E-Pack HQN Sherryl Woods 3. Sherryl Woods

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу E-Pack HQN Sherryl Woods 3 - Sherryl Woods страница 31

Автор:
Серия:
Издательство:
E-Pack HQN Sherryl Woods 3 - Sherryl Woods Pack

Скачать книгу

Impulsado por la necesidad de volver a ver una sonrisa en su rostro, añadió–: ¿Por qué no vas a por tu juego y se lo enseñas a Jerry?, apuesto a que querrá jugar contigo.

      Los ojos del niño se iluminaron por un instante.

      –¿Me das permiso?

      –Sí, pero solamente por esta vez –al ver que cruzaba el aparcamiento a la carrera, Boone le advirtió–: ¡Ten cuidado!

      B.J. aminoró un poco la marcha y, después de sacar el juego del coche, regresó andando poco a poco, exagerando cada paso con una teatralidad que hizo que Boone tuviera que disimular una sonrisa.

      –No eches a correr en cuanto te dé la espalda.

      El niño respondió con una sonrisita traviesa mientras pasaba por su lado, pero siguió andando con lentitud.

      En cuanto le vio entrar en el restaurante, Boone se sacó el móvil del bolsillo y buscó el número de teléfono de Emily, que había quedado registrado cuando ella le había llamado desde la clínica la otra noche.

      La llamó sin pensárselo dos veces.

      –Hola, Boone. Qué sorpresa.

      –Te lo advertí, te advertí que no le hicieras daño a mi hijo –le espetó él, furioso, en voz baja.

      –No te entiendo, yo no le he hecho nada a B.J. –protestó ella con voz serena.

      –Te has marchado sin despedirte. Está hecho polvo, Em. No lo entiende, él creía que erais amigos.

      Emily masculló en voz baja unas duras palabras contra sí misma, pero lo que dijo en voz alta fue:

      –Voy a volver, ¿no se lo ha dicho nadie?

      –Tiene ocho años. Su madre se fue y no volvió nunca más, aunque yo le había asegurado que iba a ponerse bien. No se confía demasiado en ese tipo de circunstancias. Se siente abandonado, y te lo advertí. Te supliqué que mantuvieras las distancias con él –fue incapaz de contener su furia, y le espetó–: Si vuelves, no quiero que te le acerques. ¿Está claro?

      –No lo dirás en serio, ¿verdad? –protestó ella, horrorizada–. ¿Qué vas a conseguir con eso?, va a pensar que no le tengo ningún cariño.

      –¿Y qué crees que piensa ahora? –le preguntó él, furibundo.

      –Deja que lo arregle, voy a llamarle ahora mismo. ¿Estáis en el Castle’s?

      A Boone le habría gustado poder decirle que no se molestara, que se olvidara del tema, pero sabía que esa respuesta sería fruto de su enfado y que no era lo mejor para su hijo.

      –Voy a entrar, llámame al móvil en cinco minutos y se lo paso. Puedes despedirte, disculparte, o lo que sea, pero no le prometas nada que no tengas intención de cumplir.

      –No lo haré –le aseguró ella, con voz suave–. Lo siento, Boone. Lo he hecho sin pensar, sabes que jamás le haría daño a propósito.

      –Nunca lo haces a propósito, pero acabas haciéndolo –suspiró antes de decir–: Llámame en cinco minutos. ¿De acuerdo?

      –De acuerdo.

      Después de cortar la llamada, Boone entró en el restaurante en busca de B.J. mientras se preguntaba si acababa de hacer lo correcto. Quizás habría sido mejor dejar que el niño se desilusionara ya, porque más adelante podía ser incluso peor.

      Mientras esperaba en el aeropuerto, Emily empezó a pasear de un lado a otro con nerviosismo. Cada dos por tres le echaba un vistazo a su reloj, los cinco minutos que Boone le había pedido estaban siendo interminables. No alcanzaba a entender su propio comportamiento. Después de todas las advertencias de Boone, había hecho lo que él temía: le había hecho daño a su hijo. Tal y como él había comentado, daba igual que no lo hubiera hecho a propósito. Lo cierto era que había sido una desconsiderada.

      Se había marchado justo por eso, ¿no? Porque le daba miedo terminar hiriendo tanto al padre como al hijo. Quizás tendría que haberse marchado antes… no, mejor aún: Tendría que haberse excusado y haberse mantenido alejada de allí, aunque fallarle así a su abuela habría sido inaceptable.

      En cuanto pasó el último segundo de los cinco minutos acordados, llamó al móvil de Boone y él le contestó con voz tensa antes de pasarle a B.J.

      –¿Emily? –dijo el niño, vacilante.

      –¿Cómo está mi asesor? –le preguntó, procurando mostrarse animada.

      –Bien.

      –Oye, perdona que me haya ido sin decirte adiós. Tengo que ir a supervisar un par de trabajos, y me he marchado a toda prisa.

      –Vale –se limitó a decir él, con voz apagada.

      –Voy a enseñarle al cliente de Aspen los muebles que me ayudaste a seleccionar para su hotel de montaña.

      Al ver que no contestaba de inmediato, Emily optó por esperar; con un poco de suerte, la curiosidad que el niño sentía por su profesión acabaría por hacerle hablar.

      –¿Vas a enseñarle el rojo? –le preguntó él al fin.

      –Sí.

      –¿Le dirás que yo te ayudé a elegirlo?

      –Claro que sí. Eres mi asesor, ¿no? Siempre reconozco el mérito de quien se lo merece.

      Él soltó un pequeño suspiro antes de preguntar:

      –¿Cuándo vas a volver?

      –No lo sé con exactitud, pero pronto.

      –¿Cómo de pronto?, ¿mañana?

      –No, no tanto. Dentro de un par de días, más o menos.

      –¿Estarás aquí para el fin de semana? –le preguntó, esperanzado–. Tengo partido de fútbol este sábado, podrías venir con papá. Él siempre viene a verme jugar.

      Emily se dio cuenta de que estaba internándose en terreno peligroso. Incluso suponiendo que estuviera de vuelta para entonces, dudaba mucho que Boone quisiera que ella se acercara siquiera a ese campo de fútbol.

      –No te prometo nada, ya veremos cómo va todo –contestó con cautela.

      –Pero ¿vendrás si estás aquí?

      Antes de que pudiera contestar, Emily oyó de fondo a Boone pidiéndole a su hijo que le diera el teléfono.

      –Emily tiene que subir al avión, dile adiós.

      –Papá dice que tengo que decirte adiós –refunfuñó el niño.

      –Adiós, cielo. Pórtate bien, hasta la vista.

      –Adiós, Emily.

      –Dime que no le has prometido que irás a verle jugar –le exigió Boone. Lo dijo en voz baja, para que B.J. no le oyera.

Скачать книгу