Un compromiso en peligro. Lucy King

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Un compromiso en peligro - Lucy King Bianca

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qué tal el trabajo?

      Ajá. ¿Cuál? Además de como contable, ahora trabajaba también en un bar cinco noches a la semana y paseaba perros sábado y domingo. El poco tiempo que le quedaba lo utilizaba para ir a ver a su hermana o llevando libros de contabilidad como freelance.

      –Extraordinariamente bien –afirmó con una sonrisa radiante–. Lo disfruto mucho.

      –Bien –Theo se inclinó hacia delante–. Bueno, Kate. Háblame de Los ángeles de Belle.

      Y así, sin más, toda su compostura desapareció, igual que la falsa sensación de seguridad de la que hasta ese momento disfrutaba. Se le borró la sonrisa y sintió un nudo en el estómago. ¿Qué sabía Theo Knox de Los ángeles de Belle? ¿Y cómo? Sin duda no sería usuario. No tendría ningún problema para conseguir una cita. Pero, ¿habría visitado el sitio web? ¿Habría visto su página? La idea de que Theo hubiera visto sus fotos la hacía sentir muy débil.

      –¿Qué pasa con eso? –preguntó Kate con cuidado, porque la expresión de Theo no revelaba absolutamente nada.

      –Estás ahí.

      Ah. Muy bien. Pillada.

      Kate no vio la necesidad de negarlo ni de inventarse ninguna excusa.

      –Así es –dijo recordándose que no tenía por qué disculparse y sentirse avergonzada.

      Y si había visto su página, ¿qué más daba? Las fotos eran buenas. Empoderadoras. O algo así. Al menos se le había ocurrido una solución a la traumática situación que le quitaba el sueño, aunque era cierto que había traído consecuencias inesperadas y algo incómodas.

      –Has intentado acceder desde el trabajo.

      Era cierto. Aquella misma tarde a primera hora. Se había inscrito el día anterior, y su perfil había generado muchísimo interés, especialmente la alusión a la virginidad, por lo que había recibido una oleada de correos, algunos de pura curiosidad, otros un poco raros y algunos directamente escalofriantes. Como no sabía qué hacer y quería detener la avalancha, había decidido cambiar los ajustes de la cuenta mientras encontraba una solución.

      –Así es.

      –Lo cual supone un incumplimiento de la política de la empresa.

      Cuando escuchó aquello, Kate se quedó completamente paralizada y el corazón le dio un vuelco. Oh Dios. No había pensado en eso. Pero tendría que haberlo hecho.

      –Ha sido un error –dijo mientras las terribles consecuencias le pasaban por la cabeza–. No volverá a ocurrir.

      –Así es –respondió él con mirada inescrutable–. No volverá a ocurrir.

      A Kate se le formó un nudo en la garganta y tragó saliva para pasarlo.

      –¿Me estás despidiendo?

      –No. Digo que no volverá a ocurrir porque he hecho que cierren el sitio.

      ¿Cómo? Aquello no iba bien.

      –No puedes hacer eso –murmuró abatida al darse cuenta de que si aquello era verdad, Theo había estropeado su única posibilidad de conseguir mucho dinero fácilmente.

      –Puedo y lo he hecho. No ha sido tan difícil.

      No, seguramente no, teniendo en cuenta que era un hombre de mucho poder e influencia, pero…

      –No tenías derecho. ¿Por qué lo has hecho?

      Theo alzó las cejas, el único gesto expresivo que le había visto hacer desde que entró.

      –Habías firmado para entrar a formar parte de una agencia de acompañantes, Kate.

      Su tono sonó brutal y condenatorio, pero Kate se negó a dejarse intimidar. Para él era muy fácil, con miles de millones en el banco. Pero la gente normal como ella tenía que ser más creativa si no querían destrozar la felicidad y la seguridad de su vulnerable hermana pequeña, y además perder la casa que habían compartido con su adorado hermano.

      –¿Y qué? –preguntó Kate resistiendo el impulso de alzar la barbilla. No quería mostrar desafío para que no reconsiderara su decisión de no despedirla–. Los ángeles de Belle ofrece distintos servicios de acompañamiento, y yo solo he firmado por el nivel uno.

      Theo la miró como si fuera una extraterrestre.

      –¿De verdad crees que alguien te iba a pagar mil libras por una hora de conversación?

      –¿Por qué no? –afirmó ella–. Soy una conversadora de primera clase.

      –No me cabe duda. Pero créeme, tus… clientes… esperarían mucho más que eso.

      –Sí, bueno, está claro que tú tienes mucha más experiencia con ese tipo de sitios que yo.

      En respuesta a su comentario, la expresión de Theo se ensombreció y la miró con dureza.

      –He oído historias –afirmó–. Ninguna de ellas buena. ¿Tienes idea de lo peligroso que podría haber sido?

      Kate abrió la boca para contestar y volvió a cerrarla, porque tal vez ahí tuviera razón. Lo cierto era que no estaba pensando con mucha claridad cuando se inscribió en aquel sitio la noche anterior. Acababa de llegar otra exorbitante factura que no podía pagar, y estaba viendo en televisión un reportaje sobre vídeos sexuales caseros. Y en medio de su desesperación, le vino la idea de que el sexo vendía. Y aunque no estaba tan desesperada por el momento como para actuar delante de una cámara, seguramente habría opciones menos extremas.

      Le resultó increíblemente fácil encontrar el sitio apropiado y registrarse. Luego pensó en la ropa que había comprado a lo largo de los años porque le hacía sentirse femenina y provocador, aunque no se la pusiera, y tuvo la impresión de que las estrellas se habían alineado. Por supuesto que había considerado las posibles consecuencias del plan, no era completamente idiota. Pero estaba al borde del precipicio, y los pros pesaban más que los contras.

      Pero ahora se daba cuenta de que tal vez había tenido suerte al escapar de aquella situación, aunque significara que su única esperanza se había desvanecido y ahora estaba como al principio.

      –Esto no es asunto tuyo –aseguró. No estaba dispuesta a admitir que Theo pudiera tener razón.

      –Eso no es estrictamente cierto.

      No. Bueno. Estaba el asuntillo de la política de la empresa, pero de todas maneras no tenía derecho a meterse en sus asuntos de aquel modo. De ningún modo.

      –No necesito que me rescaten, Theo –dijo con voz tranquila–. Tengo veintiséis años. Soy muy sensata y perfectamente capaz de tomar mis propias decisiones.

      –No lo parece.

      Oh, aquello era insufrible.

      –¿Y a ti qué más te da?

      Theo se la quedó mirando en silencio un instante. Para su consternación, Kate se dio cuenta de que ella no podía apartar la vista. Apenas podía respirar. De

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