Anatomía de la memoria. Eduardo Ruiz Sosa

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Anatomía de la memoria - Eduardo Ruiz Sosa Candaya Narrativa

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murió?;

      Sí, murió en un accidente en la carretera: salió volando por la ventanilla como quien se lanza desde lo alto de una torre en movimiento. Tenía veintiún años, un par de hijos. La muerte fue lo que nos abrió los ojos;

      ¿Por qué?;

      Porque en la muerte se revela el secreto de los callados, de los que nunca dicen nada, imagínese usted a un muchacho que va a la escuela, saca buenas notas y se ríe mucho, un muchacho como tantos otros, o casi, y luego un día sus compañeros se enteran de que apareció muerto por ahí, que se pegó un tiro en la cabeza antes de cumplir los trece años, y entonces, sólo entonces, se enteran de que el muchacho sufría, de que tal vez lo reventaban a golpes en su casa, de que algo hondo, que a lo mejor no era tan serio, cobró en él proporciones animales, y ahora está muerto, y sólo entonces los compañeros saben qué le pasaba en la vida, porque era un callado y nada decía, así fue con Terán Domínguez, yo creo que así fue;

      ¿Terán Domínguez era un Enfermo?;

      No, él estaba en otro lugar cuando pasó aquello, sobrevivió al jueves de Corpus, estuvo involucrado en estas cosas desde mucho antes. Cuando volvió, cuando creímos en su traición, venía siempre con un médico militar, joven pero mayor que él, que se casó con la hermana de la esposa de Terán Domínguez;

      ¿Quién era él?;

      ¿Su nombre?, no lo recuerdo, pero luego supimos que ni era médico ni era militar. Luego supimos que Terán Domínguez tuvo que ver con el asalto a un banco en no sé dónde, que habían sacado mucho dinero que la Liga usaría en no sé qué operaciones contra el gobierno, que capturaron a los compañeros y que el dinero no apareció nunca. El médico era de la policía secreta. Lo siguió a Terán Domínguez toda la vida, lo siguió muy de cerca hasta que tuvo tiempo y oportunidad para matarlo. Así hacían las cosas entonces,

      de noche, siempre de noche;

      Quizá fue de verdad un accidente;

      Usted no sabe nada, Salomón.

      ¿Y SOBRE EL SECUESTRO de Hernández Cabello?;

      Ahí empezó todo a salir mal. Ahí fue cuando apareció Pablo Lezama, le dijo Orígenes;

      después de tantas horas de conversación volvía a aparecer el nombre de Pablo Lezama:

      Todos lo conocían a Hernández Cabello, no le digo su nombre porque no lo recuerdo, quizás era Darío, o Humberto, o Santiago, no lo sé. Ya lo averiguará usted, Salomón. El caso es que a principios de aquel año, en las reuniones de los Enfermos, cuando empezaba el surgimiento de la Liga Comunista, se planeaba algo grande, pero no estábamos preparados;

      ¿Qué pasó, Juan Pablo?;

      Pasó que éramos muy jóvenes y muy estúpidos, y no teníamos nada que hacer ahí. Quizás fue culpa de Eliot Román, aunque usted dirá que yo siempre le echo la culpa a él, pero yo creo que no, que eso es injusto porque Eliot Román ya había muerto para entonces. El caso es que habíamos planeado el levantamiento armado, así, de pronto, el Asalto al Cielo, el Ensayo de Insurrección, la guerra en todo el País, como si este País fuera un prado vacío donde es posible alzar las manos con palos y piedras y salir vivos de aquello; y un día aparece Pablo Lezama diciendo que venía de Ciudad Madera, o de no sé dónde, y que en la Liga Comunista estaban planeando el secuestro del político, que iba a hacer un viaje a Orabá y que nos tocaba a nosotros planear y ejecutar el asunto,

      alguien dijo que era de fiar, y nunca supimos, nunca supo nadie, sólo yo, que era un traidor;

      ¿Cómo supiste que era un traidor, Juan Pablo?;

