Illska. Eiríkur Örn Norddahl

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Illska - Eiríkur Örn Norddahl Sensibles a las Letras

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      —Espero que fuera anoche. Desde luego que no llegué ni anteanoche ni la noche antes.

      —¿Y la anterior a esa?

      —Eso no es asunto tuyo.

      —Perdona —se movía inquieto en la puerta.

      —¿Perdona por no haberme hecho llegar o por ser tan divertido?

      —Por las dos cosas.

      Agnes sonrió.

      —No hay nada que perdonar. Pero me parece ridículo estar aquí casi desnuda y que no te acuerdes de nada. Ni siquiera te acuerdas de cómo me llamo.

      Ómar se subió la cinturilla del pantalón hasta el ombligo y se rascó la cabeza.

      —De algo sí que me acuerdo.

      —¿De qué?

      —De que no llegaste.

      —Acabo de decírtelo.

      —Pero me acuerdo. Me acuerdo.

      ***

      Quinto intento de contextualización:

      Los nazis no vencieron en la segunda guerra mundial. Pero consiguieron llevar a cabo el Holocausto. Vencieron en el Holocausto. En Europa no quedan judíos. Prácticamente.

      ***

      Agnes se sentó en la cama deshecha y Ómar se aproximó y se sentó a su lado, cogió los pantalones del suelo y se los puso sobre las rodillas.

      —Recuerdo todo lo del taxi y luego cuando llegamos aquí.

      —Enhorabuena. —Callaron.

      —¿Quién eres? —preguntó Ómar después, metiendo los pies por las perneras del pantalón.

      —¿Qué quieres decir?

      —Pues que… no recuerdo, o no sé si sé algo de ti.

      —¿Quieres saber lo que «hago»?

      —Algo por el estilo.

      —Tú primero.

      —Yo pregunté primero.

      —No importa. Tú primero. —Agnes sonrió. Ómar devolvió la sonrisa. Ya no estaban discutiendo. Ahora estaban jugando.

      —¿No lo sabes? —preguntó Ómar—. Yo creía que te acordabas de todo.

      —No te lo pregunté —respondió Agnes—. Y tú no me lo dijiste. Camino a casa no hablamos mucho.

      —Nada.

      —¿Qué quieres decir? Algo sí que hablamos.

      —No, me refiero a que no hago nada. Estoy en paro. Soy un «subsidiado».

      —¿Cuántos años tienes? —Agnes se levantó y se puso el sujetador por debajo de la camiseta.

      —¿Te puedo ver los pechos? Te los vi ayer. No los he olvidado.

      —Entonces estaba borracha. ¿Cuántos años tienes? —Se abrochó el cierre y se inclinó sobre Ómar para recoger los pantalones, que estaban en el suelo a sus pies.

      —¿Por qué quieres saberlo?

      —Porque sí. ¿Cuántos años tienes?

      —¿Los pechos?

      —Las cosas no funcionan así.

      ***

      Sexto intento de contextualización.

      Anders Breivik mató a 77 personas en dos atentados, en Noruega. En el Holocausto murieron 17 millones de personas. Pero, naturalmente, por algún sitio hay que empezar. Roma no se saqueó en una hora.

      ***

      —¿Hay que tener una edad determinada para poder verte los pechos? ¿Hay límite de edad? No tienes por qué avergonzarte de tus pechos.

      —Y no me avergüenzo. ¿Cuántos años tienes?

      —Veintiocho.

      —¿Por qué estás en paro?

      —Porque no encuentro trabajo.

      —¿Ah, sí, de verdad? —Agnes suspiró—. No digas tonterías. ¿Por qué no encuentras trabajo? —Se puso una camisa encima de la camiseta.

      —Acabé Islandés a finales de año y acabo de empezar a buscar.

      —¿B. A., o máster?

      —Máster.

      —¿De qué hiciste el trabajo?

      —¿No piensas decirme nada sobre ti?

      —Sí, enseguida. ¿Sobre qué lo hiciste?

      —Sobre las nuevas pasivas.

      —¿«Fue disparado» y eso?

      —Justo.

      —Y eso ¿no es un poco 1998?

      —Pues sí. Si tú lo dices.

      ***

      Séptimo intento de contextualización:

      Stalin mató a más gente que Hitler. En el sentido de que Hitler no mató a tantos, pero quizá también en el sentido de que Stalin (prácticamente) mató a Hitler (y otros más). No recuerdo cuántos fueron, no es tan fácil sabérselo todo de memoria. Podéis buscarlo en algún sitio. ¿Para qué creéis que existe Wikipedia, si no?

      ***

      Agnes fue a la cocina y dejó a Ómar solo en el dormitorio. Él se puso la camisa y miró a su alrededor. En la pared, delante de la cama, había un cuadro torpemente pintado, de una madre con un niño en el regazo. ¿O era una reproducción? Madre e hijo estaban enmarcados por amplias pinceladas rizadas de rojo oscuro. Era como si no tuvieran nariz, solo dos agujeros abiertos en mitad de la cabeza. La madre tenía un gesto de fúnebre seriedad, mientras el niño sonreía como si fuera mongólico. Ómar se puso a pensar si la idea era que el niño pareciera mongólico, o si era tan solo cuestión de estilo. Evidentemente, la obra no pretendía ser una representación exacta de ninguna realidad. Le produjo cierta sensación de repugnancia. Como si fuera algo enfermizo. Una madre como esa no vacilaría a la hora de asfixiar a su hijo mientras dormía. Estaba seguro.

      —¿Quieres café? —preguntó Agnes desde la cocina.

      —Sí, gracias —respondió Ómar, que se abrochó el chaleco e hizo la cama.

      ***

      Octavo

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