Sigmund Freud: Obras Completas. Sigmund Freud

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Sigmund Freud: Obras Completas - Sigmund Freud biblioteca iberica

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(vol. IV de esta colección), y por Jung en su estudio «Sobre los conflictos del alma infantil» (Ibid., t. II, 1910), muestran los ricos que en insospechado contenido pueden ser ya los sueños de niños de cuatro a cinco años. También v. Hugh-Hellmuth, Putnam, Raalte, Spielrein, Tausk, Biancheri, Buseman y Wiggam han publicado interpretaciones analíticas de sueños infantiles. El último de los autores citados acentúa especialmente la tendencia a la realización de deseos de tales sueños. Por otra parte, parece que los sueños infantiles vuelven a presentarse con singular frecuencia en los adultos colocados en condiciones de vida alejadas de lo corriente. En su libro Antartie (1904) escribe Otto Nordenskjöld, de la tripulación que con él invernó entre los hielos: «Nuestros sueños, que no habían sido nunca tan vivos ni numerosos como entonces, indicaban claramente la orientación de nuestros pensamientos. Hasta aquellos de nuestros camaradas que en la vida normal no soñaban sino excepcionalmente, nos relataban largas historias cuando por las mañanas nos reuníamos para comunicarnos unos a otros nuestras últimas aventuras en el mundo imaginativo de los sueños. Todas ellas se referían al círculo de relación social del que tan alejados nos hallábamos; pero con frecuencia aparecían adapatados a nuestra situación de momento. Uno de los sueños más característicos fue el de un compañero nuestro que se vio trasladado a los bancos de la escuela y encargado por el profesor de despellejar pequeñísimas focas en miniatura fabricadas expresamente para fines pedagógicos. Comer y beber eran, por lo demás, los centros en derredor de los cuales gravitaban casi siempre nuestros sueños. Uno de nosotros, que tenía la especialidad de soñar con grandes banquetes, se mostraba encantado cuando podía anunciarnos, por la mañana, que había saboreado una comida de tres platos. Otro, soñaba con montañas de tabaco, y otro, por último, veía avanzar a nuestro barco, con las velas henchidas, sobre el mar libre. Uno de estos sueños merece especial mención: El cartero trae el correo y explica largamente por qué ha tardado tanto en llegar hasta nosotros. Se equivocó en la distribución, y sólo con mucho trabajo logró volver a hallar las cartas erróneamente entregadas. Naturalmente, nos ocupábamos en nuestros sueños de cosas aún más imposibles; pero en todos los míos y en los que me han sido relatados por mis camaradas podía observarse una singular pobreza de imaginación. Si todo ellos hubiesen sido anotados, poseeríamos una colección de documentos de un gran interés psicológico. De todos modos, se comprenderá lo encatadores que resultaban para nosotros, ya que podían ofrecernos lo que más ardientemente deseábamos.» Citaré aquí también unas palabras de Du Prel: «Mungo Park, llegado, en su viaje a través de África, a un estado de extrema extenuación, soñaba todas las noches con los fructíferos valles de su país natal. Asimismo, Trenck, atormentado por el hambre, se vela sentado en una cervecería de Magdeburgo, ante una mesa colmada de los más suculentos manjares, y Jorge Back, que tomó parte en la primera expedición de Franklin, soñaba siempre con grandes comidas durante los días en que estuvo próximo a la muerte por inanición.»

      Un porverbio húngaro, citado por Ferenczi, afirma, más ampliamente, que «el cerdo sueña ocn las bellotas y el ganso con el maíz». Un proverbio judío dice asimismo: «¿Con qué sueña la gallina? Con el trigo.»

      Nada más lejos de mi que afirmar que ningún autor ha pensado antes que yo en deducir un sueño de un deseo. (Véanse los siguientes párrafos del capítulo siguiente.) Aquellos que dan un valor a tales prioridades podrían citarme, ya en la antigüedad, al médico Herófilo, que vivió bajo el primero de los Tolomeos, y distinguía -según Büchsenschütz- tres clases de sueños: los enviados por los dioses; los naturales, que surgen de lo que es conveniente y de lo que sucederá, y los mixtos, que emergen espontáneamente por aproximación de imágenes, cuando vemos lo que deseamos. De la colección de ejemplos de Scherner extrae Stärcke uno, al que el mismo autor califica de realización de sus deseos (pág. 239). Dice Scherner: «El deseo despierto de la durmiente fue colmado en el acto por su fantasía, sencillamente porque continuaba intensamente vivo en el ánimo de la misma.» Este sueño pertenece a los sueños de estado de ánimo (Stimmungsträumen), y próximos a él se hallan los sueños de «deseo erótico masculino y femenino» y los del «mal humor». Como puede verse, no hay el menor indicio de que Scherner atribuyera a los deseos otra significación, con respecto a los sueños, que la de uno de tantos estados de ánimo de la vida despierta, y mucho menos, por tanto, de que relacionase los deseos con la esencia de los sueños.

