El físico y el filósofo. Jimena Canales

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу El físico y el filósofo - Jimena Canales страница 9

Автор:
Жанр:
Серия:
Издательство:
El físico y el filósofo - Jimena Canales

Скачать книгу

sola afirmación sobre el retraso del reloj ha bastado para que la mayoría de los científicos y algunos filósofos le desacrediten56.

      ¿Qué era exactamente lo que Bergson no aceptaba de la relatividad? En una nota al pie del cuerpo del texto, explica que acepta de pleno «la invariancia de las ecuaciones electromagnéticas»57. En otro fragmento, confirma que sus dudas no atañen en absoluto a ningún resultado o conclusión técnicos. Ninguna tiene que ver con la física: «La teoría se estudió con el afán de responder a una pregunta formulada por un filósofo, ya no por un físico». «La física —añadía— no tenía la responsabilidad de contestar a esa pregunta»58. No había que interpretar literalmente su afirmación de que no había diferencia alguna en el Tiempo de un sistema en movimiento y otro estático. «Es solo una forma de hablar» para poder llegar «al fondo de la cuestión», se excusó ante el científico Hendrik Lorentz59.

      A pesar de las protestas de Bergson, la mayor parte del público instruido dedujo que había cometido un error de bulto durante su debate con Einstein y en sus subsiguientes publicaciones sobre la teoría de la relatividad: «Estos intentos [de Bergson] […] han fracasado por completo: la ciencia, en este asunto, ha pasado a ser pura y simplemente el orden del día»60. En los sesenta, se daba ya por hecho que Bergson sencillamente no entendía la ciencia: «La mejor explicación para el monumental fracaso de Bergson como teórico científico es la misma que para su incapacidad para triunfar como metafísico: no era lo bastante versado en el punto de vista y los problemas de la física matemática»61. Incluso un escritor de los Annales Bergsoniens —una serie en curso dedicada exclusivamente a su filosofía— declaró que «Bergson no lo entendía [a Einstein]»62.

      Aun así, en su cara a cara y en el libro siguiente Bergson recalcó repetidamente que no estaba impugnando ninguno de los postulados científicos de Einstein. Explicó con asiduidad que se refería al «Tiempo», algo diferente del «tiempo» de los físicos. A menudo elegía una palabra completamente distinta, duración, para realzar los aspectos del tiempo que le concernían. Entonces, ¿por qué se ha analizado tan a menudo el debate en clave del error de Bergson? Hay muchas razones que llevaron a la gente a pensar que Bergson se había equivocado. Las claves esenciales se esconden en los archivos, como en la correspondencia de Einstein. Allí supimos que el propio Einstein fue el primero en andar de coronilla para difundir esta opinión; que, en el fondo (como vemos en su diario y en la correspondencia posterior), él era más sabio.

      DURACIÓN Y «ÉLAN VITAL»

      ¿Qué impulsaba a los alumnos de Bergson a llamarle «mago»? ¿Qué llevaba a los burgueses a enviar sirvientes para que les guardaran un asiento para sus conferencias? ¿Por qué le leían religiosamente presidentes y primeros ministros? ¿Por qué sus enemigos querían asesinarle? ¿Por qué otros sopesaban el suicidio antes de que leer a Bergson los salvara? ¿Por qué sus libros se introdujeron en el índice de textos prohibidos? ¿Por qué los filósofos y polemistas más importantes de Francia escribieron monografías enteras sobre él? ¿Cómo se convirtió su filosofía en un movimiento, a menudo llamado «le Bergsonisme», que a veces escapaba a las intenciones del propio filósofo? ¿Por qué su obra afectó tantos campos aparte de la filosofía, desde la musicología a la teoría del cine? ¿Por qué su obra fue relevante para todo el espectro político, complaciendo por igual a anarquistas, sindicalistas y fascistas? ¿Cómo pudieron algunas de sus citas más relevantes terminar en los juicios de Núremberg, en anuncios y en novelas contemporáneas?

