Avaritia. José Manuel Aspas
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—Bien, no te lo tomes a mal. De los diez nombres que nos pasaste, la mayoría han sido descartados rápidamente. Dos fallecidos. Dos en la cárcel. —Y fue depositando expedientes sobre la mesa—. Otro en Estados Unidos; este, al final, aprendió idiomas, los informes policiales remitidos por las autoridades lo descartan. Otro vive en Sevilla, sufrió un accidente de tráfico hace años y las secuelas lo descartan rotundamente.
—Puede simular una parálisis o lesión para, justamente, ser eliminado de cualquier sospecha.
—Perdió la pierna a la altura de la rodilla. ¿Crees que simulará cojera para no ser sospechoso?
—Descartado —manifestó resignado por tener que soportar la risita irónica de ella.
—El séptimo es un extremeño que reconvirtió su habilidad para hacer desaparecer cosas que no eran suyas en hacerlas desaparecer como mago. Trabaja en cruceros con un espectáculo de magia. Crucé las fechas en las que se cometieron los robos con las que asegura que se encontraba embarcado y en cuatro de los siete sucesos viajaba por el Mediterráneo. Lo hemos confirmado por diferentes medios.
—Nos quedan tres.
—David Rubio Roncero, cuarenta y siete años, soltero. Se especializó en abrir cajas fuertes. Con veintitrés era considerado uno de los mejores especialistas. Tuvo un buen maestro, trabajaba con Agustín Toledo, ¿te acuerdas?
—Claro.
— Los trincaron en medio de un trabajo. A Toledo le cayeron veinte años y a David seis. El joven era conocido pero no tenía antecedentes y salió mejor librado. El primero murió en la cárcel, un ataque al corazón al cuarto año de prisión, justo cuando salía su compinche, el chaval. Todos los informes indican que enderezó su vida, en prisión estudió cocina y temas relacionados con restauración. Trabajó en una cafetería y a los tres años, montó su propio negocio en Valencia, un pequeño restaurante. Sus cuentas son acordes a sus ingresos y parece limpio, así nos lo indican los compañeros de esa jefatura. ¿Quieres una botellita de agua?
—Sí, gracias. —El italiano parecía estar en trance mientras escuchaba a la inspectora.
Cuando regresó, dejó una botella delante de él, abrió la suya y tras beber un trago, prosiguió.
—El segundo de los tres es más interesante. Ramón Casas Portillo, cincuenta y cuatro, divorciado, con numerosos antecedentes, ha sido un entrar y salir de prisión. Siempre penas cortas por robo, hurto, algún trapicheo con droga y temas asociados a la prostitución. En este momento está en Sevilla, según el inspector con el que hablé. Es un chulo putas de la zona. Tengo el vídeo de la conversación que tuvieron con él en jefatura a raíz de mandarles el requerimiento de investigarlo. Desdentado, pinta de borracho, un nota que sabe cómo funciona el engranaje policial. No tenía muy claro por qué le interrogaban, lo que me hace pensar que está metido en varios asuntos. Según el agente, drogas, pero podría ser también que oculta la faceta de ladrón de guante blanco. También me comentan los compañeros que, en ocasiones, maneja pasta y en otras, sobrevive de su puta. —Y acompañando al informe se presentaban unas fotografías de un tipo mal encarado, de rostro afilado y ojos de ratón, sin labios y unas patillas enormes, desdentado y con los colores clásicos de quien lleva años excediéndose con la bebida—. El vídeo lo tengo en mi mesa. De entrada, yo lo descartaría, pero sorpresas más alucinantes he vivido.
—Yo también diría que este tipo no encaja con la personalidad minuciosa y meticulosa de la persona que buscamos. Es un perfil completamente opuesto —consideró mientras observaba las fotos—. Pero no olvidemos que nuestro hombre es un artista en despistarnos, en confundirnos y que miremos a otro lado.
—¿Tú crees que su imagen de chulo putas en decadencia podría ser un disfraz?
—Los informes, en general, indican que es lo que vemos. No obstante, viajaré a Sevilla y le echaré un vistazo. Hablaré con los agentes y sería estupendo que pudiésemos conseguir el testimonio de algún confidente. También será revelador ver el aspecto de su puta.
—Eso está muy bien pensado. Si es una joven con buenas tetas, el tío esconde pasta y misterios; si, en cambio, pasa de los cincuenta y le faltan la mitad de piños que a su chulo, descartado.
A Stefano le costaba comprender el vocabulario y las definiciones de la verborrea callejera que, con tanta soltura, dominaba la inspectora. Ella lo sabía y miraba sus expresiones con cierto regocijo.
—Correcto —afirmó él con rotundidad, tras unos segundos en los que ella dudaba si la había entendido.
—Lo comprobaremos juntitos pero no revueltos, querido compañero.
En esta ocasión, él no respondió.
—¿Acaso has olvidado que llevamos esta investigación juntos? —Y le señaló con el dedo.
—¿Viajarás conmigo?
—Sí. A lo mejor, hasta tenemos tiempo y te enseño una Sevilla que te encantará —añadiendo un acento pícaro a sus palabras—. Pasemos al tercero y mejor posicionado para ser nuestro candidato. Adolfo Primo Calero, cincuenta y siete años, numerosos antecedentes, un dinosaurio de la vieja escuela, como tú dices. En 2004 se encontraba en busca y captura, se le imputaba un robo por butrón a una joyería, un trabajo de fin de semana con la apertura de la caja acorazada. En una redada a una casa de compra y venta de oro y joyas donde supuestamente se mercadeaba con artículos robados, se detuvo al propietario y a dos clientes que, en ese momento, se encontraban en el interior con joyas que pretendían vender y que no explicaban muy bien de dónde procedían. Uno de los dos clientes que trasladaron a comisaría fue identificado como Simón García Jara, sin antecedentes. Mientras se instruía la detención, el tal Simón se escapó de las dependencias policiales, abrió la puerta de las celdas, otras dos puertas de calabozos, entró al despacho de un inspector y salió con su chaqueta y su maletín, hecho un señor y por la puerta principal. Parece ser que era una mañana con mucho alboroto en comisaría y no se les tomaron las huellas al entrar. Pero tuvieron suerte, el tal Simón dejó las suyas en varios puntos de comisaría, sobre todo en el despacho. Resultó ser Adolfo Primo, el documento de identidad presentado y que se encontraba en posesión de los agentes era una falsificación excelente, según los expertos. Su detención resultó una casualidad, estaba en el lugar equivocado, pero su documento hubiese pasado un control rutinario. Las cámaras terminaron de confirmar su verdadera identidad. Las joyas que pretendía vender eran producto del robo por el cual estaba en busca y captura. Desde esa fecha, sigue en busca y captura, no se sabe nada de él y si tiene acceso a otro documento de identidad de la calidad del que se le encontró, a saber el nombre que tendrá en la actualidad.
—Hay que localizarlo, puede ser nuestro hombre —asintió Stefano.
—Su modus operandi difiere algo del que buscamos. Pasamos de un trabajo fino con los cables a un agujero en la pared directamente.
—Pero tuvo que desconectar la alarma. Además, acuérdese de las botas, de las pisadas, de sus cambios de rostro. Pudo desconectar la alarma como siempre, algo que, pasado todo este tiempo, será difícil inspeccionar. Realizó el robo con toda tranquilidad y después, el butrón en plan salvaje. ¿Quién relacionaría un robo de guante blanco con este burdo modo de entrar?
—Otro de sus subterfugios de camuflaje. Otra cosa. ¿No íbamos a tutearnos?
—Hay que