Los Hermanos Karamázov. Fiódor Dostoyevski
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A Rakitin, a pesar de su aparente calma, le temblaban nerviosamente los labios.
—¡Perdóname! ¡No quería ofenderte! —dijo Aliosha, bastante confuso—. Pero, dime: ¿Es acaso Grúshenka una mujer pública? ¿Es así, en efecto?... Me habían dicho que entre ella y tú existían ciertos vínculos de parentesco, te lo aseguro... Además, te veía ir a su casa con mucha frecuencia, y como me decías que no era tu amante... la verdad, no podía imaginarme que sintieras por ella tanto desprecio. ¿Se merece realmente una opinión tan severa?
—Si voy a su casa es porque tengo mis razones para hacerlo... Conténtate con esta explicación... En cuanto al parentesco, y sin que yo diga estas palabras con ánimo de ofenderte, me parece que serás tú más pronto quien lo tendrás con ella por parte de tu padre o de tu hermano... ¡Ea, ya hemos llegado! Ve a la cocina, ve... ¡Eh! ¿Qué es eso?... ¿Qué pasa? ¿Llegamos, acaso, demasiado tarde? ¡No es posible que hayan podido almorzar en tan poco tiempo! ¡Mientras no sea que los Karamázov hayan hecho alguna de las suyas! Eso es lo más probable... ¡Hola! ¡Ahí tienes a tu padre con Iván, ambos salen de casa del superior, y allí está el padre Lezzisof que les habla desde la ventana! Y tu padre grita y agita los brazos... Escándalo tenemos. Allá va, también, Miúsov... ¡Mira! ¡Se va en su coche!... ¡Hasta el pomietschik escapa!... Evidentemente, el almuerzo no ha tenido lugar. ¡A ver si le han zurrado la badana al padre superior! Lo más seguro es que se la hayan zurrado entre ellos mismos...
Capítulo VII
Cuando Miúsov e Iván entraron en casa del padre superior, el primero se había ya casi calmado por completo.
Según él, los monjes, claro está, no tenían culpa alguna. Esta era toda de Fiódor Pávlovich...
El padre de Nikolái era, o parecía ser, de origen noble.
¿Por qué no comportarse con esta gente como aconsejaba la más estricta cortesía?
Además, Miúsov quería dar a entender a todos, hacerles ver que él no tenía nada de común con aquel Esopo, con aquel bufón, con aquel payaso llamado Fiódor.
Y todavía Miúsov encontraba necesaria aquella entrevista para afianzar su amistad con los religiosos, después de cierto pleito que con ellos sostuvo, o sostenía aún, y que, a decir verdad, en el supuesto de que lo ganase, los resultados, esto es, los beneficios, habían de ser casi nulos.
El departamento del padre superior se componía de dos habitaciones, algo más amplias que las de Zossima.
El mobiliario era también modesto y fuera de moda... No obstante, como en la otra parte, se notaba una limpieza exquisita... Algunas flores raras ornaban la ventana...
Todo el lujo estaba concentrado en la mesa, la cual se hallaba servida con elegancia... una elegancia relativa, naturalmente... Blanquísimo mantel, brillantes cubiertos, tres panes bien dorados, dos botellas de vino, otras dos de un líquido que se fabricaba en el monasterio, una gran garrafa llena de agua, y otra llena de kvas, de mucho renombre, en la región.
El almuerzo, según había dicho Rakitin, debía componerse de cinco platos: Una sopa de esturión, un guiso de pescado preparado de un modo especial, picadillo de peces rojos, helados, pasteles y fruta.
Como se ve, el pescado era lo que predominaba.
Rakitin no había sido advertido para asistir a la fiesta.
Estaban invitados el padre Jossif, el padre Paissi y otro monje.
Estos tres religiosos esperaban ya cuando Miúsov, Kalganov e Iván entraron.
El pomiestchik Maximof se mantenía apartado.
El padre superior salió al encuentro de sus invitados.
Era un viejo de alta estatura, todavía robusto, con cabellos negros, entre los cuales se veían ya abundantes hilos plateados... Su rostro era largo, imponente...
Saludó silenciosamente y los invitados se acercaron para que les bendijese.
Miúsov intentó también besarle la mano, pero el superior la retiró.
—Debemos presentar nuestras excusas ante su reverencia —comenzó diciendo Miúsov con tono amable, importante y respetuoso a un tiempo—. Fiódor Pávlovich no puede corresponder a su galante invitación; se ha visto precisado a declinar este honor por razones de importancia... En la celda del padre Zossima ha pronunciado algunas palabras inconvenientes, exaltado, a causa de una discusión habida entre él y su hijo... Tal vez su reverencia estará ya enterado... —añadió, lanzando una furtiva mirada a los otros religiosos—. Fiódor ha comprendido su error, ha tenido vergüenza, y, juzgándose indigno de presentarse ante usted, nos ha encargado a su hijo Iván y a mí que le excusemos... No obstante, pide perdón para sus culpas, y desea que se lo otorgue usted, junto con su bendición.
Al pronunciar este pequeño discurso se había olvidado de su anterior enfado, se encontraba contento, y por tanto amaba a toda la humanidad.
El superior le escuchó con gravedad, bajó luego la cabeza y dijo:
—Lamento hondamente lo sucedido. Tal vez durante el almuerzo hubiese Fiódor Pávlovich podido tranquilizarse y volver a su buen juicio... Tengan, pues, señores, la amabilidad de sentarse.
El superior dijo una breve oración y los demás inclinaron respetuosamente la cabeza.
Fue en aquel preciso momento cuando se presentó Fiódor Pávlovich.
Al principio, pensó realmente en marcharse, no porque estuviese avergonzado ni tuviese conciencia de la indignidad que había cometido, no, estaba bien lejos de eso; únicamente pensó que no era conveniente exponerse a que el padre superior le reconviniese lo que había hecho y dicho...
Pero, apenas había montado en su carruaje, cambió de parecer.
—Ya que he empezado —murmuró, sonriendo malignamente—, debo proseguir.
Fiódor retrataba en estas palabras todo su ser.
Hacía el mal por gusto de odiar.
Un día se le preguntó por qué detestaba a cierto individuo, y respondió: “Le odio porque le he insultado. Él no me había hecho nada, pero como yo le insulté, quiero tener el gusto de seguir odiándolo.”
Mandó a su cochero que diese vuelta, descendió de nuevo junto al monasterio, y se dirigió apresuradamente al departamento que al otro lado del bosquecillo ocupaba el padre superior.
En realidad, no se daba cuenta exacta de lo que hacía, pero sí sabía que en aquellos momentos no era dueño de sus acciones.
Dijimos que estaban todos los invitados a punto de sentarse a la mesa cuando él entró.
Mejor dicho, se detuvo en la puerta, miró a los comensales y soltó una carcajada.
—¿Pensaban ustedes que me