      Tras la Segunda Guerra Mundial, durante el juicio de destacados criminales de guerra alemanes, el fiscal general de la República Francesa citó un fragmento de uno de los últimos libros de Bergson:

      «La humanidad», dice nuestro insigne Bergson, «gime, medio aplastada por el progreso que ha logrado. […] El cuerpo no deja de crecer y aguarda la adición de un alma, y la máquina exige una fe mística».

      ¿A qué se refería Bergson con la «fe mística» y qué relación guardaba con su filosofía del tiempo? Ambas surgían de un impulso vital que te propulsaba con fuerza hacia delante. El fiscal lo explicó a las claras: esta «fe mística» era presuntamente la misma fuerza que impelió a los antiguos a crear la civilización y a los modernos a defender los derechos humanos y la democracia:

      Sabemos lo que es, esta fe mística en la que pensaba Bergson. Estaba presente en el cénit de la civilización grecorromana, cuando Catón el Viejo, el más sabio de los sabios, escribió su tratado sobre economía política.

      […] Es esta la fe mística que, en el reino de la política, ha inspirado todas las constituciones escritas o tradicionales de todos los países civilizados desde que el Reino Unido, la madre de las democracias, garantizó a cada hombre libre, en virtud de la carta magna y la Ley del Habeas Corpus, que no sería «ni arrestado ni encarcelado, salvo por un veredicto de sus iguales emitido conforme a los cauces previstos en derecho».

      Es esta la fe que inspiró la Declaración de Independencia de Estados Unidos de 1776:

      «Consideramos evidentes estas verdades: que todos los hombres han sido dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables».

      Es lo que inspiró la Declaración francesa de 1791:

      «Los representantes del pueblo francés […] han decidido estipular en una declaración solemne los derechos naturales, inalienables y sagrados del hombre. En consecuencia, la Asamblea Nacional reconoce y declara, en presencia y bajo el auspicio del Ser supremo, los siguientes derechos del hombre y el ciudadano»63.

      La misma cita, que a mediados de los cuarenta inculcaba enseñanzas igual de importantes que las legadas por la carta magna, la Ley del Habeas Corpus, la Constitución del Reino Unido y las declaraciones hechas en Estados Unidos y Francia, se expandió a finales de los cincuenta para un anuncio comercial de la Rand Corporation, consagrado a la seguridad nacional norteamericana:

      La humanidad gime, medio aplastada por el progreso que ha logrado. Los hombres no están suficientemente concienciados de que su futuro depende de sí mismos. Primero deben decidir si quieren seguir viviendo. Luego deben preguntarse si simplemente quieren vivir o si quieren hacer el esfuerzo extra necesario para cumplir —incluso en nuestro ingobernable planeta— la función esencial del universo, que es una máquina para fabricar dioses.

      En su popular novela Kafka en la orilla (2002), Haruki Murakami cita a un Bergson diferente y anterior durante el clímax de una escena de sexo explícito: «El presente puro es el progreso escurridizo del pasado devorando el futuro. En verdad, toda sensación es ya un recuerdo»64.

      ¿Cómo podía uno citar literalmente a Bergson tanto en tribunales penales como en dormitorios, en los momentos de más excitación erótica? ¿Por qué era tema de debate en tantas conversaciones, en Europa central y más allá? ¿Por qué su obra fascinó a algunos de los paladines principales de la descolonización francesa? ¿Por qué escritores de China y Japón le citaron como modelo de la modernidad europea? ¿Por qué encandilaba a los jóvenes intelectuales de Latinoamérica, que acudían febrilmente a sus conferencias nada más llegar a París?65 ¿Por qué se formaban clubs de lectura en todo el mundo con el propósito explícito de hablar sobre él?66 Incluso en la cafetería imaginaria descrita en Saatleri Ayarlama Enstitüsü [El instituto para la sincronización de los relojes], una novela de 1954 escrita por el autor turco Ahmet Tanpinar, las conversaciones se centraban en «la historia, la filosofía de Bergson, la lógica de Aristóteles y la poesía griega»67.

      Durante los años siguientes, el debate entre los dos hombres se produjo principalmente por vía de otros. Einstein no estaba satisfecho. Él y sus adeptos no

Скачать книгу