      En la frontera, ahí todo se revela. El caso es que lo de Hernández Cabello salió mal. O no es que saliera mal, sino que nos estaban esperando, nos habían echado una trampa encima y caímos todos. Yo tuve suerte, porque era el menos experto y me tocó esperar en un sitio donde supuestamente iban a traerlo, pero nunca llegaron, y al día siguiente supe lo que pasó, y por la noche me fui de la ciudad,

      mi participación con los Enfermos fue poco trascendental, le dijo Orígenes;

      y lo dijo como si le guiñara un ojo, como si alguien los estuviera escuchando y tuviera que mentir o hablar a medias y con parábolas, y como si en el incompleto gesto del ojo mal cerrado se guardara la verdad no dicha de todas las cosas;

      ¿Fue entonces cuando Pablo Lezama te siguió?;

      Fui a buscar a Isidro Levi para que me dijera si sabía algo, para decirle que me iba y para pedirle que cuidara a mi madre, que se estaba muriendo de cáncer. Me dio el libro de Burton, y le hablé del asunto, le dije que no se fiara de nadie, y me fui;

      Yo hablé con Isidro Levi, Juan Pablo, y él me dijo que nunca le dio a usted el libro de Robert Burton, y que no conoce ni tiene idea de quién es Pablo Lezama, o de lo que pasó con Hernández Cabello;

      ¿Y qué querías que te dijera, Salomón?, cuando volví y tuve que convertirme en Pablo Lezama para que no me mataran ¿a quién crees que tenía que vigilar yo? Ellos, los que enviaron a Lezama, ni siquiera le conocían la cara, y me tomaron por él, y sospechaban de Isidro Levi, y tenían razón en sospechar de él, y yo tuve que vigilarlo de cerca y capotear que dos veces, en aquellos años, me ordenaron que lo matara;

      empezaba a enredársele otra vez la memoria:

      Yo soy yo, decía Orígenes, pero esto es así: yo volví y me confundieron con Lezama, o yo me hice pasar por él, y me dijeron: Lezama, tienes que hacerte pasar por Juan Pablo Orígenes, que era un Enfermo, y vigilar a Isidro Levi, que está entre los líderes de la Liga Comunista; y yo, Salomón, me hice un enredo: ahora era yo haciéndome pasar por otro que se hace pasar por mí pero que no soy yo, ¿usted entiende?, ¿cómo quiere que no se me confundan las cosas si he tenido que ser dos hombres toda la vida?; pero Isidro Levi sabe que yo no soy Pablo Lezama, y que mientras duró aquello yo tenía que cumplir y mandar informes sobre él y sobre todo lo que pasaba en la ciudad para que no nos mataran;

      ¿Quién los iba a matar, Juan Pablo?;

      Ellos, ¿quién más?, pero no nos mataron, o a Eliot Román sí, y a muchos otros, creo que a Virgilio Bátiz, y a los hermanos Santos, y sin duda mataron a Anistro Guzmán; a ellos los mataron, pero como yo me busqué la manera de sobrevivir metiéndome en la boca del lobo, entonces pude salvarme la vida;

      Salomón sabía que aquello era ya el desvarío total, la fantasía más amplia de la vida de Orígenes:

      ser, él mismo, su propio perseguidor,

      pero ya sabía Salomón que aquello no era sino el delirio, la distorsión, la memoria envuelta en los pliegues del olvido, desplegada en forma de olvido: ante el vacío, la conspiración; y Orígenes había consolidado en su memoria la conspiración nacional de una histeria que ordenaba los islotes que la memoria le iba dejando;

      otra vez:

      La memoria es la isla sin orillas, había escrito Orígenes;

      y Estiarte Salomón, que ya sabía de alguna manera cómo funcionaba la memoria de Orígenes, o el olvido, o la memoria nueva que le hacía el olvido, supo que era el momento, como hubo antes muchos otros, de seguir el trazado de ese olvido memorioso, el rumbo que el propio Orígenes se planteaba sin voluntad, o con la voluntad ingobernable del desespero:

      le

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