Pack Bianca y Deseo marzo 2021. Varias Autoras
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–¿Acaso huía tu madre de alguien? ¿De tu padre? ¿O de un novio?
–No. Simplemente era muy inquieta –respondió ella encogiéndose de hombros.
–¿Y tú? ¿Eres inquieta tú también?
–Supongo –dijo ella. Algo se le dibujó en el rostro, pero desapareció demasiado deprisa como para que Paul pudiera analizarlo–, aunque suelo quedarme más tiempo que ella.
Paul decidió cambiar de tema. No estaba allí para saber de su familia, sino porque necesitaba adivinar qué estaba tramando para poder decidir el peligro que ella representaba para su familia.
–¿Dónde os conocisteis Ethan y tú?
–Lleva un mes siendo cliente mío.
–¿Cliente?
–Trabajo para Springside Wellness –respondió, confirmando lo que Paul ya había averiguado sobre ella. Era un balneario que funcionaba como estudio de yoga y espacio de terapias alternativas. Tonterías de esas del cuerpo, mente y alma–. Ethan es uno de mis clientes.
Su hermano ya le había explicado cómo conocía a Lia, pero a Paul le costaba imaginarse a su hermano haciendo yoga y reflexología.
–¿Qué clase de cliente?
–Soy masajista. Viene una vez a la semana. Le dije que probablemente debería venir con más frecuencia porque está muy estresado.
Aquella respuesta condujo a Paul por un camino inesperado.
–Vaya, eso es perfecto…
En realidad, no lo era. La imagen de Lia dándole un masaje a Ethan ocupó inmediatamente su pensamiento, por lo que la suprimió con rapidez.
–No entiendo a qué te refieres y no tengo tiempo para descubrirlo. Tengo que estar en el trabajo dentro de una hora y me lleva un tiempo quitarme el disfraz. Me alegro de conocerte, Paul Watts.
Él no reflejó el mismo sentimiento en sus palabras.
–Solo recuerda lo que te he dicho de mantenerte alejada de mi abuelo.
–Ya te he dicho que lo haría.
Con un elegante aleteo de los dedos, se despidió de él y desapareció por la puerta principal del edificio. Paul quedó solo en la acera. A pesar de que ella le había prometido que mantendría las distancias, se sentía muy nervioso. La lógica le decía que aquella era la última vez que veía a Lia Marsh, pero su instinto le decía todo lo contrario.
Le envió a su hermano un mensaje antes de volver a ponerse detrás del volante. En el mensaje le urgía a que reiterara a Lia que Grady le estaba totalmente vedado.
La tensa respuesta de Ethan resaltó aún más la tensión entre los dos hermanos y que parecía estar acrecentándose. La distancia cada vez mayor que había entre ellos frustraba a Paul, pero no se le ocurría cómo arreglarlo.
Decidió dejar en un segundo plano a Ethan y el problema de Lia Marsh y centró su atención en algo concreto, algo que podía controlar: la conferencia y lo que esperaba sacar de ella.
Por mucho que Ethan hubiera disfrutando viendo cómo su hermano se quedaba totalmente atónito al conocer a Lia ataviada con un disfraz de Rapunzel, en cuando Paul se marchó para investigarla, la satisfacción de Ethan desapareció. Era propio de su hermano salirse por la tangente en vez de enfrentarse al verdadero problema: la salud de su abuelo. Del mismo modo, Paul había evitado la desilusión de Grady cuando él prefirió escoger una carrera en las fuerzas de seguridad en vez de unirse a Watts Shipping. Tampoco había comprendido Paul los sentimientos enfrentados de Ethan por ser el segundo plato a la hora de tomar las riendas.
Ethan reconocía que él era el mejor de los hermanos para dirigir la empresa familiar, pero quería conseguir el puesto por sus propias habilidades y no porque Paul lo hubiera rechazado. Y no solo era su orgullo lo que estaba en juego. Ethan era adoptado y, en una ciudad tan preocupada por el linaje de una familia como Charleston, no saber quiénes eran sus verdaderos, se había convertido en una sustancia tóxica que corroía la tranquilidad de su espíritu.
Aunque nadie le había hecho sentirse nunca ajeno a la familia, en todas las fotografías de la familia Watts, el cabello y los ojos oscuros de Ethan le hacían destacar entre el resto de los Watts. Como no deseaba causar a su familia dolor alguno, se guardaba para sí sus sentimientos, pero, últimamente, estos afloraban cada vez más y viciaban su relación con Paul.
Había compartido algunas de estas preocupaciones con Lia. Ella sabía escuchar bien, atentamente y sin juzgar. Ciertamente era algo rara, pero a Ethan le resultaban encantadoras sus excentricidades. El hecho de que Paul las considerara tan sospechosas le empujaba aún más a defenderla.
Trató de refrenar su intranquilidad y volvió a entrar en la habitación de su abuelo. Grady tenía los ojos abiertos, con una mirada algo triste. ¿Había escuchado a los hermanos discutiendo en el pasillo? Antes de que le diera el ictus, Grady le había confiado a Ethan que le preocupaba su distanciamiento con Paul y la tensión que iba creciendo entre ellos. Ethan sabía que Paul estaba también frustrado, pero ninguno de los dos hermanos había dado paso alguno para superar aquellos años de distanciamiento.
–Siento lo de antes –murmuró Ethan mientras tomaba asiento en la silla que había junto a la cama–. Ya sabes cómo se puede llegar a poner Paul.
Grady movió los labios, pero no pudo formar las palabras que quería expresar. Por primera vez en mucho tiempo, aquello pareció frustrarle.
–Él se preocupa por ti –siguió Ethan–. Ver a Lia aquí lo ha sorprendido mucho. ¿Te ha gustado su disfraz de Rapunzel? –añadió con una sonrisa–. Los niños de pediatría la adoran.
Grady comenzó murmurar algo parecido a una canción que Ethan no reconoció. Entonces, de repente, dijo una palabra.
–Ava.
Ethan se quedó atónito de que Grady hubiera dicho, o más bien cantado, el nombre de su hija.
–Te refieres a Lia.
Se preguntó cómo su abuelo pudo haber confundido a su hija con Lia. Ava Watts era rubia y con los ojos verdes, por lo que no guardaba ningún parecido con Lia, que tenía el cabello oscuro y los ojos castaños. Entonces, Ethan frunció el ceño. ¿Había ido Lia alguna vez a visitar a Grady sin disfraz o siempre lo había hecho de Rapunzel? Tal vez Grady pensaba que era rubia. Además, estaba la diferencia de edad. Si Ava hubiera seguido con vida, estaría por la cuarentena. El ictus había afectado el lado izquierdo del cerebro de Grady, donde estaban la lógica y la razón. Podría ser que estuviera algo confuso.
Ava tenía dieciocho años cuando huyó a Nueva York. La familia le perdió la pista poco después. No fue hasta cinco años más tarde cuando descubrieron que había muerto, dejando huérfana a una niña. La pequeña había sido adoptada, pero nunca habían podido descubrir más porque el expediente había sido sellado.
–Ava… bebé… –aclaró Grady.
–¿Crees