barco.

      —¡Hay algo ahí afuera! —gritó mientras Yumeko miraba también hacia abajo, con las orejas de zorro girando, curiosas—. ¡En el agua! Podría estar dando vueltas alrededor del barco, pero no podemos verlo. ¿Ustedes ven algo desde allá arriba?

      Miré por encima de la extensión negra y brillante del océano, y un escalofrío se deslizó por mi columna.

      Había algo en el agua. Algo enorme. Pude ver una inmensa sombra deslizándose justo debajo de las olas, la creciente protuberancia de agua cuando se acercaba al barco. Por instinto, repasé mi lista de grandes yokai y bakemono que habitaban en el mar (ushi oni, koromodako y el enorme umibozu), y ninguno de ellos era algo con lo que quisiera encontrarme en medio del océano.

      —¿Qué es eso? —preguntó Yumeko, su voz apenas por encima de un susurro, como si temiera que si hablaba más alto llamaría la atención de la sombra. No respondí, temiendo saber la respuesta, esperando desesperadamente estar equivocado.

      La protuberancia se hizo más grande y se elevó en el aire a medida que se acercaba. Con una explosión de agua de mar y el rugido de un tsunami, algo oscuro y enorme emergió de las profundidades y alcanzó una altura aterradora mientras se alzaba sobre nosotros. Una figura humanoide, pero negra como la noche, sin rasgos distintivos salvo por dos ojos brillantes en su cabeza lisa y calva. Esos ojos se fijaron en nosotros cuando el monstruo reparó en la embarcación, en el puesto del vigía. Su forma larguirucha era incluso más alta que el mástil del barco. Yumeko jadeó, y maldije por lo bajo cuando se confirmaron mis sospechas. Esto no era lo que necesitábamos en este momento.

      —¡Umibozu! —gritó alguien desde la cubierta. Una voz frenética que resonó en la noche.

      El pánico instantáneo barrió el navío cuando se hizo realidad el mayor temor de cada marinero: conocer a la monstruosa criatura conocida como umibozu en medio del océano. Casi nada se sabía de ellos: qué eran, cómo vivían, si había numerosos umibozu en las profundidades del océano o si la forma enorme y corpulenta que nos enfrentaba ahora era la única de su tipo. No se sabía por qué aparecía un umibozu cuando lo hacía. Éste nunca hablaba, no exigía ni daba indicación alguna de lo que quería. Pero ninguna nave sobrevivía a un encuentro con un umibozu. La criatura gigante, fuera lo que fuese, se levantaba del mar, destrozaba una embarcación y simplemente se sumergía nuevamente en las profundidades.

      Yumeko tomó una respiración temblorosa mientras el umibozu nos miraba fijamente, silencioso e insondable. Su enorme cabeza estaba casi al nivel de nuestros ojos, pero no podía ver mi reflejo en esa mirada pálida y plana. Podía sentir a la chica zorro temblar contra mí, aunque se mantenía firme bajo la extraña mirada.

      —Mmm… hola —dijo Yumeko con voz suave, mientras la criatura gigante continuaba observándonos como si fuéramos insectos—. Lo sentimos si hemos navegado donde no debemos. Supongo que no estás aquí para señalarnos la dirección correcta, ¿cierto?

      Sin emitir un sonido, el umibozu levantó un brazo gigante y sombrío, y lo bajó con fuerza hacia nosotros.

      7

      UMIBOZU

      Yumeko

      Tatsumi me tomó por la cintura y saltó del puesto del vigía, haciéndome gritar de sorpresa cuando nos entregamos al aire. Se sostuvo de una de las cuerdas colgantes y se balanceó hacia la cubierta, mientras el chasquido de la madera resonaba a mis espaldas. Se dejó caer en cubierta en medio de los gritos de los aterrorizados marineros y de inmediato se dio vuelta, desenvainando a Kamigoroshi en una llamarada de luz púrpura. Trozos del mástil se estrellaron contra la cubierta, y aparejos y tablas de madera resonaron a nuestro alrededor, sumándose al pandemonio.

      —¡Encuentra a los demás! —gruñó, cuando la monstruosa masa del umibozu dio media vuelta—. Lo mantendré distraído todo el tiempo que pueda.

      —Tatsumi…

      —No te preocupes por mí… te veré en Ushima. ¡Vamos!

      Con un aullido, Tatsumi saltó hacia el monstruo sombrío, esquivando a los humanos mientras corría por la cubierta. El umibozu levantó un brazo enorme y lo dejó caer con la palma abierta, como si estuviera intentando aplastar una araña. En el último momento, Tatsumi se arrojó al lado de la mano del gigante, que al golpear la cubierta del barco hizo chasquear la madera y astilló los tablones. La nave se sacudió con tanta violencia que estuve a punto de caer, y los gritos de la tripulación se hicieron más sonoros.

      Gruñendo, Tatsumi saltó hacia el brazo sombrío cuando se elevaba de nuevo en el aire y atravesó con Kamigoroshi su muñeca. Una sustancia oscura y acuosa brotó del brazo del umibozu, y el monstruo se sacudió, aún sin hacer ruido, aunque sus ojos, fijos en el asesino de demonios, ahora tenían una sombra de ira.

      —¡Yumeko!

      Escuché la llegada de nuestros compañeros y les eché un vistazo rápido a todos cuando se unieron a mí en la destrozada cubierta. Daisuke-san tenía su espada desenvainada, Okame-san su arco y Reika ojou-san esgrimía un ofuda. Sus rostros palidecieron cuando observaron al amenazante umibozu.

      —Kuso —el ronin respiró. Sonaba tan asombrado como horrorizado mientras estiraba el cuello hacia atrás—. ¿Qué demonios es eso?

      —Umibozu —la voz de la doncella del santuario parecía resignada—.

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