Pack Bianca enero 2021. Varias Autoras

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su madre parecía haberle agradado mucho. Su habitación era mucho más grande que la que tenía en su apartamento, disponía de todas las comodidades, y la residencia ofrecía un montón de actividades para los residentes.

      Pero aun así, todo había ocurrido tan deprisa… Esa misma tarde Mateo y ella habían dejado a su madre instalada en la residencia. Se le había hecho un nudo en la garganta al despedirse de ella con un abrazo. No sabía cuándo la volvería a ver, ni si la volvería a ver. Por suerte su madre apenas parecía haber tenido consciencia de lo que estaba ocurriendo. Mientras la veía alejarse arrastrando los pies para explorar el salón comunal con su gran televisor de pantalla plana, había pensado, como tantas otras veces, lo difícil que resultaba de creer que antaño hubiera sido la culta y sofisticada esposa de un eminente catedrático.

      –Adiós, mamá –había murmurado mientras la seguía con la mirada, y se había marchado, obligándose a no mirar atrás.

      De vuelta en su apartamento había hecho una sola maleta. Mateo le había aconsejado que se llevase solo lo imprescindible y los recuerdos que quisiese conservar, aunque en realidad tenía muy pocos.

      Se le había antojado algo patético dejar atrás una vida entera con tanta facilidad. Había decidido que escribiría un e-mail a sus amigos cuando llegaran a Kallyria para explicárselo todo. Mateo le había prometido que les pagaría el viaje a los que quisiera invitar a la boda.

      También había hablado con el jefe de su departamento en la universidad para que pudiera dejar su puesto sin los quince días de preaviso establecidos. La entristecía que, después de haber trabajado allí diez años, la hubiesen dejado marchar así, sin más.

      Claro que Cambridge era, en muchos sentidos, un lugar de paso; la gente llegaba y se iba constantemente. Después de diez años solo era una más.

      Sin embargo, no tenía sentido ponerse melancólica. Estaba a punto de iniciar una aventura única y quería disfrutarla. Miró a Mateo, al que tenía sentado enfrente, en un lujoso asiento de cuero blanco como el suyo. Tenía el ceño fruncido y la mirada fija en la pantalla del portátil que había abierto sobre la mesita entre ambos.

      –¿Sabes qué?, lo único que nos falta es una copa de champán –dijo ella en broma.

      Mateo levantó la vista.

      –¿Champán? Sí, es buena idea –dijo, y al chasquear los dedos apareció una azafata, como si se hubiera materializado allí de repente.

      –¿Sí, Alteza?

      –Tráiganos una botella de champán, por favor.

      Aquello era algo a lo que le iba a costar acostumbrarse, pensó Rachel mientras se alejaba la azafata. No se había acabado de creer que Mateo era el heredero al trono de un país extranjero hasta que habían subido al avión y la tripulación había empezado a hacerle reverencias y a llamarlo «Alteza».

      Al poco rato regresó la azafata con una botella y dos copas. Sirvió el champán, dejó la botella en una cubitera de pie junto a la mesa y se retiró.

      –Por nosotros –dijo Rachel levantando su copa.

      Mateo, que había vuelto a bajar la vista a su portátil mientras la azafata abría la botella y les servía el champán, estaba tan enfrascado que pareció como si ni siquiera la hubiera oído. Rachel se quedó cortada, pero no dijo nada y tomó un sorbo de su copa. Entonces, como si el silencio lo extrañara, Mateo levantó la cabeza y al verla con la copa en la mano se fijó en la suya, que esperaba en la mesita, y luego miró de nuevo a Rachel y pareció comprender.

      –Perdona –se disculpó con una mirada cálida–, estaba distraído –tomó su copa y la chocó suavemente contra la de ella–. Como decimos en Kallyria: ¡yamas!

      –Ni siquiera sé qué lengua es esa –le confesó Rachel, arrugando la nariz.

      –Es griego; es el idioma oficial de Kallyria. Significa «¡salud!».

      –Entonces… ¿lo hablas con fluidez?

      –Claro, es mi lengua materna. También hablo turco.

      –Además de inglés –apuntó Rachel–. Verdaderamente hay muchas cosas que no sé de ti. Debería haber hecho una búsqueda con tu nombre anoche en Google…

      Mateo enarcó una ceja, divertido.

      –Puedes preguntarme lo que quieras.

      –En realidad lo que quería preguntarte es qué pasará cuando aterricemos. ¿Habrá cámaras, o reporteros?

      –No, he dado orden de que no se permita la presencia de medios.

      –¿Y eso por qué? –inquirió ella, sorprendida.

      –Porque quiero ser yo quien controle toda la información –le explicó Mateo–. Por cierto, cuando lleguemos lo primero que haré será presentarte a mi madre.

      Rachel tragó saliva.

      –¿Le has hablado de mí?

      –Sí, y está deseando conocerte.

      Rachel sintió que los nervios se apoderaban de ella.

      –¿Y luego, qué?

      –Luego te pondremos en manos de una estilista y su equipo. Han sido contratadas solo de forma temporal, porque imagino que querrás elegir tú misma a los empleados que vayas a tener a tu disposición.

      –Nunca había tenido empleados –dijo Rachel con una risa nerviosa, y tomó otro sorbo de champán para calmarse.

      –Pues ahora los tendrás –dijo Mateo–. Todas las personas que trabajan para mí, también trabajan para ti a partir de ahora –añadió, señalando con la cabeza la parte delantera del aparato, donde estaba la tripulación.

      –Ya –murmuró ella. Otra cosa a la que le iba a costar acostumbrarse.

      –Volviendo a lo que me preguntabas, cuando ya estés debidamente vestida, peinada y maquillada, procederemos a tu presentación oficial.

      –¿Y eso en qué consistirá?

      Solo de pensarlo se le puso la boca seca y se aceleraron los latidos de su corazón.

      –Hay un balcón en palacio desde el que se hacen esa clase de anuncios oficiales. Es la tradición. Yo te presentaré, saludaremos juntos y volveremos dentro. Un par de días después celebraremos nuestro compromiso con un baile, en el que conocerás a todos los dignatarios y estadistas a los que tienes que conocer, y nos casaremos el sábado.

      –Espera… ¿qué? ¡Eso es dentro de siete días!

      Mateo frunció el ceño y se quedó mirándola con la copa en la mano.

      –¿Hay algún problema? Como sabes la situación apremia.

      Rachel tragó saliva.

      –No es que sea un problema. Aunque creo que necesito un momento para digerirlo.

      –Lo comprendo.

      Mateo

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