Amor en exclusiva. Valerie Parv

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Amor en exclusiva - Valerie Parv Bianca

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ser candidato al título de Mister Universo.

      Aunque era cierto que Nicholas tenía algunas cualidades que lo redimían. No todos los hombres habrían aceptado la responsabilidad de adoptar a una niña tan pequeña ni se habrían empeñado en cuidarla personalmente. Pero seguía siendo demasiado grande y demasiado desordenado para su gusto y estar a su lado le hacía desear hacer cosas absurdas como cocinar y cuidar de su hija.

      ¿Qué le estaba pasando?, se preguntaba, sacudiendo la cabeza. Haberse encontrado con Nicholas Frakes cuidando de una niña era algo que no esperaba y había distorsionado su percepción de las cosas. Y también le estaba haciendo olvidar que él había aceptado la entrevista porque no sabía cuál era el tema en el que ella estaba interesada. Nicholas creía que La Casita Del Niño era una revista sobre niños y, cuando se enterase que, en realidad, era para fanáticos de las casas de muñecas, probablemente la echaría de su casa con cajas destempladas.

      Aquel pensamiento fue suficiente para que volviera a recuperar la cordura. Hacerle la entrevista a Nicholas sería imposible hasta que él se despertara, así que podría echar una mano mientras tanto. Incluso podría beneficiarla si él decidía echarla de su casa, pensaba mientras se disponía a fregar los platos. Cuando buscaba el cubo de la basura se encontró con dos cestas llenas de ropa sucia y suspiró.

      Afortunadamente, no tuvo problema para encontrar el detergente y poner la lavadora. Pero tendría que ponerla tres veces, pensaba mirando en las cestas. ¿Aquel hombre tan famoso no tenía a nadie que limpiara la casa por él?, se preguntaba. ¿O estaría esperando que lo hiciera la modelo con la que vivía un tórrido romance?

      Quizá ella era quien lo había convencido de que adoptase a Maree. Quizá le estaba dando a él todo el crédito, pero podría haber sido idea de su novia.

      Como para probar su teoría, Bethany encontró una blusa de seda en el fondo de una de las cestas. Tenía que ser de la modelo, que debía estar haciendo una sesión fotográfica en alguna parte, pensaba Bethany, maldiciendo en voz baja por haber sido tan ingenua. Si hubiera usado la cabeza desde el principio, se habría dado cuenta de que un hombre no se acuesta entre sábanas de seda negra si va a dormir solo, reflexionaba mientras cerraba la lavadora de un portazo.

      Desgraciadamente, el portazo despertó a la niña y, un segundo más tarde, a Nicholas, que miró alrededor como si estuviera desorientado.

      –Debería haberme despertado –sonrió, dejando a la niña sobre su sillita–. Soy yo quien tendría que estar haciendo la colada –añadió, acercándose a ella.

      Bethany empezaba a sentir una especie de calorcito por dentro cada vez que el hombre sonreía, mostrando unos dientes perfectos. La diferencia de altura hacía que sus ojos estuvieran a la altura de la boca de Nicholas. Una boca muy deseable… Aquello tenía que terminar de una vez, pensaba Bethany irritada. Nicholas estaba comprometido y ella tenía la evidencia en sus propias manos.

      –No la he metido en la lavadora porque es muy delicada –dijo, señalando la blusa–. Me imagino que su novia querrá llevarla a la lavandería.

      –No se preocupe por eso –replicó Nicholas, con expresión sombría–. A Lana no le gustaba la vida en el campo y se ha vuelto a Melbourne. No creo que vuelva.

      –Ah… lo siento –susurró Bethany, volviendo a colocar la blusa en la cesta. Había dicho que lo sentía, pero no era cierto. Le alegraba que aquella misteriosa Lana hubiera decidido no volver.

      –Son cosas que pasan –dijo él, intentando quitarle importancia.

      –Claro –asintió Bethany. A él le importaba más de lo que quería admitir, de eso estaba segura. Pero no era asunto suyo en absoluto. Había ido allí para conseguir una entrevista, no para involucrarse en su vida privada.

      –Yo terminará de hacer la colada –dijo él, después de observarla en silencio durante un rato–. Ya ha hecho más que suficiente. No sé cómo puedo pagárselo.

      –Será suficiente con la entrevista –dijo ella por fin, sabiendo que aquél era el momento de contarle la verdad. Pero no se atrevía a hacerlo. Si él accedía a hablar sobre la casa de muñecas, tendría que ser por propia voluntad, no para devolverle un favor.

      –¿Siempre es tan servicial con la gente a la que entrevista? –preguntó Nicholas–. Si lo hubiera sabido, le hubiera pedido que viniera antes y me arreglara toda la casa –sonrió, burlón.

      –No, gracias. Tardaría años –contestó ella, recordando el estado en el que se había encontrado su dormitorio.

      –Vamos, no es para tanto –rió él–. Bueno, quizá sí, pero tengo que trabajar, además de cuidar de Maree. Usted, como editora de una revista de niños, sabrá mejor que nadie lo exigentes que son los críos.

      –Mi revista se llama La Casita Del Niño, pero no es una revista sobre niños, señor Frakes.

      –¿No?

      –No –contestó ella. Tendría que decirle la verdad en algún momento y aquel era tan bueno como cualquier otro–. La Casita Del Niño es una revista especializada en miniaturas y… casas de muñecas antiguas.

      –¿Casas de muñecas? –preguntó él después de unos segundos. Su expresión se había nublado y Bethany se daba cuenta de que el hombre estaba apretando los puños.

      –Antiguamente se llamaban «casitas de los niños» y los carpinteros las usaban para mostrar sus trabajos, mucho antes de que se convirtieran en un juguete.

      –Entonces, el artículo no es sobre Maree ni sobre la historia de mi familia, ¿es eso lo que quiere decir?

      –En cierto modo, sí es sobre su familia. Quiero escribir un artículo sobre la casa de muñecas de la familia Frakes.

      –Si sabe que existe la casa de muñecas de mi familia, también debe saber que no estoy interesado en mostrarla al público. Así que su plan para entrar en mi casa haciéndose pasar por lo que no es, no le ha valido para nada –dijo él, irritado.

      –Un momento, señor Frakes. Yo le escribí una carta pidiendo una entrevista, pero no mentí en absoluto. Ha sido usted el que ha creído que yo era otra persona.

      –De acuerdo. Pues ahora que está aquí, permítame que le diga que no tengo ningún interés en hablar sobre esa casa.

      –Podría escribir el artículo sin mencionar su nombre –insistió ella.

      –¿Y cómo la llamaría? ¿La casa de muñecas de la familia X?

      No podía hacer eso y los dos lo sabían. De modo, que la única salida era retirarse graciosamente. Pero le hubiera gustado poder discutir con él, explicarle lo que quería hacer. No entendía por qué estaba dispuesto a hablar con un periodista sobre su sobrina, pero no sobre una antigüedad que pertenecía a su familia desde varias generaciones atrás.

      Y tampoco entendía por qué a ella le importaba tanto. No sólo el artículo, sin el cual su revista tenía pocas posibilidades de sobrevivir, sino la opinión de aquel hombre sobre ella. Le gustaba su forma de mirarla, incluso el entusiasmo que había demostrado por una simple tortilla. Y le gustaba verlo con Maree en sus brazos, pero todo aquello tenía que terminar.

      –Gracias por recibirme –dijo por fin–. Y no se moleste en acompañarme –añadió, tomando su bolso. Aquella vez, él no intentó

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