Gesta de lobos. Thomas Harris

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Gesta de lobos - Thomas Harris страница 5

Автор:
Серия:
Издательство:
Gesta de lobos - Thomas Harris

Скачать книгу

y precioso metal. Adéntrate en sus páginas y aprende sus estrategias, Mas no cometas sus errores, Lobo, en tus correrías. No quemes tus naves ni traiciones a los traidores. Busca en las Indias Occidentales a tus hermanos, Los náhual, cada uno de ellos es un doble animal, Pero tienen dominio sobre los humanos a los que replican. No son como los Doppelgänger de tu burgo post-medieval, Más bien mantienen la herencia del animal que los Habita y su doble condición los hace inapresables Para trampas humanas y no son objetos de cacería; Busca a los pumas, a lobos americanos, y a los náhual Del aire, águilas y murciélagos, pero no desdeñes a los perros Ni a los coyotes; te servirán en tu causa si sabes Hermanarte en sus respectivas naturalezas; No son asesinos, pero si te enfrentas a ellos sucumbirás A su magia, porque están en hermandad con los cielos Y la tierra, con las flores que se agostan por las Noches y con el sol que despunta el oro bermellón De cada madrugada donde se aparea la vida y la muerte. En alguna urbe perdida, entre las abras de las torres Relumbrantes de neón, en las ya fulgurantes ciudades, Debes buscar una hembra humana que te guarezca De los hombres. En las Indias también te temen, Lobo, los hombres. Aquella hembra debe ser una Aborigen de estas tierras, una Malinche urbana. La reconocerás por su fulgor crepuscular, Por su conocimiento de la noche y las calles ciegas, Por su frágil silueta negra como a punto de desaparecer Al primer atisbo de luz solar; Se llama, como siempre, Aurelia, y dirá de sí misma Je sui l' otre, recordando a su amante suicidado En una miserable callejuela de París, Ese príncipe de Aquitania de la torre abolida. Su cuerpo es una extensión de geoglifos y pinturas rupestres, En llanuras como las de Nazca y grutas como las de Lascaux, Donde deberás leer no el mapa sino sus sinuosidades, No el cuerpo, sino el camino hacia el oro. Su náhual, el animal que la duplica, no sé cuál es, Eso deberás leerlo con tus garras En sus geoglifos y pinturas rupestres, o en los temblores de Su carótida que palpitará 7 veces 7, Cuando le cites el desgarro fatal de Nerval: Sí, soy yo, pero póstumo; Porque en una grieta de su mente Que decae prematuramente en su deseo, Como todo en este Nuevo Mundo en el que ahora husmeas, Lobo, los románticos tardíos se le pueden haber Infiltrado clandestinos por un sueño de madrugada Donde le oprimió el pecho un súcubo de Nerval. Tal vez lleve el verso que hará de sortilegio a su doble Marcado a fuego en algún confín remoto de su cuerpo, No sé en qué lengua, si en nauatl, quechua, sáncrito, Mapundungun, arameo, latín bajo o splanglish; Esas que susurraban el Primer Día de la Creación, acá; Aurelia será tu Beatrice de las Indias, Circe y Calipso a la vez, mas debes ser cauto, Lobo, y no clavar Tus colmillos en su cuello: ya alguna vez fue mordida Por un vampiro de estas tierras del confín, En un amanecer Mood Indigo como la melodía. Por lo tanto, no podrás contaminarla por segunda vez: India, vestal, monja, puta, santa o fantasma, Si hallas el verso adecuado, sin duda, reconocerá Tu licántropa condición y te llevará por los laberintos De las Indias que conducen a tu implacable talismán: El oro. Pero, como Odiseo, Lobo, no debes dejarte Atrapar por sus dádivas ni sus negras sábanas. Recuerda que es como cualquier náhual de las Indias, Un recurso para liberar a Loba del Hades Lupus. Debes ser despiadado y cruel, el cuchillo y la herida a la vez. Sedúcela con tus colmillos, sácale el mapa del oro, Y abandónala después en un cementerio clandestino O en una carretera perdida, con esas gasolineras de Hopper, Tan tristes, pero eficaces para los amores despiadados.

