La noche inolvidable. Mary Lyons

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La noche inolvidable - Mary Lyons Julia

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Pero no estoy dispuesto a tolerar que me consideres incapaz de sacar adelante la empresa por mis propios medios.

      Su tío suspiró. No entendía a los jóvenes. Ninguno parecía tener prisa alguna por casarse y Antonio, un hombre guapo, rico y con una larga lista de sofisticadas ex novias en Madrid, no era la excepción. Pero su sobrino tenía ya treinta y cuatro años, la edad apropiada para casarse con la mujer adecuada, una chica de buena familia, y con su propia fortuna.

      —El compromiso entre tu tía y yo fue concertado por mis padres. Aunque, en principio, se tratara de un matrimonio de conveniencia, fuimos muy feliz, aun a pesar de no haber tenido hijos.

      —Sí, lo sé tío. Sé que todo esto lo haces por mí.

      —Al menos, espero que tengas suficiente sentido común para no dejarte atrapar por Carlotta. Esa prima tuya será muy guapa, pero no te va a causar más que problemas —dijo el viejo.

      —Gracias por tus consejos —respondió el sobrino, molesto por el comentario—. Pero quiero que sepas que soy perfectamente capaz de ocuparme de mi vida privada.

      —Bueno, yo… —el anciano se encogió de hombros—. Quizás me haya excedido un poco.

      Antonio soltó una carcajada.

      —Sí, te has excedido. Especialmente con esa absurda idea de buscarme una esposa rica. Eso no está en mi lista de prioridades.

      —A pesar de todo, me gustaría que…

      —Sinceramente, estoy mucho más interesado en conseguir nuevos contratos —dijo Antonio con firmeza—. Por eso, me voy mañana de viaje por Europa.

      Se levantó y se dirigió hacia la puerta.

      —¿Tu viaje incluirá Gran Bretaña?

      Antonio se volvió lentamente y frunció el ceño.

      —No tenía intención alguna de visitar Londres, pero supongo que tendré que hacerlo. Ha habido problemas con uno de los cargamentos que envié a Brandon en Pall Mall, hace un mes más o menos.

      —¿Cuál es el problema?

      —Todavía no estoy seguro —dijo Antonio—. Pero, llevo dos días tratando de localizarlo y no lo he logrado.

      —Un envío tan grande como ese no se puede perder fácilmente —dijo el anciano.

      —Eso es, exactamente, lo que les he dicho a esos comerciantes ingleses —dijo el sobrino—. Sé que sir Robert Brandon es un gran amigo tuyo. Pero su forma de hacer negocios es totalmente decimonónica.

      —Quizás consideres a sir Robert o a mí como un par de dinosaurios. Pero si vas a Inglaterra te convendría hablar con él. Es el comerciante más inteligente que hay en este negocio.

      —Lo pensaré —dijo Antonio y se volvió hacia la puerta—. Cuídate, tío. Volveré el lunes —le dedicó una sonrisa antes de marcharse.

      Antonio se dirigía hacia la salida de la casa de su tío a través del largo pasillo, apenado por el estado y situación del anciano, confinado a una silla de ruedas.

      No obstante, la realidad era que si su tío se hubiera retirado en el momento en que había sufrido el primer ataque al corazón, nada de aquello habría sucedido, y la situación de la empresa no sería tan catastrófica.

      Por desgracia, el hombre se había negado a escuchar los consejos del médico, y había continuando dirigiendo la industria, hasta que un último ataque había podido con él.

      Eso había complicado las cosas, pues Antonio se había visto incapaz de hacer una planificación de empresa a largo plazo, teniendo que enfrentarse a problemas inmediatos.

      También había tenido que abandonar su lucrativa carrera como abogado fiscal en Madrid, teniendo que regresar a Jerez, su ciudad natal.

      «Lo más importante en este momento es modernizar la empresa», se dijo él, mientras se dirigía hacia su deportivo, aparcado bajo la sombra de unos olivos.

      Los viñedos de la familia Ramírez producían una de las mejores selecciones de vinos de Jerez, pero su tío no había oído jamás hablar de ordenadores ni de Internet. Tampoco había ningún tipo de registro, pues el anciano había querido reducir siempre al mínimo el papeleo.

      La entrevista que Antonio tenía con los banqueros aquella misma tarde, tal vez le ayudaría a solventar los problemas económicos que tenía. Cuanto antes pudiera empezar a sanear el negocio, mejor.

      El anciano tío miraba desde la ventana al Porsche negro de su sobrino. Cuando el coche desapareció en el horizonte, rodeado de una nube de polvo, Emilio se quedó recapacitando.

      Sabía lo difícil que había sido para Antonio abandonar su carrera, sus amigos y su lujosa vivienda en Madrid, para hacerse cargo de la empresa familiar.

      Emilio no tenía forma de aligerar el peso que había caído sobre la espalda de su sobrino, pero tal vez habría algo que pudiera hacer en cuanto al problema económico.

      A pesar de estar confinado a aquella silla de ruedas, todavía era un perro viejo que se las sabía todas. Con una pequeña carcajada, giró la silla y se dirigió al teléfono que estaba en su escritorio.

      —Por favor, querría hablar con el señor don Roberto.

      Aproximadamente, al mismo tiempo, aunque a muchas millas de distancia, Georgina Brandon farfullaba furiosa entre dientes tras colgar el teléfono.

      Jamás se había llevado bien con el director de la sucursal que la compañía tenía en Pall Mall, Londres. Era típico de aquel hombre con dos caras culpar a Gina y a los demás empleados de los errores que él cometía.

      No tenía ni idea de por qué había deducido que aquel tremendo cargamento de jerez caro había sido enviado a la sucursal de Ipswich, en Suffolk. ¿No sería mucho más probable que la hubieran mandado a Bristol? Incluso, era posible que estuviera en Pall Mall.

      Lo cierto era que la pérdida de tan importante cargamento era lo último que le preocupaba en aquel momento, pues había una noticia que realmente la atormentaba. Se trataba de la identidad del director general de las Bodegas Ramírez, quién se presentaría en breve en aquella oficina para solventar el problema del extravío de su envío.

      —¿Antonio? ¿Antonio Ramírez? —había susurrado alarmada solo minutos antes.

      —Sí. Seguro que sabías que había heredado la dirección de la empresa de su tío Emilio.

      —No, no sabía nada —había respondido ella.

      —¡Vaya, vaya! Resulta que la inteligente y despierta señorita Georgina Brandon no está al día de lo que acontece en el mundo. Debe de ser porque está confinada a aquel lugar perdido en Suffolk —le había dicho el director de Londres con una risa sarcástica.

      Se había sentido demasiado mal como para dar la respuesta que se merecía y se había limitado a escuchar en silencio, mientras el jefe le contaba que su propio abuelo tampoco estaba precisamente contento con la nueva situación.

      —Con Antonio Ramírez, nos vamos a ver obligados a encontrar

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