El físico y el filósofo. Jimena Canales

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El físico y el filósofo - Jimena Canales

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al concepto psicológico, no al filosófico.

      Cuando Bergson remarcaba la importancia de la intuición, no decía que pudiera usarse para cuantificar el tiempo. La intuición del tiempo que quería remarcar eran precisamente los aspectos de nuestro sentido temporal menos repetitivos, rítmicos y homogéneos. Era la intuición de la «condición móvil de la realidad» la que subrayaba, no una intuición de simultaneidad o una clara serie de sucesos52. Nuestra intuición de la duración, según Bergson, percibía su condición de constante cambio. Un autor lo explicó con claridad: «Esta duración, que percibimos de inmediato, se manifiesta en nosotros y a nuestro alrededor mediante un rejuvenecimiento incesante: no hay dos instantes iguales»53.

      «UN RESUMEN INCREÍBLEMENTE SIMPLE»

      Las objeciones de Bergson a la teoría de Einstein inquietaron a los físicos. A la vista de su crítica, muchos empezaron a dudar: tal vez la teoría de Einstein no merecía la importancia que se le daba, quizás el físico solo estaba ofreciendo una forma de interpretar la realidad, y quizás esta interpretación era solo una de las múltiples posibilidades. Tal vez no era ni siquiera revolucionaria, sino más bien conservadora. Einstein luchó contra estas interpretaciones con más vigor que nunca tras su encuentro con Bergson.

      Se ha escrito mucho sobre la perspectiva filosófica de Einstein y los expertos han debatido hasta qué punto era realista, el alemán54. Las pruebas varían, dado que Einstein expuso a menudo opiniones contradictorias sobre esta materia. Su debate con Bergson, no obstante, revela que durante un periodo de tiempo limitado (empezando con los ataques contra él en la Filarmónica de Berlín y siguiendo con la confrontación de Bergson) adoptó una postura en la que solo consideraba «objetiva» su propia interpretación de la teoría de la relatividad.

      La defensa aguerrida que durante esos años hizo Einstein de su teoría como la única opción científicamente viable contrasta mucho con las interpretaciones previas y posteriores de su propia obra y la de sus colegas. Einstein alabó en repetidas ocasiones la doble virtud de la simplicidad y la generalidad al evaluar teorías científicas. Primero adujo que había que adoptar su teoría porque era simple y exhaustiva, no porque fuera absoluta y definitivamente la única correcta. La describió «como una generalización y un resumen increíblemente simple de hipótesis que, hasta ese momento, habían sido independientes las unas de las otras»55. Su revolucionario artículo sobre la relatividad general (1916) solo había afirmado con modestia que su teoría era «psicológicamente natural»56. Era importante que aprovechara para advertir de un beneficio psicológico, pues marcaba una diferencia de peso con las tesis posteriores de que era necesariamente la teoría natural. En ese trabajo, al referirse al tiempo también había aclarado que hablaba de una «definición» determinada del mismo, llegando incluso a poner el término «realmente» entre comillas cuando escribió sobre las horas de reloj alteradas. Un reloj «“realmente” va más lento que el otro [reloj]», señaló57. En 1918 volvió a insinuar que era legítimo elegir o desechar su teoría: «Solo las razones utilitarias pueden determinar qué representación se tiene que elegir», explicó58. Un año más tarde, después de que las expediciones para observar el eclipse confirmaran su teoría, hizo uno de los alegatos más poderosos a favor de la idea de que las teorías científicas raramente se imponían. Por lo común, los científicos podían elegir entre opciones:

      Cuando disponemos de dos teorías y ambas son compatibles con el repertorio de hechos, a la hora de elegir una antes que la otra no existe más criterio que la mirada intuitiva del investigador. De esta manera, uno puede entender por qué los científicos más sagaces, que conocen ambas cosas —teorías y hechos—, pueden ser apasionados partidarios de teorías opuestas59.

      Pero después de los ataques que recibió en Berlín y París, Einstein dejó de afirmar que había otras teorías válidas.