       Lobo toma posesión de las Indias Occidentales

      Nuestra Stultifera Navis quedó al pairo En una rada demente de este continente que se hunde En el barro santificado de su tormento. En la panza del navío una hueste peluda y babeante Resoplaba su sueño de venados y niños. Un humo azulino bañaba la jauría, Un organismo primordial en mortífera latencia. Entonces, me escabullí en el más sigiloso silencio, Apostando lo más feroz de mis garras por la cubierta, Y salté sediento de misterio a la amura, Y permanecí allí deslumbrado por el destello De la primera ciudad de las Indias que se abría Como tumba sin descanso en sus palpitaciones de miedo, Como si rumiara las ascuas del último fuego, El brillo de la sangre perlando el pedernal del sacrificio. Entonces, salté a la superficie del planeta desolado Que hedía a incienso y sándalo azumagado Y creí que era la luna, la argentina superficie cenicienta Del satélite muerto como un ojo fuera de su órbita Arrancado por mis garras, al caer furtivo como el que soy En la vasta tierra viuda y desconocida. Fugaz cruzó el primer náhual, en su forma sin forma, Brillante suceso incandescente, como fuego fatuo. Me detuve, erguido sobre mis grupas, erizada mi pelambre, Tensados mis belfos, estalactitas mis colmillos, Aguzados como el falo del dios errante, Acezando de locura lunar, de hambre sin objeto e Ira por Loba muerta y mis perdidos gemelos de Roma. Quedé en esta lupina posición abrillantado por una luminosidad Obscena, como el oro que olfateaba en vano, Hasta que los faros ardientes de mis ojos pudieron Horadar las sombras, que se confundían con las pavanas Del sacrificio innombrable y lejano, sólo presencia por el Canto quedo de la sangre, que aún goteaba desde Una alucinación o el roce de los fantasmas de los Que murieron, abrazando la piedra y la demencia. Quise aullar, pero retuve el cántico de la noche. Quise aullar, pero me sumí en la metafísica del Vacío. Quise aullar, pero de mis fauces sólo asomó otra noche, Mi noche interior que se sumó a la noche de las Indias. Yo era el lobo del Viejo Mundo pisando esta tierra virgen Con mis garras, mancillándola como a una puta Impúber, rasgándola para siempre con mis uñas negras, Pero apenas, para que la niña estuprada No despertara de su desgarro y gritara la herida entreabierta. Doce riachuelos de sangre manaron de la superficie De la brea orgánica que pisaba y, entonces, nuevamente, Fugaz, cruzó el primer náhual, en su forma sin forma, Brillante suceso incandescente, como fuego fatuo. Y sentí en mis entrañas el despojo muerto de Loba asesinada, Y sentí en mis entrañas un hambre de otro tiempo, En mis entrañas se debatía el cadáver de Loba por venganza, En mis sesos de animal se alojó el delirio de las Indias Y mi verga roja y chorreante se tensó en un mástil De alabastro y carne, y sentí el ardor y el derrame, Y aullé hacia adentro para mantenerme clandestino, oculto aún, Y mis grupas y mi cuello crujieron dislocados, Y mis costillas se ensancharon y mis fauces espejearon el paisaje, Y me erguí como el falo santo en dos patas. Entonces mi pelambre se erizó como el trueno Y fulguró como las ascuas de los sacrificios rituales Y aullé, aullé todas mis ganas que agrietaron la superficie De la tierra recién parida, porque yo, Lobo, Oriné el oro de mis entrañas tomando posesión De la landa impúber que gimió niña bajo mi peso asesino.

       La lluvia dorada

      Y por oírte orinar, en la oscuridad, en el fondo de la casa, como vertiendo una miel delgada, trémula, argentina, obstinada… Pablo Neruda: Tango del viudo.

      Cuando aullé con mis garras horadando

       La tierra núbil de las Indias, un continente abierto a la muerte,

       Cayó la primera lluvia dorada, sobre los cuerpos abatidos,

       Y ese oro líquido penetró por las llagas de los cadáveres,

       Esos espejos áureos que se abrieron exudando el vapor

       Sexual de los peces y los tigres;

       Y los cuerpos desmembrados se volvieron a reunir,

       Las llagas abiertas por los cruentos pedernales

       Invirtieron el curso del torrente sanguíneo, ya coagulado,

       Y los torsos destazados cicatrizaron sus heridas

       En los altares de piedra; y continuó vertiendo el cielo

       Azul manchado de azul, la tibieza de la lluvia dorada,

       Que arreció sobre la mesnada de cadáveres ya violáceos

       Que invirtieron la lividez en flujo, y el flujo en rosáceas

       Carnes resucitadas, y el vapor alquímico que arropó

      

Скачать книгу