La noche de los asombros. Ramón López Reina

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La noche de los asombros - Ramón López Reina

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creencias populares algunos de ellos, debo aclarar que tales afirmaciones pudieran no ser exactas o simplemente tratarse de una leyenda sin fundamento ni rigor histórico o veracidad:

      Los pasadizos de la alcazaba

      El pasadizo que comunicaba la alcazaba con la zona conocida como Fuente de la Mora. Donde se dice que por las noches una mujer árabe se aparecía cuan espectro para recoger agua de alguna fuente aledaña. Un túnel encontrado gracias a unas reformas en una vivienda de la calle Cuesta Infante, y que supuestamente llevaba a las murallas del castillo, obviamente fue tapado inmediatamente por el dueño. Se dice que se encontraron restos de diversa índole.

      Se tiene constancia, al menos por la tradición oral de las gentes que viven desde mucho, de aquella zona de túneles ocultos comunicantes entre la alcazaba y barrio de san Juan, Cuevas de Jesús y barrio del Carmen.

      Los pasadizos de conventos e iglesias

      Alguna fuente comentó que existían pasadizos descubiertos tras las obras de calle el Plato —esquina Taza y Porterías— una vez que se hundió el terreno salió a la luz un embovedado que comunicaba la iglesia de la Trinidad hasta la iglesia de san Isidro, actualmente desaparecida y que se encontraba en la esquina de la calle Taza con Vega.

      El pasadizo del palacio de los marqueses de la Peña hasta el convento de la Victoria

      Una leyenda urbana que se comentaba entre los antiguos alumnos del colegio de los Carmelitas y que desataba la imaginación de los jóvenes al creer que pudieran haber sido utilizados por los religiosos para cualquier fin.

      Un pasadizo que atravesaba la ya desaparecida capilla de la humildad, que fue construida por orden de los marqueses de la Peña que fueron los que sufragaron parte de las obras del convento de la Victoria, así que como privilegiados tenían una tribuna propia para asistir a las misas celebradas en el convento sin necesidad de salir a la calle.

      El arroyón de la plaza de san Sebastián

      En principio un curso de agua natural que tras la expansión de la ciudad tuvo que ser encauzado al recibir aguas fecales. Así que se construyó un embovedado también denominado Madre Vieja entre los siglos XVII y XVIII, la antigua cloaca que desemboca en la calle Fresca. Esta canalización partía desde calle Nueva, atravesaba la plaza de san Sebastián, calle Encarnación y callejón Urbina. En la calle Talavera existía todavía un sumidero en la pared perteneciente a la red. Sobre esta red se construyó parte del convento de la Encarnación y otras construcciones. No se tiene constancia de que existieran edificaciones romanas situadas encima de este a no ser que fueran casas agrícolas. Se dice que lo único romano del embovedado eran los sillares extraídos de la ciudad de Singilia Barba.

      Los pozos del Pinar de Hacho

      He podido constatar que son cuatro los pozos u oquedades en la zona sur del parque periurbano. Cuatro pozos excavados en la roca con la misión de almacenar agua posiblemente, pero que muy poco se conoce de ellos. Conviene resaltar la existencia de yacimientos arqueológicos como el Arquillo del Porquero un acueducto del siglo XVI que conducía agua desde el arroyo de la Magdalena y la Torre Vigía del Hacho del siglo XIII declarada bien de interés cultural en las inmediaciones.

      El Arquillo de los Porqueros conserva antiguas inscripciones realizadas por nuestros ancestros y que demuestran la predilección del hombre antiguo por esta zona desde la Edad de Bronce, donde tribus nómadas atravesaban estos parajes y posteriormente se asentaban en él. La torre vigía cubría el flanco sudeste de la alcazaba con marcado carácter defensivo de la ciudad.

      Los chavales en los años 80 nos dedicábamos a bajar a ellos ayudados con cuerdas o aprovechando algunas oquedades que conformaban una especie de escalera bastante sinuosa, no sin antes aguantar algunas veces el olor nauseabundo de algún cadáver de animal en descomposición arrojado al mismo o también encontrarnos con restos de piezas de motocicletas.

      Mi agradecimiento a:

      Marina Espejo, Jorge PT, Juan Félix Luque, José Ángel Díaz Calle, Paco Mármol, Dolores Muñoz, Frank Tejada.

      Aquella sesión de ouija

      En la década de los 80 se pusieron de moda ciertos rituales caseros —Verónica, las tijeras y el libro— y ciertas prácticas espiritistas como la archiconocida ouija que tuvieron gran auge entre jóvenes de la época para invocar o contactar mediante supuestos juegos con el mundo sobrenatural. Con el único propósito de pasar un rato divertido, y no siendo conscientes de una posible repercusión posterior.

      Yo no fui una excepción, así que si me lo permiten ustedes, les contaré mi experiencia personal con estos menesteres, la única que he tenido con la ouija hasta el momento. Es una licencia para narrar una reseña dentro de este blog a modo de paréntesis. Luego cada cual juzgue como quiera, como siempre…

      Serían las 12 del mediodía aproximadamente en una mañana de verano. Todos los amigos y niños de mi calle disfrutábamos de vacaciones estivales y teníamos todo el tiempo habido y por haber. Nuestras edades comprendían entre los 10 a 16 años aproximadamente formando siempre un grupo numeroso para cualquier actividad o juego. No sé por qué pero aquella mañana al «jefe del grupo» se le ocurrió hacer lo que en aquella fecha denominábamos a secas espiritismo, que en definitiva no era ni más ni menos que hacer una sesión de ouija con materiales improvisados siguiendo un ritual aprendido en un campamento de verano. Es más que probable que quisiéramos o quisiera poner a prueba nuestro valor, así que nadie rechazo la oferta bajo pena de quedar como un «gallina» o cosa peor, y es que en aquellas edades tenía uno que defender su valentía a toda costa. Así que nos dispusimos a contactar con el mundo de los espíritus como aquel que se entretiene en poner y ver la televisión.

      Nos encerramos cinco mozuelos dentro de una habitación, la cual dejamos totalmente a oscuras cerrando puerta y ventanas, tan solo era iluminada por una vela blanca que para más detalle procedía de algún resto de cirio procesional. Los cinco nos acercamos en torno a una mesa redonda donde además de la vela dispusimos un vaso de cristal boca abajo que serviría de planchette. Como no teníamos tablero, pero éramos muy recurrentes, dispusimos en todo el contorno de la mesa redonda las letras del abecedario y los números del 0 al 9, y cómo no el clásico SÍ NO, todos ellos escritos en papel, así que lo único que faltaba era tragar saliva y hacer de tripas corazón, poniendo suavemente cinco dedos índice en el vaso esperando a que el maestro de ceremonia paranormal invocara posibles espíritus errantes que hicieran mover el vaso para manifestarse. ¡Y sí!, tengo que reconocerlo… ¡Daba un cague de narices!

       El maestro ceremonial repetía la clásica pregunta de apertura una y otra vez…

      —¿Hay alguien ahí? ¡Si estás con nosotros haznos una señal!

      En los primeros instantes no se movía nada pero a los escasos cinco minutos el vaso empezó a moverse sin accionamiento humano «aparente». Yo estaba como creo que casi todos, bastante inquieto y expectante. Me repetía a mí mismo… «¡Esto no puede ser verdad!». Pero el miedo me coaccionaba a intentar poner en duda todo aquello… «¡Ostia…!», pensaba para mis adentros totalmente desconcertado.

      Se hacían preguntas y el vaso con nuestros dedos encima, muy levemente, se movía por toda la mesa

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