El físico y el filósofo. Jimena Canales

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El físico y el filósofo - Jimena Canales

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Unos años más tarde, Lorentz manifestó: «Poincaré se ha opuesto a la teoría existente de fenómenos eléctricos y ópticos en cuerpos en movimiento manifestando que, para explicar el resultado negativo de Michelson, se ha tenido que presentar una nueva hipótesis y que puede que surja esta misma necesidad cada vez que salgan a la luz nuevos hechos». Lorentz aceptó la crítica en su totalidad, indicando que «indudablemente este sistema de inventar hipótesis especiales para cada nuevo resultado experimental es algo artificial»23.

      Lorentz continuó batiéndose el cobre con este tema, intentando combatir la aparente artificialidad de su teoría incorporando nuevos experimentos a la deformación de la masa electromagnética del electrón. Llegado a ese punto, afirmó con optimismo que su obra estaba basada en «supuestos fundamentales […] con mejores resultados»24. Pero ni siquiera con esta nueva investigación logró convencer plenamente a su colega parisino. En El valor de la ciencia (1905), Poincaré volvió a subrayar que Lorentz solo se había salido con la suya «acumulando hipótesis»25. Con todo, también la laureó como la «menos defectuosa» de todas las opciones26.

      Haciendo suyas las acusaciones que había vertido Poincaré, Einstein dijo que su teoría era superior a la de Lorentz porque no era artificial. La razón que adujo para la superioridad de su interpretación era que, a diferencia de la de Lorentz, no era «un medio artificial para salvar la teoría». Einstein incluyó un historial con el desarrollo de esta investigación, diferenciando su posición de la de Lorentz27. Minkowski dio alas a este argumento alegando que la teoría del neerlandés parecía «un regalo del cielo», mientras que la alternativa del alemán parecía emerger con naturalidad de los hechos observados28.

      ¿Qué distingue una teoría que refleja con naturalidad el orden del mundo de una que ha sido diseñada artificialmente para amoldarla a los resultados de los experimentos? Estas publicaciones de Poincaré, Lorentz y Einstein rebosaban de acusaciones mutuas e indecorosas de artificialidad y de construcción ad hoc. Lorentz refutó las acusaciones de Einstein de que su teoría lo fuera, argumentando por el contrario que la solución de Einstein era la más artificial. En 1909 Lorentz admitió formalmente que Einstein podía «agenciarse el mérito» por «la manifestación de un principio general y fundamental» de la relatividad —algo que él mismo no había hecho—, pero solo si se reconocía lo «artificial» que era en verdad la contribución de Einstein29. En un texto que parecía otorgar el crédito generosamente a su colega por la teoría de la relatividad, añadía que Eistein solo había postulado lo que él había deducido. El resultado era «más bien complicado y parecía un tanto artificial»30. En las conferencias posteriores (en 1910) usó el término «Relativitätsprizip de Einstein», marcando claramente la diferencia31. Aceptó que la teoría de Einstein se podía considerar la mejor explicación disponible para ciertos resultados experimentales, pero siguió buscando una teoría alternativa.

      TENSIONES DURANTE LA GUERRA

      En seis conferencias que dio en Gotinga (1910), Lorentz convino en que Einstein tenía razón, pero afirmó que él también la tenía: «¿Cuál de las dos formas de pensar prefieres adoptar? Es una decisión íntima de cada uno»32. En los años siguientes, Lorentz fue taxativo con los beneficios de cada método33. Este statu quo, en el que se estimaban igual de válidas ambas interpretaciones, cambió a finales de 1911, pues volvieron a aflorar indicios de tensión entre ambos cuando Einstein rechazó una generosa oferta de trabajo para trasladarse desde Praga a los Países Bajos (una oferta que se le hizo en gran medida gracias a los esfuerzos de Lorentz). Einstein, en cambio, negoció para ir a la Politécnica de Zúrich. «Pero si pasado mañana, o en el futuro más inmediato, lo descubrieran [que no me interesa el trabajo de Utrecht], perderían en el acto su fervor y me mantendrían en vilo para siempre», escribió a un amigo34. Negociar al unísono con dos instituciones era arriesgado tanto personal como profesionalmente, dado que para el cargo en los Países Bajos estaba tratando con la mayor eminencia de su campo, «además de un buen amigo»35.

