Abordajes literarios. vvaa

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Abordajes literarios - vvaa страница 9

Автор:
Серия:
Издательство:
Abordajes literarios - vvaa

Скачать книгу

un verdadero desastre. Por ejemplo, la bancada del motor procedía de Nueva York y fue un desastre; la transmisión del cabrestante fue especialmente diseñada y construida en San Francisco y fue otro desastre. Y por último estaban las piezas empleadas en la jarcia, que empezaron a saltar en pedazos en cuanto fueron sometidas a las primeras tensiones. Estaban todas construidas con hierro de primera, sí, pero se partían como si fuesen macarrones secos. El pico de la mayor no tardó en romperse. Lo sustituimos por el de la vela de capa y, en sólo quince minutos de servicio, también se rompió. Tengamos en cuenta que lo habíamos sacado de la vela a usar en caso de temporal, o sea, la más resistente. En ese momento el Snark navegaba llevando la vela mayor como un ala rota y mal emparchada. Veríamos si en Honolulú podían conseguirse herrajes de una cierta calidad.

      Nos habían estafado y nos habían dejado hacernos a la mar a bordo de un colador, pero el Señor debía de tenernos en gran estima, pues nos proporcionó tiempo en calma para que nos diésemos cuenta de que deberíamos bombear a diario para mantener el barco a flote y que podíamos confiar más en la resistencia de un escarbadientes que en la de cualquiera de las piezas metálicas que llevábamos a bordo. A medida que la estanqueidad y la robustez del Snark iban quedando en entredicho, Charmian y yo poníamos todas nuestras esperanzas en la maravillosa proa del Snark. No dejaba nada que desear. Ya sé que todo era inconcebible y monstruoso, pero al menos la proa parecía ser racional. Hasta que una noche empezamos a cuestionarnos también eso.

      ¿Cómo podría yo describirlo? Ante todo, déjenme explicarles a los neófitos que la maniobra de ponerse a la capa consiste en maniobrar con el timón y las velas para conseguir que el barco vaya disminuyendo su velocidad hasta encararse al viento y a la mar, y establecerse con cierto ángulo respecto a estos que lo hará derivar lentamente, y disminuirá sus movimientos de rolido y cabeceo. Con viento fuerte o mar gruesa, un barco del tipo del Snark debería ponerse a la capa sin dificultades, tras lo cual ya no habrá ningún trabajo que hacer en cubierta. No será necesario que nadie permanezca a la caña, que permanecerá amarrada a la vía o a la orza, con la vela mayor cazada al medio y la vela de proa acuartelada, de modo tal que anulen sus efectos. La tripulación puede entonces bajar a la cámara y ponerse a jugar a la baraja.

      Soplaba un temporal cuya fuerza era la mitad de la de una tormenta de verano cuando le dije a Roscoe que tal vez debiéramos ponernos a capear. Se estaba haciendo de noche. Yo había estado a la caña durante casi todo el día y los que permanecíamos en cubierta –Roscoe, Bert y Charmian– nos sentíamos tan exhaustos como mareados estaban quienes permanecían en la cámara, echados en sus literas. Tomamos dos rizos en la vela mayor, arriamos el foque y dejamos la trinquetilla en proa. También arriamos la mesana. Empecé a accionar el timón para orzar. En ese momento el Snark empezó a derivar hasta ponerse de través al viento. Yo seguía dándole al timón, pero el barco seguía atravesado. No conseguía sacarlo de ahí. Y ponerse de través al viento y a la mar, querido lector, es una de las cosas más peligrosas que puede hacer un barco durante una tormenta. Metí toda la caña a la orza sin lograr respuesta. No lograba acercar la proa al viento. Roscoe y Bert vinieron a ayudarme. El Snark guiñaba tremendamente de una banda a otra, virando por las suyas una y otra vez, hundiendo la regala de una banda y luego la de la otra.

      De nuevo estábamos viendo aparecer lo inconcebible y lo monstruoso. Era grotesco, imposible. Me negaba a creerlo. Con dos rizos en la mayor y la trinquetilla izada no había forma de orzar. Cazamos completamente la mayor. Pero no conseguimos que el rumbo variase ni un grado. Arriamos la mayor, también sin ningún éxito. Izamos un tormentín en el palo de mesana. Sin cambios. El Snark seguía cruzado. Su maravillosa proa se negaba a encarar el viento.

      El siguiente paso consistió en arriar la trinquetilla. Ahora nuestro único trapo era el tormentín del palo de mesana. Si algo podría poner la proa al viento era precisamente esto. Quizá no me crean si digo que tampoco así lo logramos, pero el caso es que también esto falló. Y digo que falló porque vi cómo fallaba, no porque creyera que fallase. Yo no creía que fallase. Es algo totalmente increíble y yo no voy a explicar cosas en las que no crea; yo sólo explico lo que vi.