      Bergson y la mayoría de sus adeptos no negaban los resultados de la teoría de la relatividad; la mayoría se limitaba a rebatir que condujeran necesariamente a las conclusiones de Einstein. Poincaré y otros habían argumentado a menudo que, normalmente, los científicos podían escoger qué teorías se amoldaban mejor a casos particulares. A veces señalaban que las teorías pocas veces concordaban al cien por cien con la realidad, pero que las consideraban igualmente representaciones adecuadas y útiles de ella. Al principio, parecía que Einstein estaba de acuerdo con estos dictámenes, pero más tarde mantuvo una actitud contraria. Por un momento, luchó a brazo partido contra el parecer común, extendido por la crítica de Bergson, de que «los físicos no han sido capaces de decidir» si «puede darse a la “simultaneidad” un significado absoluto»60.

      7

      BERGSON ESCRIBE A LORENTZ

      HAARLEM, PAÍSES BAJOS

      En 1928 Einstein visitó Países Bajos para dar un conmovedor discurso en un funeral. Su colega y amigo Hendrik A. Lorentz acababa de morir a los setenta y cuatro años. Un viernes, exactamente al mediodía, el telégrafo estatal y los servicios telefónicos del país se suspendieron durante tres minutos como «homenaje al mayor prohombre que Países Bajos haya dado en nuestro tiempo»1. Pese a ser un íntimo amigo, un científico reputado y el autor de las ecuaciones que Einstein usó en su teoría de la relatividad, el neerlandés no aceptó nunca sus conclusiones. ¿Por qué?

      Lorentz recibió el ansiado Premio Nobel de Física en 1902. En 1895 propuso que las longitudes podían contraerse con el movimiento. Unos años más adelante, sugirió que los relojes podían ralentizarse en esas mismas circunstancias. Los motivos por los que la relación de Einstein con Lorentz fascina a los expertos son los mismos que alimentan el interés de su relación con Henri Poincaré. ¿Por qué estos dos científicos no propugnaron la teoría que revolucionó la física? Einstein tenía una relación cercana y afectuosa con Lorentz, que representaba una especie de figura paterna para el joven físico2. Al inicio, su trabajo sobre la relatividad era tan similar que costaba mucho discernir las contribuciones de cada uno; tanto, de hecho, que se solía llamar la teoría de Einstein-Lorentz. Pero su relación no fue siempre fluida, sobre todo en lo concerniente a ciertas interpretaciones de la relatividad.

      Abraham Pais, un colega que acabó escribiendo la biografía de Einstein, le describió como alguien incapaz de «liberarse» de las viejas teorías, algo en lo que se parecía mucho a Poincaré3. ¿Bergson pudo tener algún efecto sobre la opinión que le merecía Einstein a Lorentz? Unos años después del encuentro en París, Bergson empezó a hablar mal de Einstein a Lorentz a espaldas del alemán. En una carta a Lorentz, explicó por qué los físicos estaban recibiendo su filosofía con tanta aversión. Especuló con que Einstein y muchos otros físicos simplemente no le entendían y compartió con Lorentz un retrato muy negativo del físico:

      En general, los físicos de la relatividad me han malinterpretado. Valga decir que no acostumbran a conocer mis opiniones si no es por medio de rumores, por relatos inexactos e incluso completamente falsos. Este es tal vez el caso del propio Einstein, si lo que cuentan de él es cierto4.

      La argumentación de Bergson difería de la de Lorentz en varios aspectos, pero aceptaba y usaba plenamente sus ecuaciones. Como Lorentz, él defendía que la interpretación de Einstein de la relatividad no era la única viable.

      Bergson también conoció a Albert A. Michelson, el autor del experimento que devino crucial para la relatividad, y estudió encarecidamente su trabajo. Los historiadores se han planteado muchas veces por qué Lorentz, Poincaré y Michelson —los tres hombres cuya investigación se aproximaba más a la de Einstein— no bendijeron incondicionalmente la teoría de la relatividad. El papel de Bergson como persona, colega, mentor,

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