Operaciones para la instalación de jardines y zonas verdes. AGAO0208. Juan Manuel Ruiz Cobos

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huérfanos y de la mano de los trabajadores y siervos, que debían ya no solo prestarse a la labranza de las tierras y los jardines, sino que además habían de responder a los ataques e intrusiones bélicas que sufrían las propiedades a su custodia. Tras un largo siglo de decadencia y conflictos que hacían de pregón del final imperial, el jardín y el paisaje romano, cambia radicalmente.

      Tras la disipación del imperio romano, Europa se habría de acomodar a grandes cambios sociales, políticos y culturales que caracterizaron la época medieval. Cristianos, árabes y bizantinos toman Europa para definir un nuevo modelo sociológico y organizativo, que de igual forma observa una importante carga eclesiástica sobrevenida a la vieja Europa desde oriente medio. El momento clave de esta irrupción, es el año 313 con la promulgación del edicto de Constantino en relación al “culto libre”. Desde este momento, se emprenden numerosas órdenes religiosas que por doquier construyen de igual forma notables espacios conventuales asegurando presencia en multitud de plazas geográficas. De cara sobre todo a la resolución de la custodia y preservación del importante patrimonio clásico fue una autentica peripecia. Y gracias a las distintas obras monacales, se protegió el conocimiento botánico y con él la farmacopea y el cultivo ornamental. La gran masa poblacional que captaron las distintas ordenes, compaginaban con el rezo y la adoración, el trabajo de la huerta y el jardín, hecho que animó e hizo de gentil transición ante el declive paisajístico que imprimió el suceso romano, así, de la dedicación que estos muros adentro, vino un importante revulsivo hacia la historia de la jardinería protagonizado por el “claustro”. Los claustros erigidos según la norma de cada orden, se levantaban sobre algún resto romano, ampliándolo o adaptándolos al nuevo uso. El nuevo espacio construido se hacia en torno a varios patios de planta cuadrada porticados y cerrados. Eran muy parecidos al peristilo romano aunque a bien es cierto que si su trazado no se distanciaba de sus antecesores clásicos, su objeto, significado e inspiración formaban un denso y antagónico muro separador con los clásicos. Fundamentalmente la distancia entre ambos se hacía en el aspecto estético y de ocio, pues para nada estos habrían de contener elementos distorsionantes de cariz ornamental o placentero. La presentación debía responder concienzudamente a la leyenda de la “Ciudad perfecta y sublime” que se narra en el texto bíblico de la Jerusalén Celeste.

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       Recuerde

      El monasterio es la ciudad de Dios, mientras que el claustro y su jardín es el paraíso.

      El claustro adopta una dimensión sobrenatural en su objeto, pues se pretende someter al creyente que lo contempla hacia una posición de contacto con Dios. Su trazado cruciforme es rescatado de nuevo por la religión cristiana para conmover y cristalizar la meditación en la Cruz en la que pereció el redentor. Cuatro cuadros que expresan los cuatro ríos edénicos y que tienen por centro al evocador árbol de la vida, formaban una escena verde que podía variar en su definición según las directrices de la orden. En todas, la vegetación se dispone en el interior de los cuadros y en muchas claustros, se acepta la opción de generar laberintos vegetales tallados que mantenían la estrategia disuasoria hacia los demonios en su deseo de acceder a zonas sagradas. Mediante la vegetación arbustiva, sobre todo boj y mirto, se producían bandas recortadas que tenían lectura exclusiva desde la altura y de esta forma su efecto sería óptimo al ocasionar la desorientación de los sacrílegos. A pesar de que en el jardín monacal no residía el objeto del cultivo especulativo o funcional, a veces se implementaba el cultivo floral o medicinal de cara al autoconsumo. Esto venía a ocurrir cuando el espacio religioso no era lo suficientemente espacioso. La zona de huerta recibía el cultivo tradicional en líneas de las especies hortícolas que la orden consumía en su propio menú culinario y solían acompañar además unos densos doseles arbolados donde los religiosos departían al fresco o simplemente meditaban.

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       Nota

      La dinámica conventual de la época cambió la concepción clásica de las plantas; y el jardín imponiéndoles a estas una simbología relacionada siempre con los misterios bíblicos y por ello dominaban las plantaciones de rosas, lirios y azucenas, correspondidas con la pureza, la pasión, etc.

      En la complejidad de vida que supuso la alta edad media, el tiempo para la jardinería era algo impensable ante las penurias y hambrunas que se pasaban. Como antes hicieran romanos y griegos, los guerreros cristianos provenientes de las cruzadas serían aunque de forma muy timorata, quienes hasta el norte de Europa, elevaron mediante el recuerdo de las imágenes y vivencias que habían recabado en la estancia en Tierra Santa, la semblanza del jardín de oriente medio y con ello, el restablecimiento de una situación anómala para la historia del jardín.

      Tras siglos de paro en la andadura del jardín, se comienzan a dar pasos que meramente se situaban en la solución de las costuras que suponían las aperturas de barbacanas, adarves u otros huecos presentes en los sistemas defensivos murados, utilizando para ello sencillas plantaciones floridas. En medida de la disponibilidad de espacio de cultivo, se fue acicalando el trazado, que sí encontraba una inspiración de referencia en la geometría del claustro, y utilizaba base del mismo pero alejándose en lo posible de la austeridad y severidad religiosa, para alojar en los mismos una intencionada belleza, hecha presente por medio del color y las texturas. Por ello y ante la limitación que les supone el tener que obviar los medios paganos, utilizaban como elemento de expresión el propio vegetal, abundando para ello en el arte topiario, que elevaron a unas cotas artísticas más que notorias.

      Ya en la edad media el jardín adopta nuevos elementos como las pérgolas o emparrados, bien para la guía en paramentos horizontales en altura o para la separación de espacios en el propio jardín, las praderas floridas, los arbustos tallados en complejas formas, las praderas de violetas en las que se integran macizos de flor, o los juegos o artefactos fantásticos, son parte de una escenificación que culmina el “estrade”, consistente en la talla de árboles con forma de discos superpuestos en sentido decreciente hacia la parte superior y manteniendo una frecuencia espaciada. Todo ello estuvo envuelto en un jardín con muros perimetrales que mantuvo un cordón umbilical con la jardinería clásica y la arquitectónica posterior.

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       Recuerde

      Los escritos de Boccaccio o Dante entre otros, constatan que el jardín se había convertido en un asunto literario, que de igual forma crece auspiciado por las innovaciones técnicas como el desarrollo de la metalurgia, la aparición de la brújula portátil o del rectángulus, etc., que facilitarán la creación de jardines.

      2.3. Jardín árabe. El jardín de los sentidos

      El trazado del jardín árabe supone un saldo colmado de sensualidad, que contrasta con la austeridad de la jardinería de los castillos de la edad media. En este se aprovecha con total tolerancia y protegidos de toda inseguridad lo mejor de la vida mientras Alá abre paso al paraíso prometido.

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       Un jardín cerrado, pequeño, con sombras y agua, buscando el solaz y la frescura.

      Los jardines árabes, grandes o pequeños comprendían una ocultación visual que propinaban los grandes muros y paramentos en la virtud de evitar que la sufrida sociedad accediese sensorialmente al paraíso creado. En origen esta protección puede encontrar justificación en las duras condiciones

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