Gesta de lobos. Thomas Harris
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Te haré sentir, Loba despojada, que tu carótida es
El clítoris que conduce directo a las orgías dormidas
En tu corazón, que yo despertaré con mis falos de marfil
Aguzado por estos versos que rujo y otros poemas jamás escritos
Porque ahorcaron al Villon que los imaginaba antes de nacer.
Ellos te guiarán hacia mi luz de hijo de la noche.
El momento de la ira
El bosque umbrío solloza y traga
Para adentro la resina
De los árboles que tiemblan,
Convulsos no de viento sino de ira contenida.
Ira contenida por la muerte de Loba,
Ira acumulada por ira de la ira de Lobo,
Por su amante lupina, ahora de Nadie,
Porque Nadie podrá heredar la Nada,
Por su condición de bestia salvaje,
De hijo de la noche sin carena,
Nave peluda hirsuta que ha fondeado
Su proa de colmillos,
Con tantas muescas ya,
En la hondonada de su gruta clandestina.
Alabemos estas manifestaciones de la Naturaleza,
Lector extraño,
Porque son lo único que va quedando
De los espasmos de la crueldad,
De las formas del amor que no tiembla
En el límite del asesinato y los humores malsanos.
El bosque umbrío solloza y traga para adentro la resina
De la ira contenida,
La resina magenta de la ira,
La ira al pairo de Lobo,
La ira varada que va amamantando a los lobeznos recién paridos
Con la leche cortada de la muerta,
Con la leche contaminada del despojo,
Con la leche negra del poeta rumano,
Con la leche de las nubes de ceniza.
Alabemos estas manifestaciones de la Naturaleza,
Lector extraño, mientras haya Naturaleza,
Porque alguien ha dicho, en los libros que sobran,
Que ya nada es Naturaleza.
Y los neones putrefactos de este burgo post-medieval,
Y los consorcios de la voz,
Y la inalámbrica retórica del asco,
Y el ascua del murmullo insaciable y transparente,
Y el vómito del Poder que nos embarra el alma,
Y el hombre normal que Bataille dixit, Nos atisba en el Nunca de su normalidad aterrada. Y además, la Esfinge. Y un sacerdote negro. Y las perras temerosas del Origen, Las perras silenciosas por los vados, Las nahual adosadas a su hembra humana, Mordiéndose los labios hasta el rubí turbio. Y que no ladren, porque hembra humana que ladra Puede aullar el Deseo, Y ahí será Loba. El bosque umbrío solloza y se convulsiona con el viento Que presagia un regreso, Lobo, El bosque solloza y se convulsiona, Y de esas convulsiones surge un lamento blanco, Un lamento clandestino como amantes virtuales, Recóndito del bosque umbrío que repite ensambles y letanías; Que repite la palabra noche, Que repite el verbo oscuro, Que repite el adjetivo tinieblas, Noche hasta más no poder de Noche. Y estas palabras citadas, lector hipócrita, mi prójimo, Tú, mi hermano, sollozando como yo, Lobo, Escucha y hazte humo y silencio y abrojos y colmillos. Y repite líquidas como mi baba: La palabra odio, El verbo genuflexión, De rodillas, repite: de rodillas, te doy mi cáliz de carne, De rodillas ante Dios, De rodillas que tengo mis caninos en tu carótida, Siente el marfil de la noche sobre tus glóbulos, La eyaculación negra de mi pelambre. Otra vez, conmigo, di, hombre muerto, la palabra odio, Reitera y saborea la palabra ascua, Asevera y reafirma el verbo Deseo. Y el sustantivo náusea, El no-verbo ver morir, El verbo descompuesto bel morir, El anatema pluscuamperfecto Lobo. Repite y reitera la letanía, Porque en la reiteración está la fuerza, hermano Lobo, Acurrucado en tu gruta esperando, Aguardando el embiste de la hora ciega, Del instante justo, cuando Odiseo diga, Como un eco retumbante desde el mar Egeo: “Ha llegado el momento de la ira”.
La mecánica de la vendetta
Esta es la mecánica de la vendetta, Lobo: La primera condición: una víctima propiciatoria, Núbil, translúcida, con una cruz de plata inversa en su cuello. Y el cuello, frágil, como de un pájaro cubierto de piel. Un cuello que presienta que la mordida es dulce Y que tu olor de bestia la arrastre hacia las lindes Del territorio sacro, donde vegeta en una pintura Ya abstracta, ese al que llaman Cristo, a la diestra Del padre, comiéndose las uñas, nimbado de Vacío, Temblando de impotencia ante los Grandes Inquisidores, Impoluto, clavado en la Nada, ya sin cojones Para darle por el culo a los ladrones adosados en el Templo Como gigantescos moluscos deformes y babosos. Pero ahora, en estos tiempos que se arrastran, solo, no puedes, Lobo, mi prójimo, Hazte una manada de licántropos fulgurantes Nimbados de ayahuasca y coral índigo, De una tripulación de lobos de mar sin barco, Con tres albatros al cuello y siete condenas en el corazón, Y una manada de perras amarillas que troten por las perdidas Carreteras del deseo, que desplumen a los buitres De la catedral en ruinas y corran contigo hasta el abismo. Compón nuevas canciones de espanto para La bruma que nos ahoga el Aullido de Ginsberg, La voz del viejo bardo y el canto al Yo de Whitman, Y los tambores negros sudacas y mapuches Que ritmarán tu nueva bestialidad de sangre y saliva, Sin tregua para los sombríos portadores del cáliz.
Fenomenología de un cuello (Alternate Take: Cfr: Lobo, p.64)
A Marisa Niño
El cuello de la víctima: con la condición de que su cuerpo haya conocido el abismo en sueños, y que el abismo soñado la haya acercado a la esfera de lo Sagrado, del desgarrón violento del himen de su inocencia original: un cuello coronado de oro de las Indias, un cuello facetado en la mirada de la mosca del cementerio. Un cuello, frágil como el ruiseñor de Keats, cubierto de piel, con una cicatriz en arameo donde se lee un verso de Rimbaud: Rouler aux blessaures par l’air lassant et le mer*: un cuello dispuesto a palpitar con las orgías de tus colmillos. Un cuello que sepa que la mordida es dulce y cruel. La herida y el cuchillo a la vez**. Esa es la condición.
* Lanzarse a las heridas por el aire cansado y el mar... Jean Arthur Rimbaud: Iluminaciones.