      ¿Qué haría usted, apreciado lector, si se encontrase a bordo de una pequeña embarcación, dando tumbos, cruzada al viento, con una pequeña vela izada a popa, y no fuese capaz de obligarla a acercar su proa al viento? Emplear el ancla de capa. Y eso es exactamente lo que hicimos. Teníamos una hecha por encargo, nos habían garantizado que no se hundiría. Imagínense un aro de acero que sirva para mantener abierta la boca de un saco de lona grande y cónico, y tendrán un ancla de capa. Pues bien, amarramos un cabo al ancla, lo afirmamos a la proa del Snark y luego la dejamos caer al agua. Se hundió inmediatamente. La izamos de nuevo a bordo, le amarramos un buen madero para que hiciese de flotador y volvimos a echarla al agua. Esta vez sí que flotó. El cabo de proa fue tensándose. La vela de capa del palo de mesana tendía a orientar la proa hacia el viento, pero el ancla de capa hacía fuerza en sentido contrario con lo cual seguíamos tomando el mar y el viento de través. Arriamos ese tormentín y en su lugar izamos la mesana, pero el Snark seguía cruzado y remolcaba el ancla de capa. No es necesario que me crean. Yo tampoco me creo a mí mismo. Simplemente intento relatar lo que vi.

      Ahora ya se lo dejo a usted. ¿Quién ha oído hablar alguna vez de un velero incapaz de orzar?, ¿de un velero que no fuese capaz de hacerlo ni con la ayuda de un ancla de capa? Mi experiencia náutica no era tan grande, pero jamás había visto algo similar. Y permanecía quieto en cubierta observando una vez más el rostro desnudo de lo inconcebible y monstruoso: el Snark no orzaba. Y llegó una noche tormentosa y con la luna casi siempre cubierta. En el aire había una buena carga de humedad y por barlovento parecía que se nos aproximaba lluvia; y luego teníamos el movimiento del mar, frío y cruel a la luz de la luna, en el que se mecía complacientemente el Snark. Entonces decidimos recoger el ancla de capa, arriar la mesana, izar la trinquetilla para dejar que el Snark recuperase su marcha y nosotros pudiésemos bajar a la cámara, no para degustar la comida caliente que hubiera debido estar esperándonos, sino para dejarnos caer sobre la mugre y la humedad mientras el cocinero y el marinero seguían en sus literas como si estuviesen muertos, y acostarnos con las ropas puestas para subir a cubierta en caso de emergencia, soportando las salpicaduras que subían desde la sentina, que rebalsaba de agua mezclada con aceite y combustible.

      En el Bohemian Club de San Francisco hay algunos navegantes que aseguran estar muy curtidos. Lo sé porque los oía hacer comentarios acerca del Snark durante su construcción. Solamente le encontraban un defecto, en esto estaban todos de acuerdo: no podría navegar. El barco era perfecto en todo, afirmaban, excepto por el hecho de que yo sería incapaz de gobernarlo con viento fuerte y mar gruesa.

      –La jarcia –decían en tono enigmático–, tiene un fallo en la jarcia. Simplemente, no habrá forma de hacerlo navegar. Eso es todo.

      Me habría gustado que todos esos expertos marinos del Bohemian Club hubiesen estado a bordo la otra noche para que viesen con sus propios ojos cómo se venían abajo todas sus profundas y unánimes predicciones. ¿Navegar? Eso es lo único que el Snark hace a la perfección. ¿Navegar? En el preciso momento en que escribo estas líneas, avanzamos a siete nudos impulsados por los alisios del nordeste. El mar está algo agitado y no hay nadie al timón, ni siquiera nos hemos tomado el trabajo de amarrar la caña. La mesana se hincha hacia estribor, sigue izada la sobremesana, y mantenemos rumbo sudoeste.

      Llegué a Liverpool el 18 marzo de 1867. El Great Eastern debía zarpar a los pocos días para Nueva York y acababa de tomar pasaje a su bordo. Viaje de aficionado, ni más ni menos. Me entusiasmaba la idea de atravesar el Atlántico a bordo de aquel gigantesco buque. Pensaba yo visitar el norte de América, pero eso era sólo algo accesorio. El Great Eastern ante todo; el país celebrado por Cooper, después. El buque de vapor al que me refiero es una obra maestra de arquitectura naval. Más que un barco, es una ciudad flotante, un fragmento de condado desprendido

Скачать книгу