El físico y el filósofo. Jimena Canales

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El físico y el filósofo - Jimena Canales

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señaló que Einstein pronunciaba «relatividad» con dos acentos y que decía mal la palabra «ecuaciones». De hecho, parecía como si dijera «gelatividad» y «écaciones»23. Bergson, en cambio, era un orador renombrado y experimentado que hablaba francés e inglés de forma impecable.

      El organizador del evento en la Société française de philosophie, Xavier Léon, introdujo al científico como el «genial autor» de la teoría de la relatividad, resaltando lo siguiente: «El 6 de abril pasará a la historia en los anales de nuestra sociedad»24. Algunos de los intelectuales franceses más importantes estaban en la sala. Langevin fue el primero en tomar la palabra tras la introducción.

      Había sido uno de los primeros simpatizantes de Einstein en Francia. Presentó al científico y su teoría de un modo que a muchos ya les sonaba, incluido Einstein. Los que no sonaban tanto al alemán eran algunos filósofos presentes, como Léon Brunschvicg, que formuló una difícil pregunta sobre la relación de la teoría de Einstein con una «concepción kantiana de la ciencia». Brunschvicg quería aclarar facetas sumamente técnicas de la filosofía de Kant en relación con la relatividad, pero el físico contestó lavándose las manos. Cada filósofo tenía «su propio Kant», le dijo a Brunschvicg, así que no podía responder porque no sabía cómo interpretaba él a Kant25.

      Otros que en un principio no querían hablar fueron acuciados por el organizador, que quería y esperaba un encuentro animado. Édouard Le Roy, un estudiante de Bergson, lo dejó claro: «Nuestro amigo Xavier Léon quiere que hable sí o sí [«à toute forcé»]. Ante su educada insistencia, no puedo negarme. Pero, en el fondo, no tengo nada que decir». No obstante, esas palabras pronunciadas por Le Roy atrajeron a Bergson al debate.

      Le Roy creía que «los puntos de vista de filósofos y físicos eran igual de legítimos», pero no dejaban de ser diferentes: «En concreto, me parece que el problema del tiempo no es el mismo para Einstein que para Bergson». Le Roy terminó su comentario diciendo que, como Bergson estaba entre ellos, sería más apropiado que interviniera «él mismo»26.

      Tras haber escuchado en silencio la conferencia que Einstein había dado el día previo en el Collège de France, Bergson respondió a regañadientes e insistió que estaba allí para escuchar. En su primera intervención, cubrió de alabanzas al físico extranjero. Lo último que pretendía era inducir a Einstein a debatir. Con respecto a la teoría de Einstein, Bergson no tenía objeciones: «No presento ninguna objeción contra su teoría de la simultaneidad, así como tampoco contra la teoría de la relatividad en general»27. Lo que quería decir Bergson era que «no todo acaba» con la relatividad. Fue claro: «Lo que quiero exponer es simplemente esto: una vez admitimos que la teoría de la relatividad es una teoría física, no todo queda cerrado»28. La filosofía, argumentó modestamente, aún tenía su lugar.

      Einstein discrepó con Bergson y contestó con una frase provocativa: «El tiempo de los filósofos no existe». Se encontraba ante un auditorio conformado sobre todo por filósofos, en un coloquio conducido por filósofos. Por lo común, los filósofos se habían revelado como una de las comunidades más abiertas y acogedoras de Francia con el físico teutón. ¿Era un desaire de Einstein a su buena voluntad? ¿Qué buscaba al pronunciar esa frase? Einstein luchaba por no dar a la filosofía (y, por tanto, a Bergson) un papel predominante en asuntos relativos al tiempo. Sus objeciones se basaban en sus premisas sobre el papel de la filosofía y de los filósofos en la sociedad; premisas que diferían de las de Bergson.

