El físico y el filósofo. Jimena Canales

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El físico y el filósofo - Jimena Canales

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TARDE

      Ese día «verdaderamente histórico» en el que ambos se conocieron, Bergson se vio arrastrado a regañadientes hacia un debate que había tratado de evitar a toda costa3. El filósofo le sacaba muchos años a Einstein y habló durante cerca de media hora, azuzado por un compañero impertinente que decidió participar tras la presión del organizador del evento. «Somos más einsteinianos que usted, monsieur Einstein»4, dijo. Sus objeciones llegarían a oídos de todos. «Todos dábamos a Bergson por muerto —explicaba el escritor y artista Wyndham Lewis—, pero la Relatividad, aunque parezca extraño a primera vista, lo ha resucitado»5.

      El físico respondió en menos de un minuto, engastando en la respuesta una frase condenatoria y mil veces citada: «Il n’y a donc pas un temps des philosophes»6. La réplica de Einstein, manifestando que el tiempo de los filósofos no existía, fue muy polémica.

      Einstein había viajado a la ciudad de las luces desde Berlín. Cuando su tren llegó a la Gare du Nord, «le esperaba una marabunta de fotógrafos, periodistas, cineastas, funcionarios y diplomáticos». El afamado científico optó por bajar por el andén contrario, huyendo subrepticiamente como un ladrón. Se abrió camino entre peligrosos cables y señales de aviso hasta una puertecita que daba al bulevar de la Chapelle, que por las tardes estaba más vacío que el desierto del Sáhara. Una vez a salvo de cámaras y miradas, Einstein rompió a reír como un niño7.

      La visita del físico causó «una sensación que la élite intelectual de la capital no logró ignorar»8. Los intelectuales no eran los únicos entusiasmados con su presencia. Literalmente «enloqueció a las masas», embelesando enseguida a los desprevenidos parisinos9. Un observador describió el «frenesí desbocado de las masas por escuchar algunos de los ponentes que hablaban de Einstein»10. El viaje de Einstein «revivió y llevó al paroxismo la curiosidad del público por el científico y su obra»11.

      Lo siguiente que dijo Einstein esa tarde fue aún más controvertido: «Solo queda un tiempo psicológico que difiere del físico». En ese preciso instante, Einstein abrió la caja de los truenos: solo había dos formas válidas para entender el tiempo, la física y la psicológica. Aunque escandalosas por el contexto concreto en que fueron proferidas, estas dos formas de analizar el tiempo tenían una larga trayectoria. Con Einstein, tendrían una todavía más larga, pues se convirtieron en los dos ejes dominantes del siglo XX para la mayoría de las investigaciones sobre la naturaleza del tiempo.

      A Bergson le horrorizaba la perspectiva simple y dualista sobre el tiempo que defendía Einstein y respondió escribiendo un libro entero para rebatirla. Su teoría «es una metafísica hincada sobre la ciencia, no es ciencia», escribió12.

      Einstein plantó cara con toda su energía, su fuerza y sus recursos. En los años siguientes, la percepción general fue que Bergson había perdido el debate con el joven físico. Las premisas del científico sobre el tiempo acabaron dominando el grueso de los debates eruditos sobre la cuestión, dejando obsoletos no solo los principios de Bergson, sino muchos otros artísticos y literarios, relegándolos a una posición secundaria y auxiliar. Para muchos, la derrota de Bergson supuso una victoria de la «razón» contra la «intuición»13. Señaló el momento en que los intelectuales perdieron la capacidad de seguir el ritmo de las revoluciones científicas debido a su creciente complejidad. Por esa razón, tenían que mantenerse al margen. La ciencia y sus consecuencias debían dejarse a los propios científicos14. Así empezó «la historia al revés que sufrió la filosofía del tiempo absoluto de Bergson tras una época de éxito sin precedentes; indudablemente por el impacto de la relatividad»15. Y lo más importante es que empezó un periodo en que la filosofía fue perdiendo relevancia, mientras que la influencia de la ciencia aumentaba.

