Avaritia. José Manuel Aspas
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—¿Y si en el siguiente golpe que dé, su compañía no tiene nada asegurado? Entonces a usted no le afectará. Si no me equivoco, es investigador en exclusiva para ellos.
—Efectivamente, pero si ustedes son tan amables, en aras de la máxima colaboración, avísenme. Este tipo de delincuente es una raza que me gusta diseccionar. Además, mi compañía ha tenido cuantiosas pérdidas por su culpa.
De acuerdo. Y se despidieron. Stefano calculó que no tendrían noticias de un nuevo robo en unos meses.
* * *
El último en llegar, como siempre, fue Adán. En su rostro se reflejaba que se acostó tarde y no en buenas condiciones. Se parecía a su hermana: de facciones agradables, eran las de la madre. Era más joven que ella pero sus ojeras y el aspecto que deja el consumo de ciertos estupefacientes le pasaban factura, parecía mayor que Laura.
—Perdonad que os avisara con tan poco tiempo —se disculpó Ignacio, que les había llamado la tarde anterior con cierta urgencia para reunirse hoy.
—No pasa nada —contestó ella—. ¿Qué ocurre?
Adán únicamente levantó los hombros.
—Bien. La producción de la fábrica está pasando por un mal momento, ya lo sabéis. Me reuní el otro día con Gustavo y Martínez. —Eran las personas de confianza de su tío y las que en este momento gestionaban el negocio. Era verdad que se reunieron, también era verdad que la producción había caído a mínimos, pero ambos empleados estaban de acuerdo en que podrían soportar la crisis y continuar. No habían perdido ningún cliente, únicamente pedían menos material ajustándose a sus necesidades actuales. Pero todos confiaban en aguantar el bache y eso era esperanzador. No obstante, Ignacio propuso estudiar despidos y rebajar de esa forma costes. Era algo lógico, pero se podía solucionar sin ser drásticos. Varios de los empleados, por edad, se podrían prejubilar y tema resuelto. Pero Ignacio quería apretar más las tuercas y propuso, además de esas prejubilaciones, deshacerse de los comerciales. La contestación de ambos gestores fue elemental. Los comerciales se estaban dejando la piel negociando con los clientes que poseían e intentando conseguir alguno más, su despido provocaría que la competencia asumiera ese papel, daría el servicio de atención que en este momento mimaban y se llevarían parte de ellos. Por no decir que podían olvidarse de abrir mercado. Pero ambos hombres sabían que la línea estaba marcada, solo era cuestión de tiempo que volviese con la guadaña.
—¿Y? —le instó Laura a seguir ante el prolongado silencio de su hermano. Se barruntaban problemas. No podía saber la chica que su hermano buscaba las palabras adecuadas para pintar un negro escenario sin mentir, pues ella podía hablar también con los dos empleados.
—Bueno, que la cosa está complicada ya lo sabíais —repitió.
Los dos hermanos asintieron.
—Estoy buscando socios europeos y americanos para dinamizar el negocio —en sus palabras se leía un reproche velado a que ellos no estaban ocupándose de los problemas comunes y él asumía por completo la gestión de los negocios de todos.
—De momento, están las personas capacitadas que en su día nombró nuestro tío. Nadie mejor que ellos para saber lo que se necesita, y tú asumiste el papel de tratar con ellos directamente y reunirnos cuantas veces fueran necesarias. También creo recordar que te pusiste un sueldo por esa gestión en concepto de gastos.
—Sí, pero la cosa tenemos que solucionarla.
—¿Qué pasa? —preguntó por primera vez Adán.
—Lo sé. Pero el tema sigue igual. La regularización de la herencia conlleva unos gastos enormes —manifestó Laura—. Por mi parte, podría pedir un crédito y lo solucionamos. Soy la más interesada.
—Dejamos claro que, en el reparto de la herencia, tú querías la casa y las caballerizas. Ambas propiedades están inscritas en la misma escritura y sería poner esa propiedad a tu nombre.
Lo lamentaba profundamente, pero no podía evitar desconfiar de su hermano. El pequeño era un pelele, Ignacio lo manipulaba a su antojo, contra eso ella no podía luchar, era una batalla perdida. Escuchaba con atención las palabras de su hermano. El dinero en metálico que dejó su tío prácticamente había desaparecido, la fábrica de momento no necesitaba inyección de liquidez, pero tampoco daba excesivos beneficios. La funeraria era otro cantar. Esa era la baza de ella, que la ambición por sus beneficios les eclipsara su verdadero interés. Ante todo, no quería deshacerse de la casa y las caballerizas, algo que amaba profundamente, y tampoco deseaba compartir la escritura con el desalmado de Ignacio. Era necesario separar los bienes y afrontar el futuro únicamente con su esfuerzo. Intuía que ahora le propondría algo.
—La propiedad incluye los terrenos que la rodean —especificó la chica.
—Efectivamente. Todo lo que conlleva esa escritura pasaría a ser propiedad tuya —aclaró, muy a su pesar, pues durante un tiempo estuvo dándole vueltas a cómo plantear quedarse con la propiedad, o parte de ella. Intentó dividir la casa, las caballerizas y los terrenos, sabedor de que su hermana lucharía primero por las caballerizas y después por el resto. Pero le fue imposible. Tampoco quería perder los otros dos negocios, en el mercado su valor era indiscutible, sobre todo el negocio funerario, el más rentable. La oferta de los rusos despejó toda incertidumbre y optó por ofrecer a su hermana la propiedad al completo con la intención de que aceptara rápidamente y poder resolver el asunto con mayor celeridad—. Por otra parte, el resto de la herencia se escrituraría a nombre de Adán y el mío. Como propietarios al cincuenta por ciento.
—Que si no me equivoco —apuntó Laura—, es la propiedad de la fábrica, los tres locales donde están instaladas las funerarias y sus respectivos negocios.
—Efectivamente —repitió—. También consta un terreno no edificable en Castellón que, por cierto, no sé ni dónde se encuentra —comentó de pasada, intentando que no se le notara el brillo de la codicia al nombrarlo.
—Sí, alguna vez Cristóbal lo mencionó. Y tú, ¿no dices nada? —le inquirió a su hermano pequeño, que guardaba silencio y aprobaba las palabras de Ignacio asintiendo con la cabeza.
—A mí me parece bien. Es algo que Ignacio y yo ya hemos hablado.
— Estupendo. —«A ti, lo único que te preocupa es un sobrecito mensual y punto. Pronto lo lamentarás», pensó, sin decir ni una palabra. Cuánto convenía a Ignacio la indolencia de Adán.
—Pues si os parece bien, si ese tema lo tenemos claro, voy a mirar cómo solucionamos escriturar convenientemente el reparto de la herencia, los gastos por transmisión hereditaria… En fin, todos los costes a los que tengamos que hacer frente. ¿De acuerdo?
—Me parece bien. Supongo que, exponiendo lo que se requiere, cualquier notaría te informará adecuadamente de los gastos previsibles.
—Entonces, ¿tengo vuestro permiso para iniciar el papeleo en una notaría?
—Por mi parte, no hay problema —afirmó Adán.
—Es algo que debemos solucionar, estoy de acuerdo contigo. —Laura no