Un compromiso en peligro. Lucy King

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Un compromiso en peligro - Lucy King Bianca

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que lo superes –respondió él con sequedad– Porque debes saber que voy a hacer esto, con tu consentimiento o sin él. Si accedes las cosas irán más rápido, esa será la única diferencia.

      Y de pronto, ante tanta intransigencia, lo que quedaba de la resistencia de Kate se vino abajo.

      ¿Por qué seguía luchando contra aquello? Las llamas estaban a punto de alcanzarla. Y lo que Theo proponía borraría todas sus preocupaciones de un plumazo. Si él podía permitírselo y quería ayudar, ¿por qué no iba a dejarle hacerlo? Tal vez sí tuviera sentimientos, al fin y al cabo. Tal vez Mike y él sí hubieran sido buenos amigos. Y al final, ¿qué más daba? No tenía por qué caerle bien, y sus motivos no eran asunto de Kate. Le estaba ofreciendo un acuerdo sin letra pequeña que le quitaría a los acreedores de encima, y lo que era más importante, aseguraría la comodidad de Milly para el resto de su vida, además de los mejores tratamientos disponibles. Así que, aunque sentía que estaba haciendo en cierta forma un pacto con el diablo, no podía no aceptar su ayuda.

      –Muy bien, de acuerdo –murmuró asintiendo con la cabeza–. Tú ganas.

      Capítulo 2

      THEO no estaba tan seguro de haber ganado. Tal vez hubiera conseguido el resultado que buscaba, pero teniendo en cuenta la gigantesca deuda que tenía con Mike, lo menos que podía hacer era apoyar económicamente a Kate y a su hermana, y desde luego no disminuía la tremenda y omnipresente culpa que sentía por la parte que le tocaba en la muerte de su hermano. De hecho se sentía todavía peor, porque tendría que haber sabido lo de los créditos.

      Y luego estaba la batalla para mantener el control, que había empezado a perder desde el momento en que Kate entró en su despacho, detonando una reacción salvaje y completamente inesperada en él.

      No estaba preparado para el efecto que produjo en él. La primera y única vez que se habían visto, después del funeral de Mike, una experiencia extremadamente dura por varios motivos, no dio pistas al respecto. Sin embargo, cuando había entrado por la puerta todos sus sentidos se pusieron en alerta. El modo en que se movía, de forma lánguida y sinuosamente elegante, le había hipnotizado. Y cuando se acercó al escritorio, las fotos de la página web regresaron de golpe a su cabeza. A cada paso que avanzaba hacia él, la sangre de Theo se calentaba y las preguntas empezaban a resonarle en la cabeza. «Olvídate de los datos y las aficiones», pensó con el pulso latiéndole con fuerza y el cuerpo duro. Eran otras cosas lo que le interesaban.

      Y luego estaba el pequeño pero significativo detalle relacionado con su experiencia sexual. El «ninguna» implicaba que todavía era virgen, pero independientemente de su significado, no debería haber despertado el más mínimo interés en él. Y, sin embargo, para su rabia, lo encontraba fascinante porque en lo único que podía pensar era en por qué. Tenía veintiséis años no podía deberse a falta de oportunidades. Tenía el aspecto de una diosa. Tal vez no se tratara de una belleza convencional, pero desde luego era impresionante con su cabello largo y rubio, los grandes ojos azules y la estatura.

      Pero Theo estaba haciendo un buen trabajo disimulando la atracción que le corría por las venas de forma bastante efectiva, porque estaba acostumbrado a mantener conversaciones que no tenían nada que ver con lo que le estaba pasando por dentro. Kate no sabría nunca nada sobre el fiero deseo que latía en su interior. Además, era algo puramente físico y que carecía de importancia.

      –¿Necesitas algo más? –le preguntó con frialdad. Su voz no daba ni una pista de las turbulencias que estaba experimentando por dentro.

      –No, gracias. Lo tengo todo bajo control.

      Suerte para ella.

      –Si eso cambia, házmelo saber.

      –Por supuesto –dijo Kate haciendo amago de levantarse. Pero pareció pensárselo mejor–. Y por cierto –añadió–, gracias por tu ayuda. Ese «tú ganas» ha sido una grosería.

      –Así es.

      –Aunque para ser justos, habías pasado como una apisonadora por mis planes sin ninguna consideración por mis sentimientos.

      Tenía razón, pero Theo no era de los que se disculpaban.

      –Tal vez.

      –En cualquier caso, no es excusa –continuó Kate–. Lo siento. Mis padres hacían mucho hincapié en los buenos modales –una sombra de tristeza cruzó por su mirada–. Bueno, que te agradezco mucho la oferta –dijo bruscamente–. Y de paso te doy también las gracias por haber cerrado ese sitio web. Me llegaron algunos correos perturbadores. Hay mucha gente enferma.

      –¿Qué esperabas? –preguntó Theo–. Eres un caso bastante único. Una mujer de veintiséis años virgen en esta época es bastante inusual.

      Kate se encogió de hombros.

      –Supongo que sí.

      –¿Cuál es el problema?

      –No es asunto tuyo –Kate ladeó la cabeza–. Y además, ¿por qué quieres saberlo?

      Buena pregunta. Apenas la conocía, y no tenía ninguna intención de ayudarla con aquello. ¿De dónde diablos había salido esa idea?

      –Tengo curiosidad.

      –No me parece un tema apropiado para una conversación entre jefe y empleada –contestó Kate–. Además, todavía estoy en periodo de prueba.

      Ahí no había ningún problema. Theo había hablado con el responsable de contabilidad para saber si había que despedirla. Afortunadamente no, el trabajo de Kate era excelente y constituía un miembro confiable y valioso del equipo.

      –Eres excelente en tu trabajo –afirmó–. Pasarás el periodo de prueba. Y hemos cruzado la línea entre jefe y empleado en el momento en que intentaste acceder a Los ángeles de Belle desde un ordenador de mi propiedad.

      –En cualquier caso, no.

      –Muy bien, de acuerdo –dijo Theo, molesto consigo mismo por insistir–. Ya puedes irte.

      Kate vio cómo Theo señalaba en dirección a la puerta antes de volver a centrar la atención en el ordenador, y pensó que nunca la habían echado de ningún sitio de forma tan directa. Ella se había negado a jugar a la pelota, y Theo perdió interés.

      Pues muy bien. No tenía el menor interés en compartir los problemas relacionados con su inexistente vida sexual con su jefe, nada menos. No quería ni imaginarse lo humillante que resultaría.

      Y, por lo tanto, iba a hacer lo que él le pedía. En aquel instante. Iba a levantarse y a volver a casa, donde podría repasar tranquilamente lo sucedido en aquella conversación surrealista y luego pellizcarse para creerse que por fin habían terminado sus problemas económicos.

      Entonces, ¿por qué no se movía? ¿Por qué sentía como si tuviera el trasero pegado a la silla? ¿Por qué le latía el corazón tan deprisa que le parecía que se le iba a salir del pecho? No podía estar pensando en contárselo, ¿verdad?

      Pero para su horror, cada vez se sentía más tentada a hacerlo. ¿Qué estaba pasando? ¿Le había aplicado Theo algún tipo de psicología inversa y por eso de pronto deseaba desesperadamente compartir con él hasta el último detalle? ¿O se debía simplemente a

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