      En 1913, en tres conferencias que dio en Haarlem, Lorentz fue aún más diáfano: la decisión de quién tenía razón, si Einstein o él, no se podía dejar en manos de los experimentos y, a decir verdad, menos aún en manos de Einstein. Criticó que Einstein desestimara «de un plumazo» estas «cuestiones» y que afirmara que eran «absurdas»36. Lorentz remarcó que los asuntos encima de la mesa eran epistemológicos: «Corresponde en gran medida a la epistemología sopesar estos conceptos; y dictar sentencia también». Los científicos eran libres de elegir entre ellos en función de «la mentalidad a la que cada uno esté aclimatado y de si te sientes más atraído por una u otra perspectiva»37. El presentador del Premio Nobel de Einstein citó casi textualmente la opinión que Lorentz había expresado años antes: que la validez de la teoría de la relatividad de Einstein «pertenece a la epistemología y, por tanto, ha sido objeto de un intenso debate en los círculos filosóficos»38.

      En un artículo poco especializado publicado en la influyente Kultur der Gegenwart, una «enciclopedia del presente» de varios volúmenes encargada por el Reich alemán, Einstein respondió a la teoría de que cualquiera podía elegir cuál de las dos interpretaciones era mejor. El artículo incluía una crítica mordaz a la interpretación de Lorentz, en la que Einstein explicaba por qué la teoría de Lorentz generaba desconfianza39. Cuando el neerlandés leyó estas líneas, enseguida acusó a Einstein de «generar la impresión de que solo se hablaba de cosas “ficticias” y que no había fenómenos físicos reales»40. En enero de 1915, Lorentz mandó una carta a Einstein transmitiéndole personalmente su descontento por ese artículo: «En vuestro artículo de Kultur der Gegenwart, he encontrado […] esta observación: “Esta forma de idear hipótesis ad hoc para ajustarse a los experimentos […] es muy insatisfactoria”», percatándose de que se refería directamente a él41. También regañó a Einstein por «presentar una opinión personal como innegable», señalando que era «inútil» seguir buscando un factor distintivo que llevara a los científicos a seleccionar un tiempo en la teoría de la relatividad en detrimento de los otros. Lorentz procedió entonces a describir todo lo que estaba mal en la interpretación de Einstein, fijándose sobre todo en dos puntos principales.

      El primer problema guardaba relación con la equivalencia del tiempo y el espacio. El espacio y el tiempo no eran simplemente intercambiables, sostenía Lorentz: «Hay una diferencia inconfundible entre los conceptos espaciales y temporales, una diferencia que indudablemente tampoco se puede eliminar por completo. No podéis atribuir a las coordinadas temporales una categoría del todo equivalente a las coordinadas espaciales». La segunda cuestión tenía que ver con la equivalencia en el rango de tiempos diferentes. Lorentz estaba dispuesto a reconocer que espíritus imperfectos no pudieran asignar una categoría superior a t1 respecto a t2, pero un «espíritu universal» sí podría. Y además, Lorentz sostenía que había una especie de «espíritu universal» en todos nosotros: «Sin duda no somos tan radicalmente diferentes de él»42.

      ¿A qué se refería Lorentz con «espíritu universal»? Las concepciones tradicionales del tiempo, conectadas a las cualidades perceptivas de un espíritu universal hipotético o real, tenían una larga trayectoria que databa de la época medieval. En tiempos de Newton, este espíritu universal se asociaba directamente con Dios. ¿Acaso estos científicos todavía seguían debatiendo cuestiones de tipo teológico, aunque en términos laicizados? Para Lorentz, la cuestión de un «espíritu universal» y la capacidad para desentrañar la equivalencia de estatus de t1 y t2 no atañían cabalmente a la física, sino que «trascendían los límites» de la misma43.

      Einstein le contestó disculpándose, en cierta medida: «Aunque tuve tres años para componerla, me había olvidado por completo y me recordaron mi compromiso […] una semana antes de la fecha de entrega».

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