Tentación arriesgada - Diario íntimo. Anne Oliver

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Tentación arriesgada - Diario íntimo - Anne Oliver Ómnibus Deseo

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hacerlo, pero…

      –Espera –se soltó y lo empujó con firmeza.

      Él frunció el ceño y torció el gesto, pero siguió con las manos en su cintura.

      –¿Estás bien?

      –Eh… Sí –no, evidentemente no sabía nada.

      Pero ¿hasta qué punto lo conocía ella realmente? ¿Serían ciertos los rumores que circulaban de él? Ella no sabía nada… Nunca había tenido relación con él, salvo algún que otro saludo.

      Había creído conocer a Todd. Había confiado en él con todo su cuerpo y corazón, y él había abusado de esa confianza. La inquietud se transformó en pánico y se zafó con brusquedad.

      –Espera, ¿adónde vas? –tiró de ella y la rodeó con los brazos, como dos barras de hierro.

      La invadió una horrible sensación de claustrofobia.

      –Me acabo de acordar de que… tengo algo que hacer.

      –No –le puso un dedo bajo la barbilla para levantarle la cara–. No –repitió, en tono más suave pero no menos autoritario, y le agarró la barbilla para besarla.

      Toda resistencia era inútil. Se había resistido contra Todd cuando él había intentado hacerle lo mismo, una y otra vez, mientras se sentía morir por dentro. Pero con Blake todo era distinto.

      Porque el instinto le decía que podría apartarse en cualquier momento. Con Blake todos sus temores se disipaban como una neblina bajo el sol tropical. Lo único que sentía era el deseo de entregarse por igual, de dar y recibir, y una acuciante necesidad de seguir explorando.

      La barba incipiente de Blake le raspaba la barbilla. Las piernas le temblaban y se agarró a su camiseta para no caer rendida a sus pies. Sentía la dureza de sus músculos y los fuertes latidos de su corazón.

      Nunca había experimentado una pasión semejante. Antes de que Todd la hiciera sentirse una completa inútil en las artes amatorias, había vivido libremente su sexualidad y no se había acobardado ante sus deseos. Pero nunca había sentido aquella abrumadora conexión emocional que la invadía por completo con Blake.

      Separó ansiosamente los labios para que él introdujera la lengua. Al principio ligeramente, tanteando, pero luego empezó a explorar con avidez los recovecos de su boca. Le resultaba sorprendentemente fácil abandonarse a las emociones que se apoderaban de su cuerpo y olvidarse de todo salvo de aquel deseo salvaje.

      Blake nunca hubiera imaginado que la pasión podía enlazarse con una delicadeza semejante. Las manos le temblaban mientras ladeaba la cabeza para acceder mejor a la dulzura que Lissa le presentaba, y las levantó para entrelazar los dedos en su sedosa melena rojiza. Su piel clara y sus relucientes ojos le recordaban a una muñeca de porcelana en miniatura, frágil y quebradiza, por lo que tuvo cuidado de contener su peligrosa fogosidad.

      Algo la había asustado un momento antes, pero su actitud había cambiado radicalmente y se aferraba a él como si hubiera sido hecha para tal propósito.

      Un gruñido se elevó por la garganta de Blake mientras le apretaba las manos en los omoplatos, poniendo a prueba las reacciones de ambos. Bajó por la espalda hasta su espectacular trasero y la apretó más contra él.

      Pero cuando tuvo la erección pegada a su vientre y oyó su gemido de excitación, se olvidó de todo salvo del deseo salvaje por poseerla. Subió las manos hasta sus pechos, espoleado por un apetito voraz e insaciable, una impetuosa e irreflexiva necesidad por llenar el vacío con el que había aprendido a vivir.

      Agachó la cabeza y le acarició el pecho con los labios hasta encontrar el pezón, erecto y puntiagudo.

      –Sí… –murmuró ella.

      Se lo metió en la boca y lo sorbió con avidez a través de la tela, mientras deslizaba las manos bajo la camiseta para sentir la exquisita piel del vientre. Mordió el pezón y ella se arqueó hacia atrás con un fuerte gemido que le avivó aún más el fuego de la entrepierna. Llevó la boca al otro pecho y le subió la camiseta hasta las costillas para acariciarle la parte inferior de sus perfectas curvas.

      Entonces ella le puso las manos en el pecho.

      –Blake… para.

      Desconcertado, la miró a los ojos y comprobó que seguían ardiendo con la misma pasión que a él lo consumía.

      –Está bien, lo haremos en un sitio más cómodo.

      Le pasó un dedo por el cuello de la camiseta, pero ella lo agarró de la mano.

      –Nada de favores sexuales.

      Él frunció el ceño.

      –¿Eso es lo que te parece? ¿Un favor sexual a cambio de mi ayuda?

      –No lo sé…

      ¿Tan pobre era la opinión que tenía de él? De repente supo el motivo. Lissa había creído los rumores que circulaban de él.

      –Lo que estamos haciendo es sellar el acuerdo con un beso –murmuró con voz áspera–. Y tú pareces estar disfrutando tanto como yo.

      –No es solo un beso.

      Y entonces Blake comprendió lo que le estaba diciendo. Comprendió sus dudas, su inseguridad, su «después de todo este tiempo», su renuencia a dar explicaciones…

      Era virgen.

      Y él había estado a punto de separarle las piernas y penetrarla contra la pared. ¿Cómo no iba a pensar mal de él?

      Apretó los dientes y se apartó con cuidado. Los sueños virginales de Lissa se basaban en el amor y el compromiso, no en una violación salvaje contra una maldita pared. Ni hablar.

      Lissa jadeaba en busca de aliento, después de que Blake la hubiera besado como si su vida dependiera de ella y la hubiese dejado sin aire en los pulmones. Se sentía como si estuviera despertando de un sueño justo en el momento más interesante.

      Sus pezones, sensibles y doloridos, suplicaban más atenciones. ¿Por qué lo había detenido? ¿Por qué había interrumpido la experiencia más excitante de su vida con el hombre que había protagonizado todas sus fantasías?

      Porque a aquellas alturas necesitaba algo más.

      No conocía lo bastante bien a Blake para compartir aquella intensidad. Pero sí conocía su reputación…

      –Vamos demasiado rápido –dijo con voz jadeante–. En estos momentos me interesa más recibir ingresos que cualquier otra cosa. No puedo permitir que nada me distraiga de ese objetivo, de modo que necesito concentrarme en la reforma del salón, ¿de acuerdo?

      Blake no le devolvió la sonrisa, seguramente porque ella ni siquiera era consciente de haber sonreído. Los labios le escocían y era como si pertenecieran a otra persona.

      –Entendido –se metió las manos en los bolsillos–. Me ocuparé de preparar el contrato al detalle –hablaba como si estuviera mordiendo trozos de chatarra, sin el menor rastro de emoción en su mirada ceñuda.

      –Bien.

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