Anatomía de la memoria. Eduardo Ruiz Sosa

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Anatomía de la memoria - Eduardo Ruiz Sosa Candaya Narrativa

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SIDO DIAULO, AHORA ES ENTERRADOR» MARCIAL

       Y podemos percibir con claridad

       una extraña educación de los espíritus,

       como cuando sangra la nariz del muerto

       ante la presencia de su asesino

      Robert Burton

      Síntomas o señales de la melancolía en la mente. «¿Por qué sangra un cadáver cuando se le pone delante el asesino, semanas después de que el asesinato se haya cometido?» (Secc. II, Miembro III, Subsecc. II)

      HACER HISTORIA ES ESCRIBIR en el cuerpo de los otros, le dijo Isidro Levi,

      puras voces, la historia está hecha de puras voces sin cara, sin cuerpo,

      quisimos hacer historia con letras grandes y rojas en el cuerpo del País, y es que algunos de nosotros creíamos en la verdad como en una cosa intocable, creíamos en la justicia, creíamos en muchas cosas, Salomón, cosas que ahora parece que ni siquiera existen,

      o que yo no sé si alguna vez existieron, si alguna vez fueron posibles entre nosotros,

      y todas las voces tienen el mismo sonido, el mismo eco, porque acaso los que hablan dicen lo mismo, porque vivieron lo mismo, porque son dueños de un mismo dolor,

      lo ausente,

      a veces no hay diferencia entre los desaparecidos: la memoria es una fosa común y nadie tiene nombre,

      quizás en la calle hablan diferente unos de otros, pero en el libro todos hablan igual: en mi memoria todos tienen mi voz, o una voz muy parecida a la mía,

      ¿quién puede evitar, Salomón, que las voces que recordamos de los otros vayan perdiendo su individualidad, su marca personal, su estandarte único? Pocas cosas recuerdo yo de los años de la Enfermedad, mi memoria estaba en la memoria de Orígenes, y cuando él empezó a perderla, usted sabe, yo también fui dejando que todo se esfumara con él, y eso me parecía bien, me parecía justo. Dos veces se le esfumó todo a Orígenes, si no es que más. Dos veces, que yo sepa:

      una vez cuando se fue de aquí, y otra vez cuando se le vino la edad encima. A todos se nos viene encima la edad, pero a él se le vino con rencor, con mucho rencor. Se puede envejecer, Salomón, no hay maldad en ello,

      la vejez es tortuga, es elefante, y no hay nada de malo en eso,

      pero envejecer así, sin acordarse de las cosas, sin terminar la vida o la historia que de la vida se va haciendo uno, eso, yo lo creo así, es un crimen. Volver a empezar todo, hasta lo que decididamente habíamos olvidado, por la razón que fuera, y mezclarlo sin sentido, porque usted lo ha visto, no tiene sentido, eso, Salomón, qué triste,

      su madre murió cuando él se fue, y tuve que ser yo el que se lo dijera, mucho tiempo después, cuando por fin volvió. Créalo usted, hace unos meses, cuando empezó a agravarse pero todavía los momentos de lucidez eran mayores, tenía episodios de olvido, como si de pronto se instalara muy lejos en el pasado, como si nadie hubiera muerto en todos estos años, pero la mayor parte del tiempo era él mismo, el del presente, o el de algún presente posible; aquella vez, le digo, me llamó por teléfono y me pidió que le devolviera las cartas que me envió cuando estuvo lejos. Pero él nunca me envió ninguna carta. No sé si las habrá escrito, pero yo nunca recibí nada. Y las cartas que yo le escribí, porque eso sí lo hice, nunca se las envié porque no sabía dónde estaba él, no sabíamos nada de él, casi todos pensábamos que estaba muerto;

      Y ahora es él, dijo Salomón, el que piensa que son ustedes los que están muertos;