      Los biógrafos que narran la vida y obra de Einstein raramente mencionan a Bergson. Una de las excepciones, un libro escrito por un colega, Abraham Pais, retrata un acercamiento final entre los dos hombres16. Pero otras pruebas demuestran lo divisivo que fue su encuentro. Unos pocos años antes de sus respectivas muertes, Bergson escribió sobre Einstein (1937) y Einstein mencionó a Bergson (1953). Cada uno subrayó de nuevo lo errónea que seguía siendo la perspectiva del otro. Aunque el debate desapareció en gran medida del legado de Einstein, muchos seguidores de Bergson lo sacaban a colación periódicamente17. El mero acto de revivir la discusión de aquel día de abril de 1922 no podía tomarse a la ligera. No solo fue divisivo el incidente en sí, sino que su relevancia para la historia aún se pone en tela de juicio.

      Los dos hombres coparon la mayoría de los debates sobre el tiempo de la primera mitad del siglo XX. Gracias a Einstein, por fin se había «depuesto de su trono» al tiempo, bajándolo de la cumbre de la filosofía al mundo práctico y terrenal de la física. Había demostrado que se tenía que descartar para siempre «nuestra creencia en el significado objetivo de la simultaneidad», así como en el tiempo absoluto, una vez suprimido con éxito «este dogma de nuestra mente»18. El físico había probado que «el espacio en sí mismo y el tiempo en sí mismo» eran dos conceptos «condenados a difuminarse hasta convertirse en meras sombras»19.

      Bergson, en cambio, sostenía que el Tiempo encerraba más de lo que los científicos (de todo tipo, desde los evolucionistas darwinianos a los astrónomos y los físicos) habían apostado jamás. Para explicar esos aspectos del Tiempo que eran de suma importancia y que los científicos omitían constantemente, Bergson solía escribir la palabra en mayúscula. Lo asociaba con el «élan vital», un concepto traducido comúnmente como «impulso vital». Este impulso, argumentaba, cosía todo el universo y daba a la vida un impulso y una fuerza imparables que siempre producían creaciones nuevas e inesperadas y que la ciencia solo capturaba imperfectamente. Era la columna vertebral del trabajo artístico y creativo. Bergson influyó a escritores tan diversos como Gertrude Stein, T. S. Elliot, Virginia Woolf, William Faulkner y muchos otros que introdujeron interrupciones, giros y cambios de guion en los que el futuro aparecía antes que el pasado y el pasado antes que el futuro20.

      A sus coetáneos, las contribuciones de Einstein y Bergson se les antojaron del todo contradictorias, símbolos de dos visiones rivales de la época moderna. El vitalismo se oponía a la mecanización; la creación, al raciocinio; la personalidad, a la uniformidad. Durante esos años, la filosofía de Bergson se solía enlazar con el primer término de cada uno de estos emparejamientos; mientras que la obra de Einstein se solía vincular con el segundo21. Bergson se asociaba con la metafísica, el antirracionalismo y el vitalismo, la idea de que la vida lo impregna todo. Einstein, con sus opuestos: la física, la racionalidad y la idea de que el universo (y nuestro conocimiento del mismo) se sustentaría igual de bien sin nosotros. Cada uno representaba una cara de las notables e irreconciliables dicotomías que caracterizaban la modernidad.

      Este periodo afianzó un mundo dividido en gran medida entre la ciencia y el resto. Lo excepcional de la aparición de estas divisiones y de sus subsiguientes encarnaciones es que, tras el encuentro entre Einstein y Bergson, si la ciencia aparecía firmemente anclada a una de las caras de la dicotomía, la cultura aparecían en el otro bando, incluyendo la filosofía, la política y el arte.

      La dimensión de ambos hombres provocó la envidia de muchos de sus contemporáneos. En cierta ocasión, el fundador del psicoanálisis, Sigmund Freud, dijo de sí mismo que no podía «albergar muchas esperanzas de ser citado al lado de Bergson y Einstein como uno de los soberanos intelectuales» de su época22. De su enfrentamiento señaló: «[Fue] una controversia que actualmente separa a los dos hombres más renombrados de nuestro tiempo»23. Así como el cerebro de Einstein se exhibió en formaldehído como el arquetipo perfecto del órgano de la genialidad, los mechones de pelo de Bergson conservados en su barbería fueron «tratados como reliquias sagradas»24.

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