Amigos del alma. Teresa Southwick

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Amigos del alma - Teresa Southwick Bianca

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recabado.

      Posteriormente, la noche anterior, los padres de Rosie lo habían telefoneado para avisarle de la boda. Había tenido que ponerles al corriente de lo que había descubierto sobre Wayne, tras lo cual la madre de Rosie había pensado en el soborno.

      –Tu madre estaba preocupada por ti –dijo Steve con suavidad.

      –Mi madre cree que no hay ningún hombre lo suficientemente bueno para mí. Ya lo sabes.

      –Te quiere mucho. Toda tu familia te adora y quiere lo mejor para ti.

      –¿Y quién decide que es lo mejor para mí?, ¿no debería ser yo? Ya tengo veintiséis años; va siendo hora de que me dejen vivir mi vida. Y si me doy de bruces, pues adelante: ¡es mi cara!

      Y era una cara preciosa, aunque no podía decírselo.

      –Están orgullosos de ti, Rosie –repuso Steve.

      –¡Orgullosísimos! –exclamó, negando con la cabeza.

      –Fíjate en tu librería. Están contentísimos con lo bien que va.

      –Eso no cuenta. No pudieron obligarme a trabajar en el negocio de la familia y me gasté mis fondos de inversión en abrir la tienda. Estamos hablando de relaciones personales. Mis padres no confían en mí, Steve. Es así de sencillo –luego lo miró acusadoramente–. Y tú… creía que me apoyarías. Fuiste el único que no eras partidario de que trabajara en el restaurante con mis hermanos.

      Porque él pasaba muchas horas allí, y si Rosie hubiese seguido los pasos de sus hermanos, él no lo habría soportado. La había animado a que abriese aquella librería, pero por puro egoísmo.

      –Siento que estés disgustada –dijo–. Pero ya verás que es por tu bien.

      –Nunca lo veré. ¿Cómo has podido ayudarlos a que me hagan esto? – los ojos se le agrandaron–. Investigaste a Wayne, ¿verdad? – preguntó entonces, furiosa.

      –Sí, cuando empezaste a salir con él.

      –¿Por qué?, ¿te lo pidió mi madre? –preguntó sin perder los nervios.

      –Nadie confiaba en él –respondió. Mejor evadirse que decir la verdad; que lo había hecho sin que nadie se lo pidiese. Rosie le preguntaría por qué y no estaba seguro de conocer siquiera la respuesta–. No estaba claro cómo se ganaba la vida, ni de dónde provenían sus fondos…

      –Bueno, ¿y qué descubriste?

      –¿Quieres ver los informes? –repuso Steve. ¿Cuándo había aprendido a farolear tan bien? Rezó por que ella dijera que no, pues los había dejado en casa de los padres. Además, no le enseñaría todo. Aquella información la destrozaría. Una cosa era hacer el trabajo sucio y otra distinta hacer a Rosie más daño del necesario.

      –Sólo dime lo que descubriste –respondió ésta.

      –Vive mantenido por mujeres ricas.

      –No me lo creo.

      –¿Por qué iba a mentirte?

      –No lo sé… Pero yo no soy rica. Eso demuestra que me quería a mí –contestó. Dio un paso hacia adelante–. Wayne me animó a que reinvirtiera en la librería los pocos beneficios que ésta me había dado. ¿Ésa es forma de ir detrás de mi dinero?

      –Era un estafador –Steve se acercó a ella y le elevó la barbilla para que lo mirase a los ojos–. Tu familia es rica; si no podía conseguir el dinero de ti, lo sacaría de tus padres.

      –De modo que mamá te mandó que lo sobornaras.

      –En efecto. Y no tardó nada en aceptar –dijo Steve–. Florence pensó que el sufrimiento que sientes ahora no sería nada en comparación con el que padecerías si te hubieses casado con ese hijo de…

      Rosie le puso una mano en la boca y se dio media vuelta.

      Ya estaba bien: había llegado el momento de la acción. La llevaría corriendo al aeropuerto y tomarían el primer avión de vuelta a California.

      –Tenemos que irnos.

      –Es horrible –dijo Rosie–. No sabes lo que has hecho.

      –Sí lo sé: te he librado de ese embustero.

      –Tenía que casarme hoy, Steve. Necesitaba casarme.

      –No te entiendo –respondió él, alarmado por el tono en que había dicho lo de que necesitaba casarse–. Define necesitar.

      Cuando Rosie se giró hacia Steve, éste no vio las lágrimas que había esperado; sólo una mezcla de rabia y desdicha… y pánico.

      –Estoy embarazada, Steve. Voy a tener un bebé.

      Capítulo 2

      POR FIN le prestaba atención Steve Schafer.

      Lo malo era que no había sido por su belleza deslumbrante ni su irresistible encanto, sino por el asombro de lo que acababa de oír. Deseó con todas sus fuerzas poder retirar lo que había dicho. ¿Por qué se lo había soltado de esa manera? El pánico había puesto aquellas palabras en su boca.

      Ella había controlado la situación hasta que Steve había aparecido: había planeado casarse con Wayne y darle a su bebé un apellido y un padre; había decidido disfrutar al máximo de aquella relación… pero las buenas intenciones de su familia lo habían estropeado todo.

      En cualquier caso, Rosie no quería que nadie más se enterase de su embarazo. Al menos, por el momento. Pero sabía que Steve le guardaría el secreto peor que un periódico sensacionalista. Le habían encomendado que acabara con su boda y se sentiría obligado a comunicarles a sus padres que iba a tener un bebé.

      Prefería que no se supiese por dos motivos: en primer lugar, por miedo a que su madre tuviera otro infarto; en segundo, porque no soportaría ver los rostros de decepción de sus padres al descubrir el lío en que se había metido su única hija.

      –¿Estás embarazada? –le preguntó Steve cuando por fin logró articular palabra.

      –¡Bingo! –exclamó, tratando de sonreír, aunque fuera lo que menos le apetecía.

      Tenía que aceptar que su prometido no la había amado lo suficiente como para resistirse al soborno de Steve. La sorprendía no sentirse abatida, aunque era posible que el bajón anímico le sobreviniera más adelante.

      –Es una broma, ¿verdad? –preguntó incrédulo.

      –Está bien… reconozco que no ha tenido gracia –replicó Rosie entonces–. Lo he dicho sólo para fastidiarte… ¿Cómo crees que me siento después de que hayas saboteado mi boda? –añadió, a pesar de ser consciente de lo difícil que era engañar a Steve.

      La mirada de lástima con que la había observado en la capilla la había destrozado. Y sabía que, de enterarse de lo del bebé, Steve sentiría por ella más pena si cabe, y no estaba dispuesta a soportarlo.

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