      No es que él lo piense, respondió Isidro Levi, es que él sabe que estamos muertos. Hay una diferencia: su memoria no es un descuido, es una nueva memoria. Lo he pensado mucho: lo que a Orígenes le pasa no es el olvido, sino la metamorfosis de la memoria, la reconstrucción. Algo sucede en su mente que no es que borre los recuerdos, sino que los reordena, los renombra, los reconvierte en algo distinto. Por ejemplo, yo le hablo a usted del libro de Robert Burton, que Orígenes conservaba casi como un cuaderno de notas, pero antes de hablarle de ello, le pregunto ¿qué sabe usted del libro de Burton?;

      Orígenes, respondió Salomón, me dijo que el libro se lo dio usted la noche en que se fue de la ciudad, huyendo con la intención de cruzar la frontera. Dijo que ahí escribió todo lo que pensaba a lo largo del viaje y que de ahí salieron muchos de los libros que luego fue publicando. También me dijo que lo había perdido, o que lo enterró, o que se lo entregó a alguien, o que lo olvidó en alguna casa;

      Resulta, Salomón, que yo no le di ese libro a Orígenes, y quizá no le di ningún otro libro. Pero sí lo recuerdo, años después, ya cuando volvió a la ciudad, cuando se metió en la Liga Comunista, cuando estaba enredado con el asunto de las madres de los desaparecidos y empezó a dar clases de filosofía en la Universidad, lo recuerdo, pues, llevando bajo el brazo el ejemplar en inglés de Anatomía de la melancolía, y le pregunté por el libro, y me lo mostró, lleno de anotaciones, y ahora viene usted y me dice que yo se lo di. Eso no es olvido, Salomón, eso es una nueva memoria.

      EN UNA OCASIÓN, hablando del libro que supuestamente Isidro Levi le dio a Juan Pablo Orígenes, y de las cartas donde se le notificó la muerte de su madre, también supuestamente, Orígenes le dijo a Salomón:

      Decir la muerte es hacer que la muerte ocurra, repetirla hasta el cansancio del llanto y el dolor, otorgarla como un objeto contundente y lleno de espinas que se ha de tragar como un alimento que no puede rechazarse porque encierra en su pulpa la autoconciencia de la vida;

      Orígenes no hablaba, predicaba;

      y Salomón:

      ¿Tiene usted esas cartas, Juan Pablo?;

      y Orígenes:

      Fui un día a pedírselas a Isidro Levi, porque yo pienso que las cartas que uno escribe son de uno, y las que uno recibe son de quien las escribió, aunque esas palabras estén destinadas a nosotros. Eso creo yo: que las palabras que escribimos son nuestras, las que nos escribe alguien más, no: esas palabras son de los otros. Por eso fui a recuperar las cartas que le envié a Isidro Levi, y me dijo que yo nunca le había enviado ninguna carta. Estoy seguro de que las destruyó, no sé si tuvo miedo de la vigilancia del Estado o si simplemente ya le estorbaban. En ese tiempo el Estado nos vigilaba, no lo olvide, Salomón. Todo lo que Isidro Levi le diga al respecto es, sin duda alguna, una mentira;

      Y ¿por qué habría de mentir?;

      No lo culpo, siempre fue un cobarde.

      USTED SABE, SALOMÓN, estas cosas pasaban antes, lo de Norma Carrasco, lo de Terán Domínguez, lo de Hernández Cabello;

      ¿Cuál es la verdad del caso de Terán Domínguez?;

      Yo no lo conocí, dijo Orígenes, pero durante un tiempo todos supimos que era un traidor, que después de estar en la cárcel unos meses, luego de vivir huyendo de la policía y los militares y de otros grupos de izquierda o derecha o de lo que fuera, por fin volvió a la ciudad y se asentó, se casó con una muchacha que conocía de antes y consiguió un buen empleo. Por aquellas fechas hubo varias detenciones y desapariciones, algunos enfrentamientos, y muchos sospecharon que era culpa de Terán Domínguez;

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