GB84. David Peace

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GB84 - David  Peace Sensibles a las Letras

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se agacha junto a Leslie. Toma el rostro de Leslie entre sus manos…

      El Mecánico lo sostiene contra el suyo…

      El pequeño Leslie llora.

      El Mecánico seca las lágrimas de Leslie. Lo mira a los ojos.

      —Te juro que es todo lo que sé —dice Leslie.

      El Mecánico suelta la cara de Leslie. Se levanta.

      Vince mira fijamente al Mecánico.

      El Mecánico asiente con la cabeza.

      Vince escupe al suelo.

      —¿Qué? —dice Leslie—. ¿Vince? ¿Qué pasa?

      —Vosotros dos esperad aquí —dice el Mecánico a Vince y Leslie.

      El Mecánico coge a Jen de la mano. Vuelven andando al Rover.

      —Cierra las puertas con seguro —le dice el Mecánico—. Pon la radio.

      Jen asiente con la cabeza. Sube al vehículo. Cierra las puertas con seguro. Pone la radio. Alta.

      El Mecánico se dirige a la parte trasera del Rover. Abre el maletero…

      Saca la pala.

      Terry Winters recorría los pisos y los pasillos de St. James’s House. Escuchaba las voces acercando el oído a las puertas. Los teléfonos que sonaban. Las máquinas de escribir…

      Terry era ahora el jefe. El pez gordo…

      El presidente lo había dejado al mando. El presidente estaba visitando las cuencas mineras. El presidente estaba asegurándose de que habían aprendido la lección. De que gracias a la firme unidad y con mayor apoyo sindical, se podían salvar minas y empleos. Resistir a la legislación antisindical de los conservadores. De que ya no era el momento de votar. Ya no era el momento en que los ricos podían impedir que los pobres lucharan para salvar sus hogares y sus comunidades. Sus empleos y sus minas…

      Hubo ovaciones de pie. Se cantaron canciones en su honor…

      Autógrafos para esposas y niños. Para Terry Winters era una gran responsabilidad ocupar su puesto…

      Terry convocaba reuniones. Solicitaba sesiones informativas. Terry exigía noticias de última hora. Análisis.

      El presidente llamaría. El presidente querría saber…

      Mañana, no. Hoy. Ahora.

      Terry Williams estaba sentado muy erguido detrás de su mesa bajo el gran retrato del presidente. Terry esperaba a que sonara el teléfono. A que el presidente llamara…

      A las cinco en punto sonó.

      Terry lo cogió. Clic, clic.

      —Al habla el director —dijo Terry.

      —Hola, director —contestó ella—. A ver si adivinas quién soy.

      Terry tragó saliva.

      —¿Diane? —dijo.

      —Qué chico más listo.

      —¿Cómo has conseguido este número?

      Ella hizo una pausa.

      —Bueno, si te vas a poner en ese plan… —dijo.

      Terry se levantó detrás del escritorio.

      —No, espera —pidió por el teléfono.

      —Tú me lo diste —dijo ella—. ¿Te acuerdas?

      Terry asintió con la cabeza.

      —Claro —respondió.

      —¿Sabes qué? —dijo ella—. Tengo un regalo para el director.

      —¿Para mí?

      —Pero tienes que adivinar qué es —repuso ella soltando una risita.

      —Yo…

      —Ahora mismo estoy mirándolo. Estoy tocándolo.

      —Yo…

      —Te daré otra pista —susurró ella—. Está mojado y está esperándote.

      —¿Dónde estás?

      —Es un secreto —contestó ella riendo.

      —¿Dónde? —gritó él.

      —Estoy sentada en el bar del hotel Hallam Towers, con tu vodka con tónica en la mano.

      Terry Winters colgó. Terry llamó a Theresa. Clic, clic. Mintió a Theresa. Terry colgó otra vez. Se puso la chaqueta. Apagó las luces. Terry cerró la puerta con llave. Recorrió el pasillo. Bajó los escalones…

      De dos en dos.

      Había un Chaqueta de Tweed en recepción.

      —¿Tenemos prisa, camarada? —preguntó el Chaqueta de Tweed.

      —No —respondió Terry—. Voy a ver a mi mujer.

      —¿Por qué será que no te creo, camarada? —dijo riendo el Chaqueta de Tweed—. Es broma.

      Terry Winters salió del edificio. Corrió por la calle al aparcamiento subterráneo. Se dirigió al hotel Hallam Towers. Chupó caramelos de menta todo el camino…

      De dos en dos.

      Terry atravesó el vestíbulo corriendo y entró en el bar.

      Diane estaba sentada en un taburete alto con las piernas cruzadas. Empujó el vodka con tónica hacia él. Posó la mano derecha en la cara interior del muslo derecho de Terry.

      —El hielo se ha derretido. Se ha puesto todo caliente y mojado.

      Terry Winters se quitó las gafas. Terry las metió en el bolsillo de su chaqueta. Sonrió.

      Diane se inclinó hacia delante.

      —Fóllame antes de cenar —susurró—. Arriba. Ahora.

      Terry asintió con la cabeza.

      —Sin mí, ya estarían en bancarrota —dijo.

      Diane se frotó los labios con los dedos.

      —Hablas demasiado, camarada —dijo.

      El Mecánico necesita tiempo para pensarlo detenidamente. Espacio. Deja a Jen en casa de su hermana. Entra con ella por si acaso. Recoge a los perros en casa de su madre. Vuelve a la de él. La de ellos. Hace un par de llamadas. Se asegura de que él se deshaga del Rover mañana a primera hora. Se ducha otra vez. Bebe otra copa.

      El

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