Amor en exclusiva. Valerie Parv

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Amor en exclusiva - Valerie Parv Bianca

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No se puede confiar en ellas –decía Nicholas irritado, dándole una patada a un armario–. Seguramente ha creído que después de hacer la colada yo le diría que sí a todo. Pero la hemos tratado como se merecía, ¿verdad, Maree? –preguntó a la niña, que jugaba tranquilamente en su silla. Al oír su nombre, Maree levantó la cabeza, pero al ver la furiosa expresión de su tío empezó a llorar–. Ven aquí, preciosa –dijo, tomándola en brazos–. No estoy enfadado contigo, estoy enfadado con Bethany.

      Al oír su nombre, los ojos llenos de lágrimas de la niña se secaron como por arte de magia.

      –Ah, ah….

      –¿Bethany? ¿Qué quieres decirme, que te gusta Bethany? –preguntó. Cada vez que decía el nombre, la niña balbuceaba alegremente–. Créeme, estamos mejor sin ella. Sólo porque sea muy atractiva… –empezó a decir. Pero se interrumpió a sí mismo, sorprendido. Desde luego, tenía que reconocer que era muy atractiva. No recordaba haber visto antes un cabello tan dorado, como si siempre le estuviera dando la luz del sol. Y también tenía unos ojos bonitos, como el cielo en una tarde de verano. Su voz era inusual, pensaba. Musical, con un registro muy bajo. Y él era un experto en sonidos–. Esa mujer es una manipuladora. Sólo ha sido amable contigo para conseguir la entrevista. Seguro que ni siquiera le gustan los niños –añadió. Pero sabía que no era cierto. Sólo tenía que comparar el comportamiento de Lana con el de ella. Lana cuidaba de la niña a regañadientes y ni siquiera se molestaba en disimularlo. Sin embargo, Bethany no había mostrado ninguna aversión, todo lo contrario. ¿Por qué no le había dicho lo que quería desde el principio?, se preguntaba. Pero sabía bien la respuesta. Si le hubiera dicho en el fax que quería un artículo sobre la casa de muñecas, él ni siquiera se habría molestado en contestar. No quería explicarle cuál era la razón por la que no quería hablar sobre ese asunto, pero tampoco tenía derecho a tratar a Bethany como lo había hecho–. Tienes razón, Maree –le dijo a la niña–. Lo que tenemos que hacer es llamarla para pedirle perdón. Es lo menos que podemos hacer antes de que se marche –añadió. En ese momento, la niña empezó a tirarle del pelo–. De acuerdo, de acuerdo, soy yo el que tiene que pedirle perdón.

      Bethany estaba buscando las llaves de su coche cuando oyó las pisadas en el suelo de gravilla. Nicholas se dirigía hacia ella con la niña en brazos y la cara de Maree se iluminó al verla.

      –¿Quiere seguir insultándome? –preguntó, desafiante.

      –No –contestó el hombre, después de aclararse la garganta–. Sólo quería pedirle disculpas por haberme portado como un idiota.

      Aquello era tan inesperado que Bethany se quedó sin palabras por un momento.

      –En realidad, usted tiene parte de razón –dijo ella–. Debería haberle dicho qué clase de artículo pensaba escribir.

      –Sí, pero eso no justifica mi comportamiento. Estoy agotado, discúlpeme.

      –Lo comprendo –sonrió Bethany sin darse cuenta–. Los pequeños necesitan mucha atención.

      –Si esa revista suya no es sobre niños, ¿cómo es que sabe tanto sobre ellos?

      –Tengo cinco hermanos, cuatro de ellos más pequeños que yo, así que tengo mucha práctica. Además, trabajo por las mañanas en un albergue para niños sin hogar en Melbourne.

      Él asintió, como si hubiera esperado aquella respuesta.

      –¿Sabes una cosa, Maree? –le dijo a la niña, acariciando sus mejillas–. Eres muy lista –añadió. La niña empezó a balbucear algo, que él pretendía escuchar con mucha atención–. Buena idea. Es justo lo que yo estaba pensando.

      –¿Cómo? –preguntó Bethany, divertida.

      –Ah, perdón. Estaba consultándole una cosa a mi niña. ¿Sabe que es usted la primera persona, además de mí, que parece gustarle a Maree después de la muerte de sus padres?

      Como para darle la razón, la niña estiró sus bracitos hacia ella.

      –Ah, ah, ah…

      Bethany reaccionó instintivamente, dejando el bolso sobre el capó del coche y alargando los brazos para tomar a Maree en ellos.

      –¿Ve lo que quiero decir?

      Maree olía a leche y a polvos de talco y Bethany enterró la cara en su cuello para darle un beso. La niña era preciosa, con aquella carita sonriente y regordeta. ¿Cómo podía resistirse?

      –Será mejor que me vaya –dijo por fin, devolviéndosela a Nicholas con desgana–. Y gracias por disculparse –añadió, acariciando la carita de la niña–. Adiós, preciosa. Encantada de conocerte.

      –No tiene que marcharse –dijo Nicholas de repente.

      ¿Iba a concederle la entrevista?, se preguntaba, emocionada.

      –¿No? –preguntó, sin aliento. ¿Dónde estaba la inteligente y despierta Bethany Dale? ¿Por qué aquel hombre hacía que se quedara sin palabras?, se preguntaba.

      –Si sigue queriendo ese artículo, quizá podamos llegar a un acuerdo.

      Bethany lo miró con desconfianza. ¿Estaría insinuando que la dejaría escribir el artículo a cambio de que se acostara con él?

      –No necesito ese artículo tan desesperadamente.

      Él la miró, primero sorprendido y después irritado.

      –No estoy hablando de sexo, señorita Dale. Que Lana se haya ido no significa que yo esté desesperado.

      –Vaya, muchas gracias –replicó élla, molesta por el comentario.

      –No he querido decir que tuviera que estar desesperado para que me gustara usted –corrigió él–. Es usted muy guapa. Lo que quería decir era que me gustaría que se quedase para ayudarme a cuidar de Maree.

      La niña volvió a mirar a Nicholas al oír su nombre y Bethany se sintió completamente ridícula. Había creído que él se estaba insinuando y lo único en lo que estaba interesado era en sus habilidades con los niños.

      –¿Como niñera? –preguntó, perpleja.

      –A cambio, le enseñaré la casa de muñecas y podrá escribir su artículo –contestó él–. ¿Qué creía que iba a proponerle?

      –No sé lo que estaba pensando –intentó explicar ella–. Hace un minuto me ha echado de su casa y ahora me propone trabajar para usted como niñera.

      –Así es. Quiero que viva con nosotros.

      –Es usted un hombre sorprendente –intentó disculparse ella, sintiéndose como una cría.

      –¿Le interesa el trabajo?

      –No estoy segura –contestó ella. No estaba segura de poder vivir bajo el mismo techo con un hombre que la atraía de forma tan sorprendente. Compartir casa con él sería como jugar con fuego y ella se había quemado anteriormente con Alexander. No necesitaba otro rechazo. No quería darse cuenta de que, mientras ella se sentía afectada por su presencia, él no lo estaba en absoluto.

      –Podría tener una habitación con estudio y

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