La noche inolvidable. Mary Lyons

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La noche inolvidable - Mary Lyons Julia

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      Gina respiró profundamente, tratando de asimilar la noticia de la próxima llegada de Antonio.

      No le serviría de nada sentarse allí, sintiéndose completamente confusa, como si le acabaran de dar un golpe en el plexo solar. Tenía que recomponerse y tomar las riendas de la situación.

      Después de todo, hacía ocho años que había visto por última vez al hombre del que se había enamorado tan desesperadamente. Tenía solo dieciocho años cuando todo aquello había ocurrido y se sabe que las adolescentes se caracterizan por enamorarse, casi siempre ciegamente, del hombre inadecuado. Además, había tenido muchos otros novios desde entonces, y, aunque ninguno había afectado con tanta fuerza a su corazón, todavía tenía mucho tiempo, antes de empezar a preocuparse por eso.

      Como directora de aquella sucursal de una gran empresa bodeguera, tenía que ser capaz de enfrentarse sin problemas a aquella situación. Y, después de todo, debería haber imaginado que aquello acabaría por suceder, pues Antonio Ramírez estaba abocado a suceder a su tío en la dirección de la empresa, tal y como ella lo haría de su abuelo.

      Fundada en 1791 por su antecesor, el capitán James Brandon, quien tras casarse con una rica viuda española, se había dedicado a la importación de vino y jerez de calidad, la empresa se había convertido en la más prestigiosa de su categoría. A eso se añadía el valor de los inmuebles de la familia, con grandes edificios situados en una carísima zona de Londres.

      La cadena sucesiva del negocio, que había pasado desde entonces de padres a hijos, se había visto rota con la trágica muerte, en un accidente de coche, de los padres de Gina. Como nieta única, había sido criada por sus abuelos, como única heredera del negocio familiar.

      Por desgracia, sus continuas súplicas para que la salud de su abuelo mejorara, parecían contar cada vez menos con la adecuada respuesta. El anciano no había llegado a superar nunca la muerte de su adorada esposa, cinco años atrás y cada vez su salud era más frágil. Gina, por su parte, temía que el día en que tuviera que hacerse cargo de la gran empresa estuviera demasiado cerca.

      No obstante, su abuelo había hecho todo lo necesario para que tuviera una excelente formación en el campo de la vinicultura. Se había enorgullecido de ella cuando había comprobado que su nieta había desarrollado una buena «nariz» y un excelente «paladar» para el vino, pasando sin problema los exámenes para convertirse en maestro enólogo. Con su reciente incorporación como directora de sucursal en Ipswich, iba poco a poco ganando experiencia.

      Pero de eso a dirigir la compañía había un abismo. Después de todo, tenía solo veintiséis años.

      Aquello era, sin embargo, el futuro lejano, mientras tenía algo mucho más inmediato de lo que preocuparse. De modo que se pondría manos a la obra a buscar el cargamento perdido de Antonio Ramírez.

      Pero la tarea resultó harto complicada, pues, después de revisar cada rincón y cada factura meticulosamente, el pedido no apareció.

      Definitivamente, los vinos de jerez no habían llegado a Suffolk.

      Por desgracia, el repentino anuncio del regreso de Antonio Ramírez había provocado el que sus antiguas pesadillas también regresaran, aquellas que se habían repetido continuamente durante su adolescencia, y que habían logrado que su vida fuera miserable durante mucho tiempo. Durante los últimos días, se había despertado después de sueños muy desagradables, totalmente empapada en sudor, temblando y avergonzada.

      Había hecho lo imposible por tratar de sepultar aquellas imágenes de una época pasada en la que había sido demasiado joven y demasiado inocente como para comprender la dureza del mundo real. Lo que le resultaba realmente enloquecedor era el descubrir que la oscura imagen de Antonio había permanecido sepultada en su subconsciente durante todo aquel tiempo, y que había aflorado a la superficie con aquel suceso.

      ¡Aquello era completamente absurdo! Se suponía que había superado aquel trance años atrás. Permitirse a sí misma entrar en aquel estado era absolutamente patético, y Gina se sentía furiosa.

      Aunque hablar consigo misma no le había ayudado de momento a resolver el problema, ella sabía que muy pronto dejaría de soñar y que volvería a poder vivir su vida.

      Aquello era lo que se estaba diciendo el jueves por la mañana, cuando el teléfono sonó de repente.

      —¡Hola, abuelo! Sí, sí, estoy bien —le aseguró al anciano—. No, lo siento pero no hay señal alguna del cargamento de España. He mirado todas las facturas, y tampoco aparece.

      —Da igual. Un representante de la compañía española está aquí, e insiste en revisar de arriba abajo todo el almacén —le dijo sir Robert Brandon a su nieta.

      —Va a ser una pérdida de tiempo —protestó ella—. Sé que no está aquí. No es fácil perder un cargamento de ese tamaño.

      —A pesar de todo, Antonio Ramírez está aquí, sentado en mi oficina de Londres.

      —¿Qué?

      —Y llegará allí a última hora de la mañana o a primera de la tarde.

      —Pero… Pero la oficina ya estará cerrada para entonces —dijo ella sin respiración, apretando los nudillos con fuerza—. ¿Qué sentido tiene que se venga hasta aquí cuando no va a poder mirar nada?

      —¡Gina, no te comprendo! ¿Qué demonios te pasa? Confiaba en ti para que trataras a don Antonio con la máxima cortesía.

      —Sí, sí, claro. Perdona —farfulló ella, sintiéndose totalmente desconcertada e incapaz de dejar de temblar, como si tuviera fiebre—. ¡Por cierto, si se va a quedar tendré que hacer una reserva en un hotel! Puedo preguntar en el Hintlesham Hall. La comida es excelente.

      —Mi querida niña. ¿Qué es todo esto? —la reprendió sir Robert Brandon—. Durante generaciones hemos tenido tratos con Bodegas Ramírez. El abuelo de Antonio en un gran amigo mío y, por supuesto, su sobrino se quedará en nuestra casa familiar de Suffolk.

      —¿En nuestra casa? —repitió ella, cada vez más confusa.

      —Estoy seguro de que puedo confiar en ti para que te encargues de que su estancia aquí sea realmente placentera —dijo su abuelo antes de colgar.

      —¡Dios santo! ¿Qué voy a hacer? —murmuró Gina, justo antes de ponerse en pie y comenzar a caminar de arriba abajo. Pero las cosas se pusieron aún más difíciles cuando recordó que le había dado el fin de semana libre al ama de llaves y a su marido, para que pudieran visitar a su hija en Gales. Miró la hora. Ya habrían salido de casa y estarían de camino.

      —¡Tengo que calmarme! —se dijo a sí misma, obligándose a permanecer derecha y a respirar pausadamente, una y otra vez.

      La casa familiar era grande, con muchas habitaciones, y ella sería perfectamente capaz de arreglárselas sola con Antonio.

      Después de todo, ya no era una adolescente, y estaba habituada a tratar continuamente con hombres de negocios. Además, habían pasado muchos años desde aquel fortuito encuentro. Tal vez estaría casado, con un montón de hijos.

      Su abuelo había dicho que no llegaría hasta la tarde. Lo que haría sería reservar una mesa en un buen restaurante y asegurarse de que la conversación se limitara única y exclusivamente a lo comercial. Así no tendría ningún problema. En cuanto Antonio comprobara

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