       LA DEFORMACIÓN ONÍRICA

      SÉ desde luego que ante mi afirmación de que todo sueño es una realización de deseos y que no existen por tanto sino sueños optativos, habrán de alzarse rotundas negativas. Se me objetará que la existencia de sueños interpretables como realizaciones de deseos no es cosa nueva y ha sido observada ya por un gran número de autores (cf. Radestock, págs. 137 y 138; Volkelt, págs. 110 y 111; Purkinje, pág. 456; Tissié, pág. 70; M. Simón, pág. 42 -sobre los sueños de hambre del barón de Trenck durante su encarcelamiento-; Griesinger, pág. 111), pero que el negar en absoluto la posibilidad de otro género de sueños no es sino una injustificada generalización, fácilmente controvertible por fortuna. Existen, en efecto, muchos sueños de contenido penoso que no muestran el menor indicio de una realización de deseos. E. V. Hartman, el filósofo pesimista, es quien más se aleja de esta percepción de la vida onírica. En su Filosofía de lo inconsciente escribe (segunda parte, pág. 344):

      «Con los sueños pasan al estado de reposo todos los cuidados de la vida despierta, y no, en cambio, aquello que puede reconciliar al hombre culto con la existencia: el goce científico y artístico…» Pero también observadores menos pesimistas han hecho resaltar la circunstancia de que en los sueños son más frecuentes el dolor y el displacer que el placer (cf. Scholz, pág. 33; Volkelt, página 80, y otros). Las «señoras Sarah Weed y Florence Hallam han formado una estadística de sus sueños, y deducido de ella una expresión numérica para el predominio del displacer en la vida onírica -un 58 por 100 de sueños penosos y un 28,6 por 100 de sueños agradables-. Por otra parte, además de estos sueños, que continúan durante el reposo los diversos sentimientos penosos de la vida despierta, existen sueños de angustia, en los que esta sensación, la más terrible de todas las displacientes, se apodera de nosotros hasta que su misma intensidad nos hace despertar, y se da el caso de que los niños, en cuyos sueños se nos ha mostrado la realización de deseos sin disfraz alguno, se hallan sujetos con gran frecuencia a tales pesadillas angustiosas» (cf. las observaciones de Debacker sobre el pavor nocturnus.)

      Los sueños de angustia parecen realmente excluir la posibilidad de una generalización del principio que los análisis incluidos en el capítulo anterior nos llevaron a deducir, o sea, el de que los sueños son una realización de deseos, y hasta demostrar su total absurdo. Sin embargo, no es muy difícil sustraerse a estas objeciones, aparentemente incontrovertibles. Obsérvese tan sólo que nuestra teoría no reposa sobre los caracteres del contenido manifiesto, sino que se basa en el contenido ideológico que la labor de interpretación nos descubre detrás del sueño. Confrontemos, en efecto, el contenido manifiesto con el latente. Es cierto que existen sueños en los que el primero es penosísimo. Pero ¿se ha intentado nunca interpretar estos sueños y descubrir el contenido ideológico latente de los mismos? Desde luego, no; y por tanto, no pueden alcanzarnos ya las objeciones citadas, y cabe siempre la posibilidad de que también los sueños penosos y los de angustia se revelen después de la interpretación como realizaciones de deseos.

      En la investigación científica resulta a veces ventajoso, cuando un problema presenta difícil solución, acumular a él otro nuevo; del mismo modo que nos es más fácil cascar dos nueces apretándolas una contra otra que separadamente. Así, a la interrogación planteada de cómo los sueños penosos y los de angustia pueden constituir realizaciones de deseos, podemos agregar, deduciéndola de las características de la vida onírica hasta ahora examinadas, la de por qué los sueños de contenido indiferente, que resultan ser realizaciones de deseos, no muestran abiertamente este significado. Tomemos el sueño examinado antes con todo detalle de la inyección de Irma; no es de carácter penoso, y la interpretación nos lo ha revelado como una amplia realización de deseos. Mas ¿por qué precisa de interpretación? ¿Por

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