E-Pack HQN Susan Mallery 2. Susan Mallery

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E-Pack HQN Susan Mallery 2 - Susan Mallery Pack

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Heidi de ir a la moda era dejarse el pelo suelto. Aunque, en teoría, sabía maquillarse, normalmente se conformaba con ponerse crema para el sol. Y elegía la ropa pensando en que tenía que empezar el día ordeñando cabras.

      –Cuéntame dónde conociste a tu esposa –dijo de pronto.

      Rafe la miró.

      –En el trabajo. En el primer trabajo que tuve al salir de la universidad. Ella estaba haciendo las prácticas con un hombre con el que mi jefe quería hacer negocios.

      –No suena muy romántico.

      Rafe sonrió.

      –No lo fue. Nuestros jefes no se ponían de acuerdo en los términos del contrato. Ansley y yo nos escapamos a la sala del café. Aquel día hice mi primer negocio. No fue muy importante, no gané mucho dinero, pero vi el potencial que tenía.

      Estaban al lado del parque. Heidi se dirigió hacia uno de los bancos y se sentó a su lado.

      –Déjame imaginarla: Ansley es alta, rubia y tiene una familia adinerada y de prestigio.

      Rafe se volvió hacia ella.

      –Tienes razón, en parte. Pertenece a una prestigiosa familia, pero es morena. Su familia había sido muy rica, pero perdió el dinero dos generaciones atrás. Ansley era una mujer ambiciosa. Eso era algo que los dos teníamos en común. Le pedí que saliera conmigo y aceptó.

      –¿Y después te enamoraste locamente de ella?

      –Después comencé a conocerla. No hubo nada «loco» entre nosotros. Nos movíamos en un terreno seguro que debía permitirnos iniciar una vida en común. Compartíamos los mismos valores, los dos queríamos tener hijos y dejar una huella en el mundo –fijó la mirada en el vacío–. Nos casamos. Todo parecía ir bien, hasta que Ansley me dijo que no estaba enamorada de mí y que todo había terminado.

      Se encogió de hombros.

      –Entonces me di cuenta de que en realidad no me importaba perderla.

      El único amor romántico que Heidi había visto había ido creciendo con el tiempo. La pasión se había desbordado hasta el punto de hacer imposible cualquier pensamiento racional. No era eso lo que Heidi quería. No quería ser consumida por sentimientos que no podía controlar.

      Rafe volvió a fijar en ella su atención.

      –¿Y qué me dices de ti? ¿Algún lugareño te robó el corazón?

      –No, suelo evitarlos.

      –Ahora estás conmigo, y tú dices que soy uno de ellos.

      –Pero tú no tienes ningún interés en mí.

      Rafe arqueó una ceja, pero no respondió.

      –Entonces, ¿quién fue? Supongo que debía de ser algún feriante. A no ser que sea Lars. Y, en ese caso, creo que tienes una oportunidad.

      Heidi le dio un golpe en el brazo.

      –Deja en paz a Lars. Se porta muy bien conmigo. Y no ha habido nadie especial. He salido con chicos, pero nunca ha sido nada serio. En un par de ocasiones pensé que la relación podría ir un poco más lejos, pero no fue así.

      Para ser sincera, nunca había experimentado el vacío en el estómago y el intenso anhelo de los que le hablaba Melinda. Ni el sentimiento de querer estar con su chico aun a sabiendas de que era malo para ella, como le había ocurrido a Nevada el verano anterior.

      Eso había sido antes de que Tucker entrara en razón y admitiera que estaba completamente loco por ella, claro. La aterradora verdad era que lo más cerca que había estado de sentir aquella especie de descontrol emocional había sido al pensar en Rafe.

      –A lo mejor tengo algún problema –admitió.

      –A lo mejor el amor es un mito –respondió Rafe.

      –Es imposible que tú creas eso. Mira a tu madre y lo mucho que quiso a tu padre. Han pasado veinte años y sigue siendo incapaz de enamorarse de nadie.

      –De acuerdo, estoy dispuesto a aceptar que los sentimientos de mi madre son sinceros. Pero nombra a otras tres personas de las que pueda decirse lo mismo.

      –Se me ocurren más de tres. Las trillizas Hendrix se enamoraron y se casaron el año pasado. Tú mismo mencionaste a su hermano Ethan, dijiste que estaba locamente enamorado de su esposa. Y su madre está felizmente casada. Años después de haber enviudado, se casó con el que había sido su primer amor, y eso que habían pasado más de treinta años separados. El amor es un sentimiento real.

      A lo mejor era solo para los incautos, pensó con nostalgia. A lo mejor ella tenía demasiado miedo de enamorarse de nadie.

      –No te pongas triste –le dijo Rafe, se inclinó hacia ella y la besó.

      Heidi era consciente de que había gente paseando a solo unos metros de distancia, del sonido de la banda de música que tocaba en la plaza principal y de los gritos felices de los niños. El sol acariciaba sus brazos. El olor de las flores y la hierba se fundía con el del café recién hecho y las barbacoas. Pero todo enmudecía mientras Rafe movía los labios sobre su boca.

      Deseando prolongar aquel momento todo lo posible, Heidi posó las manos en sus hombros. Rafe era puro músculo bajo sus dedos. Todo virilidad para su feminidad. La agarró del brazo, la atrajo hacia él y deslizó la lengua por su labio inferior.

      Heidi abrió inmediatamente los labios. Antes de que Rafe hundiera la lengua en su boca, ya empezó a derretirse. El calor fluía en su interior, haciendo que sus senos se hinchieran e incitándola a presionar los muslos.

      Quería abrazarle y entregarse completamente a aquel momento. Quería algo más que su lengua acariciando la suya. Quería tenerlo desnudo, tomando y complaciéndola, haciendo todas las cosas que a un hombre le gustaba hacer con una mujer. En lo que a Rafe se refería, podía no estar dispuesta a perder el corazón, pero, al parecer, estaba dispuesta a poner todo su cuerpo en juego.

      Aun así, estaban sentados en un parque y el único espacio horizontal con el que contaban era un banco. Le devolvió el beso, entregándose al deseo que la inundaba y diciéndose que con eso bastaba. Y casi se creyó a sí misma.

      Rafe se separó de ella. Le brillaban los ojos con algo que Heidi esperaba fuera deseo.

      –Muy agradable –musitó Rafe y se aclaró la garganta–. Podemos seguir aquí sentados durante unos minutos, ¿verdad?

      Aquella pregunta la confundió.

      –¿Por qué deberíamos...? ¡Ah!

      Exacto. Porque si se levantaban en aquel momento había cosas que serían más que obvias. Se arriesgó a dirigir una mirada fugaz a su regazo y vio que una erección impresionante acababa de hacer acto de presencia. Se estremeció.

      Rafe le tomó la mano y le besó la palma.

      –Si quieres que podamos levantarnos de aquí, tendrás que dejar de mirarme de esa forma.

      Heidi estuvo a punto de preguntar: «¿de qué forma?», pero tenía

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