Por siempre. Caroline Anderson

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Por siempre - Caroline Anderson Bianca

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      Volvieron al cuarto de estar y con una buena taza de café delante establecieron el salario, las horas de trabajo, la fecha de comienzo, etc…

      Cuando Dan se disponía a acompañarla hasta la puerta, le volvió a dar un ataque de tos. Esa vez fue tan fuerte que no tuvo más remedio que apoyarse en la pared y sujetarse las costillas para aplacar el punzante dolor que sentía.

      –Tienes una infección de pecho –le dijo ella

      –No –protestó él.

      –Quiero auscultarte. Déjame que lo haga. ¿Dónde tienes el estetoscopio?

      La miró sin responder. Pero Holly no se molestó en volver a preguntar. Había visto uno en la consulta y se fue a buscarlo.

      Al regresar, se acercó a él y le levantó la ropa sin reparos.

      –¿Se puede saber qué estás haciendo?

      Ella se puso el estetoscopio en los oídos y comenzó a escuchar el agitado sonido de su pecho.

      Dan maldijo. Holly pensó que, al menos, aquella tarde iba a aprender un montón de vocabulario nuevo.

      –¿Estás tomando antibióticos?

      Él gruñó.

      –Tienes una infección. Necesitas antibióticos, descanso, calor, agua y dormir mucho. No deberías estar trabajando –se cruzó de brazos y lo miró preocupada–. ¿Tienes antibióticos o voy al coche a por algo?

      –Tengo –rugió él.

      –Pues tómatelos. Ahora.

      Él resopló indignado y se pasó la mano por la espesa mata de pelo negro.

      –¡Maldita mujer! –susurró–. Supe que era un error desde el primer momento que la vi.

      Ella sonrió complacida: un triunfo completo. Pero con una victoria era suficiente. Tenía que ponerse manos a la obra.

      –Voy a casa a por mis cosas –le dijo–. Volveré en una hora. No salgas a menos que sea una cuestión de vida o muerte, ¿de acuerdo?

      –¡No, por supuesto que no estoy de acuerdo! –gritó él–. ¿Quién demonios te crees que eres?

      Ella sonrió con dulzura.

      –Tu ángel de la guarda, por supuesto. Y ahora, a tomar el antibiótico y a portarse bien. Hasta pronto.

      De haber tenido algo arrojadizo cerca de él, Holly sabía que lo habría hecho volar hacia ella. Por suerte, no había nada y la puerta estaba cerca.

      En cuanto salió, soltó una carcajada.

      ¡Maldita bruja! Dan tosió unas cuantas veces más, sin dejar de agarrarse las costillas con fuerza.

      Se metió una pastilla en la boca y se la tragó con un poco de agua.

      Bajó de nuevo al cuarto de estar y se sentó en el sofá. Miró la botella de bourbon, pero no llegó a servirse nada.

      Debía reconocer que aquella mujer tenía toda la razón. No podía arriesgar su salud. Demasiada gente dependía de él.

      Se tumbó en el sofá. Uno de los perros se tumbó a su lado, mientras el gato se le colocaba en el regazo.

      Dan se quitó las gafas y las dejó sobre una pequeña mesa.

      Cerró los ojos. Se quedaría así diez minutos… sólo diez minutos.

      Capítulo 2

      ESTÁS segura de que es un hombre como es debido?

      Holly miró a su padre con una sonrisa socarrona.

      –Sí, papá –dijo con cierto tono condescendiente–. Tiene dos perros y un gato.

      –Muchos maníacos pervertidos tienen dos perros y un gato.

      Ella se rió suavemente.

      –Estoy segura de que no hay problema, papá. Parece un poco malhumorado, pero es sólo porque está a la defensiva. Tiene unas cicatrices bastante profundas. Tuvo un accidente muy grave.

      –Ya me acuerdo… salió en el periódico el año pasado. Tardaron dos horas en sacarlo del coche. Tenía el volante hundido en el pecho.

      –¡Vaya! –exclamó Holly impresionada ante la imagen mental que se creó–. Necesita ayuda.

      –Bien. Ya sabes dónde estamos.

      Se acercó a él y le plantó un beso en la mejilla.

      –Gracias, papi. Y no te preocupes, ya soy una mujer. Tengo veintinueve años.

      –Recién cumplidos –protestó él.

      Ella sonrió.

      –De verdad, me las puedo arreglar –dijo ella.

      Lo comprendía. Debía de ser muy duro ver cómo la más pequeña de la casa abría las alas y echaba a volar. Le dio otro abrazo y salió en dirección al coche.

      Su hermano Richard, que la había ayudado a cargar el coche, estaba esperándola con el motor encendido. Abrió la puerta en cuanto la vio acercarse y le dejó su sitio.

      –¿Estás segura de ese tipo? –le preguntó, en una segunda versión de lo acontecido sólo minutos antes con su padre.

      –Sí, lo estoy.

      –Bueno, ten cuidado, y usa protección.

      Ella le dio un ligero puñetazo en el hombro.

      –¡No es más que un colega de profesión! Además, está enfermo. Si quisiera tener una aventura me buscaría a alguien en mejor forma.

      Su hermano sonrió y la abrazó.

      –Ten cuidado –repitió una vez más.

      Su madre se había marchado al pueblo para preparar la fiesta de Año Nuevo. En cuanto llegara y se enterara de que su pequeña se había marchado sin despedirse de ella la llamaría por teléfono. No podía hacer nada. Además, prefería evitar otra charla.

      Condujo despacio y con cuidado. Aunque no nevaba, el cielo indicaba que no tardaría mucho en hacerlo. Lo único que pedía era que esperara media hora, para darle tiempo a llegar a su destino.

      Tuvo suerte.

      Aparcó el coche casi en la puerta.

      La luz de fuera estaba encendida, pero dentro no había señales de vida.

      Sacó sus maletas y llamó al timbre. Los perros ladraron desganados.

      Pero seguía sin haber señales.

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