      SOLAMENTE «SUCESOS OBJETIVOS»

      Durante su diálogo con Bergson, Einstein defendió su definición del tiempo por tener un «significado objetivo» claro, a diferencia de otras definiciones. «Hay sucesos objetivos que son independientes de las personas», recalcó ese día, insinuando que su noción del tiempo era uno de ellos29. Su teoría no era solo una hipótesis conveniente o una explicación ajustada de las muchas que había para elegir. «Uno siempre puede elegir la representación que quiera si cree que le es más cómoda para la tarea que tiene entre manos, pero eso no tiene ningún sentido objetivo», insistió30. El astrónomo Charles Nordmann, que siguió de cerca la visita de Einstein, explicó las intenciones del físico. «Si hay alguna opinión concreta contra la que Einstein luchó de forma acérrima y notable, según recuerdo, justo después de los debates en el Collège de France, es la que daba a su teoría una importancia meramente formal o matemática», contó31.

      «Todo ha ido como la seda», escribió Einstein a su esposa esa noche. Preparó con ilusión su viaje de vuelta a casa, con un «maletín de cuero repleto» del dinero que le dio el barón de Rothschild. En Alemania, la inflación estaba por las nubes. Después de acabar «la última discusión», se sentía bien con su labor y orgulloso de haber contribuido al interés de su país. «Si los alemanes tuvieran la más remota idea de los servicios que he prestado por ellos aquí, durante esta visita», claramente le darían las gracias, le contó a su esposa. «Pero son demasiado estrechos de miras para entenderlo», concluyó32.

      El debate entre ambos hombres se avivó rápidamente. Después de su primer encuentro, Bergson y Einstein debían volver a verse al cabo de unos meses, esta vez en un contexto totalmente diferente. Bergson presidía el Comité Internacional de Cooperación Intelectual (CIC, por sus siglas en inglés), una de las divisiones más prestigiosas de la Sociedad de las Naciones. Einstein era uno de sus miembros. Aunque la participación de ambos daba prestigio a la Sociedad de las Naciones, su acalorado choque en París solo hizo que intensificar las dudas acerca de la viabilidad de las colaboraciones internacionales, incluso de aquellas fundadas con el fin expreso de mitigar el conflicto en Europa. ¿Pero iba a mitigarse o a empeorarse? En 1922 era difícil prever el futuro.

      A comienzos de otoño apareció en papel Duración y simultaneidad, el polémico libro que había estado en la imprenta durante el encuentro en París. Bergson expresó el «deber» de defender la filosofía de la invasión de la ciencia. Eran unas declaraciones duras: «La idea de que la ciencia y la filosofía son disciplinas diferentes destinadas a complementarse mutuamente […] nos aviva el deseo y también nos impone el deber de avanzar hacia una confrontación»33. Bergson reprobó la teoría de la relatividad por «dejar de ser física y convertirse en una filosofía»; y dicho sea de paso, una enormemente defectuosa34.

      Aunque esa simple declaración de Einstein —«El tiempo de los filósofos no existe»— sirvió como detonante, muchos otros factores exacerbaron el conflicto entre los dos intelectuales y las doctrinas que representaban. Bergson y Einstein pertenecían a comunidades diferentes, con patrimonios culturales e intelectuales diferentes.

      Einstein estaba obsesionado con buscar la unidad del universo y creía que la ciencia podía revelar sus leyes inmutables y describirlas de la forma más simple posible35. Bergson, en cambio, defendía que el signo definitivo del universo era justo el contrario: el cambio interminable. Las filosofías que no resaltaban el carácter fluctuante, contingente e impredecible del universo —así como el papel esencial de la conciencia humana en él y su rol fundamental en nuestro conocimiento del mismo— eran, según él, retrógradas e incultas. Mientras que Einstein buscaba coherencia y simplicidad, Bergson hacía hincapié en las incoherencias y las complejidades.

      El científico alemán estaba muy imbuido por una tradición Kultur elitista y se consideraba miembro de «una comunidad supratemporal de mentes excepcionales que existían en un universo paralelo al de las masas filisteas»36. Bergson también formaba parte de una élite cultural, pero muy diferente de la de Einstein. Se veía a sí mismo como el sucesor de una escuela de filosofía francesa poscartesiana. Bergson estudió y prosiguió la obra de su maestro Émile Boutroux, del maestro de Boutroux Jules Lachelier y del hombre que inspiró a todos ellos por igual, Félix Ravaisson37. Einstein se empapó de una

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