Pack Bianca febrero 2021. Varias Autoras

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pensando en los millones de mi padre?

      –¿Perdona? ¿No recuerdas que era virgen cuando nos acostamos juntos por primera vez?

      Sí, Dante lo recordaba bien. Y no lo entendía. ¿Estaba diciendo que él había sido no solo su primer amante sino su primer orgasmo? Sentía tal curiosidad que estuvo a punto de detener el coche en el arcén.

      Cuando la miró de soslayo vio que parecía realmente ofendida y, por una vez en la vida, se sintió avergonzado por su comportamiento.

      –No lo hagas –le advirtió cuando la vio sacar el móvil del bolso–. Es mejor que no leas los artículos.

      –Quiero saber lo que dicen…

      Un segundo después, Mia dejó escapar un grito de angustia y soltó el teléfono como si la quemase.

      Eran unas fotos tan íntimas que apenas se reconocía a sí misma. Estaba claramente encendida, excitada. No había un solo botón desabrochado, pero sentía como si el mundo entero hubiera sido invitado a su dormitorio.

      –¿Qué ocurre?

      Mia no respondió. Estaba inmóvil, mirando el teléfono con gesto de pánico, temblando de los pies a la cabeza.

      Dante giró el volante y detuvo el coche en el arcén para ver qué era lo que tanto la había conmocionado.

      Los titulares eran brutales, uno de ellos en particular.

      De Mamma Mia a madrastra Mia!

      La fotografía había sido tomada con un móvil, pero era lo bastante clara como para capturarla mirándolo apasionadamente a los ojos mientras él prácticamente la aplastaba contra la pared.

      Dante se excitó al recordar el calor de su cuerpo mientras ponía la llave en su mano, con la certeza de que esa noche iban a hacer el amor.

      –Esa no soy yo –dijo Mia en voz baja.

      –Sí eres tú –replicó Dante.

      Pero estaba empezando a entender que aquella era una faceta de Mia que solo él había visto y de la que ella parecía inconsciente.

      El móvil de Mia empezó a sonar en ese momento.

      –Es mi hermano. Debe haber visto las fotos –murmuró, tomando aire–. Hola, Michael… sí, pero deja de preocuparte. Todo va bien. Solo es un malentendido.

      De modo que tenía un hermano con el que se llevaba bien, pensó Dante. ¿Por qué no lo había invitado a la boda, o al entierro de su padre?

      –Michael, estoy bien. De hecho, me dirijo a Luctano ahora mismo con Dante. Voy a apagar el móvil, pero puedes llamarme al fijo si me necesitas. De verdad, estoy bien.

      Si no estuviese tan pálida Dante la habría creído. Era evidente que quería tranquilizar a su hermano.

      ¿Habría hecho lo mismo cuando él la llamó para preguntarle si iría al baile benéfico?

      ¿Quién era Mia?, se preguntó entonces. Era como un camaleón. Seductora, pero reticente, tímida a veces y otras apasionada. Esposa, virgen y embarazada.

      –Vamos a casa –dijo Dante, arrancando de nuevo.

      Cuando se acercaban al lago, Mia miró la tumba de Rafael y supo que no podría dormir allí esa noche.

      –Quiero alojarme en el hotel.

      –¿Por qué? Los periodistas no se atreverán a entrar en la finca, pero el hotel se llenará de paparazis y eso es precisamente lo que queremos evitar.

      –Dante, de verdad no quiero dormir en la casa.

      –En la finca hay guardias, así que no podrán molestarnos.

      Mia sacudió la cabeza. No era la prensa lo que la asustaba sino la tumba de Rafael.

      –Me da miedo –le confesó.

      Dante, que no conocía el miedo, soltó una carcajada.

      –Si ves algún fantasma ya sabes dónde encontrarme…

      –¡No digas eso!

      Sylvia los recibió en la puerta de la residencia con una sonrisa en los labios.

      –Me alegro mucho de verla, signora Romano. ¿Cómo está?

      –Bien, gracias.

      –¿Quiere que suba su maleta a la suite o…?

      Mia supo entonces que había visto las fotografías.

      –Sí, dormiré en la suite –se apresuró a responder–. Aunque no llevo nada de ropa en la maleta.

      –Dejó aquí ropa para lavar –le recordó Sylvia mientras la seguía por la escalera–. Está guardada en el armario.

      Mia no estaba preparada para ir a Luctano, pero Luctano sí estaba preparado para ella.

      –Ah, gracias, Sylvia.

      –¿Qué le ha pasado en la pantorrilla?

      –Ah, no es nada. No tiene importancia.

      Mia se puso colorada al ver que Dante la miraba con una pícara sonrisa antes de dirigirse a su habitación.

      La ayudó un poco, tal vez más de lo que debería, estar de vuelta en la preciosa suite que había sido su refugio durante dos años.

      –Me alegro de tenerla de vuelta –dijo Sylvia.

      –¿Cómo estás tú?

      –Todo ha estado muy tranquilo desde que se fue –le contó el ama de llaves–. Dante no suele venir por aquí, así que es casi una casa fantasma.

      Mia tragó saliva, asustada.

      –Ya veo.

      –Pero es bueno tener a alguien para quien cocinar. Serviré el almuerzo a la una, si le parece bien.

      –Estupendo.

      Cuando Sylvia salió de la habitación, Mia miró en los cajones y en el armario. No había mucho donde elegir. El vestido negro que había llevado durante el funeral y las bragas negras que Dante le había quitado esa noche…

      Por suerte, también había unos pantalones de montar, una camiseta de color crema y unas botas, de modo que al menos podía cambiarse de ropa.

      Se tumbó en la cama, agradeciendo aquel respiro de las acusaciones, aunque entendía sus sospechas. Después de todo, había estado casada con Rafael durante dos años y, por supuesto, su hijo pensaba que era solo por el dinero.

      ¿Cómo iba a contarle la verdad sin desvelar el secreto de Rafael? Era una cuestión que la mantenía despierta por las noches.

      Había cerrado los ojos y estaba intentando

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